Leo en las redes sociales que el departamento de Marcel Claude entró a remate para pagar supuestas deudas previsionales con dos periodistas del desaparecido Diario Uno que lo demandaron en noviembre de 2010 por una cifra cercana a los 20 millones de pesos. Y leo además, cómo muchos se burlan de éste hecho, festinando como si se tratara de un magnate de las comuniciones que explota y se aprovecha de los periodistas como tantos si hay hoy en Chile, y que nadie demanda.
Medios de comunicación que pertenecen al duopolio y que alimentan su pauta durante meses con periodistas en prácticas, o con colaboradores que “boletean” por el resto de sus vidas.
No puedo quedarme indiferente ante éste hecho. No puedo, porque soy periodista, porque he trabajado en “medios grandes”, porque creo en las iniciativas de la prensa independiente, porque también estuve en el Diario Uno y porque, a pesar de que tampoco mi relación con Marcel terminó de la mejor forma, no puedo avalar el festín barato que hoy se tiñe del calor electoral, tergiversando un proyecto periodístico que intentó ser valiente y subsistir en medio de la desolación periodística que existe en Chile.
Marcel Claude muchas veces es priosionero de las emociones que le desbordan y va dejando muchos heridos en el camino. Soy una de ellas también, injustamente creo, como muchos quizás se sentirán cuando se pasa a estar en el bando de los que él considera “traidores” recibiendo toda la fuerza de su ira.
Pero quienes conocemos a Marcel Claude, sabemos esta característica de su personalidad y hemos aprendido con el tiempo, y a porrazos, a separar su emocionalidad desbordante de los muchos y muy buenos proyectos que conviven en su cabeza intentando hacer de Chile una sociedad mejor.
Trabajé durante todo mi embarazo en el Diario Uno y jamás imaginé que Marcel Claude pagara mi postnatal o mi fuero maternal a pesar de mi largo vínculo con el activismo en estos derechos escenciales. ¿Y saben por qué? Porque en la adultez uno acepta libremente participar de proyectos arriesgados, uno se embarca solito en aventuras por una convicción más que por un sueldo o una previsión social.
Andrés, Iván, Karen, Claudia y todos los que ahí participamos, llegamos creyendo en que podríamos levantar un diario nuevo, distinto e independiente, entusiasmados con la fuerza que Marcel suele impregnarle a sus proyectos. Sí, un tonto sueño universitario a los 40. Como quieran verlo, pero ninguno de nosotros fue llamado por un patrón de las comunicaciones a prestarle servicios periodísticos.
Me insultarán quizás los más puristas sindicalistas que reinvindican el patronazgo y el vínculo del asalariado. Y lo asumo, porque también ha sido una de mis luchas. Pero mi carta no pretende cuestionar el legítimo pronunciamiento de los tribunales laborales porque, en estricto rigor, teníamos que sacar un diario semanalmente y eso implicaba presencia nuestra fìsica o virtualmente.
Sin embargo, no recuerdo jamás que ninguno de nosotros haya recibido órdenes, haya tenido que cumplir forzosamente un horario, ni siquiera la editora general, o que el Diario haya tenido cierta exclusividad sobre los textos escritos, al contrario, varios periodistas instalaban sus mismas crónicas en otros medios.
El Diario Uno funcionaba en un departamento de mi propiedad, que arrendé a muy bajo costo a Marcel Claude, como un aporte también a la causa periodística que emprendíamos. Cada mes, el arriendo llegó a mi cuenta sin problemas y los servicios siempre fueron canceladas.
Es más que probable que esta demanda que hoy embarga la vivienda de Marcel Claude, esté motivada más por la venganza a la emocionalidad que traiciona al hoy candidato presidencial, que por derechos laborales transgredidos en el Diario Uno porque ni la editora, ni esta periodista embarazada en ese entonces, ni los otros colaboradores, iniciamos acciones legales comprendiendo que había un acuerdo de caballeros en esta aventura fracasada, en la que todos aportamos a un canasto común.
Marcel, como Director y Representante Legal, decidió cerrar el Diario Uno agobiado por el financiamiento que no llegaba fácilmente, y lo anunció a través de una editorial sin avisarle a los colaboradores que se enteraron al momento de la diagramación del último número. Esto desató el malestar. Y lo comprendo.
Pero pretender que en realidad fue transgredido un supuesto vínculo laboral como si hubiéramos sido empleados asalariados, me parece que le hace mucho daño a la tremenda necesidad que hay en Chile de contar con personas valientes que se atrevan, sin capital, poniendo la cara y el bolsillo, a iniciar medios de comunicación independientes.
Nadie mejor que los periodistas sabemos lo que cuesta hacer periodismo independiente y somos nosotros mismos los que buscamos estos espacios de mayor libertad editorial. Iniciativas que hoy estamos condenando a no existir, si aplicamos el rigor que no nos atrevemos a ejercer contra los magnates de la prensa, pero si con los emprendedores que intentan salir del duopolio.
Valoro infinitamente la valentía de Marcel Claude de haber emprendido el Diario Uno y de haber confiado en un puñado de periodistas que buscamos escribir “la verdad” sin importarle si hay dependencia y subordinación laboral, porque ese no era el foco. Lo valoro, porque cuando no hay diarios dónde escribir sobre la desaparición del pueblo de Caimanes, el robo de aguas en Petorca o el aborto, somos nosotros mismos los que lloramos espacios de libertad.
Por eso, lamento profundamente lo que ocurre a Marcel Claude en estos momentos y siento vergüenza porque le damos duro al que se atreve, valientemente, a soñar.
*No pertenezco al comando de Marcel Claude ni tampoco es el candidato por el que votaré en estas elecciones. Hago esta aclaración, porque sé que se intentará desvirtuar mi carta en el marco de las presidenciales.