Noviembre 24, 2024

El viejo vientre inmundo

El viejo vientre inmundo de la extrema derecha puede seguir pariendo monstruos, advertía Bertolt Brecht. Ahí están, para probarlo, los neonazis italianos que homenajean al nazi Priebke, quien asesinó a 335 italianos en las Fosas Ardeatinas en Roma; los neonazis griegos de Aurora Dorada; el crecimiento de la extrema derecha en los países nórdicos y en Francia, detrás del Frente Nacional (FN) de Jean-Marie y Marine Le Pen, e incluso el tea party estadunidense. La xenofobia, el racismo, el antisemitismo, el chauvinismo, la demagogia, el liberalismo extremo, el rechazo a la solidaridad social, a la justicia social, al socialismo, caracterizan a estos movimientos que dicen combatir al gran capital aunque lo sirven y, como Hitler cuando bautizaba socialista a su nacionalismo y adoptaba una bandera roja o Mussolini con su República Social, intentan agitar tradicionales banderas de la izquierda para lograr popularidad y practicar una política reaccionaria.

 

Son movimientos con base en las clases medias bajas, conservadoras, aplastadas y condenadas por la política del gran capital financiero, pero que –estimulados por los grandes medios de comunicación– desvían su odio contra el movimiento obrero, los sectores más pobres de la población, como los inmigrantes, los otros (musulmanes, judíos, gitanos) y los políticos, no contra sus verdugos.

 

Estos movimientos reaparecen y prosperan en los momentos de crisis económica y de necesidad de redefiniciones políticas: los años 20 después de la Primera Guerra, en Italia; poco después en la Alemania en crisis; en Francia, España e Inglaterra, Hungría, Rumania, Polonia en los 30; nuevamente en Italia con el Uomo Qualunque de Guglielmo Giannini en 1944-1946, en la inmediata postguerra y cuando había que definir si el país sería monárquico o republicano, de nuevo en Francia con Pierre Poujade en 1953.

 

Este último, pequeño comerciante (tenía una librería-papelería) formado entre los fascistas franceses de Jacques Doriot y ex militante del régimen racista y fascista de Vichy, colaboracionista con los alemanes hasta que éstos ocuparon toda Francia, llegó a hacer mitines con 200 mil personas y a obtener 11.6 por ciento de los votos y 52 diputados, uno de los cuales fue Jean-Marie Le Pen, ex combatiente en África contra la independencia de las colonias francesas. Poujade soñaba un capitalismo de pequeños y medios comerciantes e industriales, sin extranjeros ni sindicatos ni grandes capitalistas y financistas (para él todos judíos y masones), con un Estado de orden. A diferencia del Frente Nacional de Le Pen, que tiene hoy el apoyo de más obreros que todos los partidos de izquierda juntos, su movimiento semifascista de masa, antecesor del Frente Nacional lepenista, terminó por disolverse apretado por un lado entre la fuerte resistencia de los trabajadores y la intelectualidad izquierdista y, por el otro, el veloz crecimiento del capitalismo francés en esos años, que le quitó la base de masas.

 

Marine Le Pen y su FN acaban de derrotar a la alianza de todos los demás partidos de centroderecha y de centroizquierda, en las cantonales en Brignoles en el departamento de Var, una zona conservadora del sur de Francia. Las abstenciones llegaron a 60 por ciento, demostrando que la mayoría no apoyaba a nadie ni creía en ninguno, entre los que votaron el FN sacó el 53 por ciento de los votos (o sea 20 por ciento del electorado potencial). Parte del centroderecha evolucionó hacia el neofascismo, disfrazado para la ocasión de derecha nacionalista responsable.

 

¿Cómo se fabrica el caldo de cultivo de estos movimientos? Gracias al centro y a la seudoizquierda. En los 20, por ejemplo, los conservadores italianos optaron por el fascismo para enfrentar a los obreros y los sindicatos socialistas reformistas se sometieron al gobierno de Mussolini; ya asentado éste, los comunistas dirigidos por Josef Stalin-Palmiro Togliatti creyeron en los 30 que era posible un frente con los hermanos de camisa negra contra el gran capital y, unos años después, Stalin hizo el pacto Molotov-Ribbentrop que reforzó a Hitler y a Mussolini. Igualmente el partido comunista alemán había hecho acuerdos con los nazis contra la socialdemocracia que gobernaba Berlín, a la que consideraba el enemigo principal y legitimó así a Hitler.

 

Al comienzo los comunistas franceses apoyaron a Poujade creyendo poder manipularlo. Además, en el plano ideológico, el nacionalismo y el chauvinismo de los grandes partidos comunistas italiano y francés (el primero con sus reivindicaciones territoriales contra Yugoslavia en Triestre e Istria, el segundo con su huelga contra el acero alemán en apoyo de la siderurgia francesa y con la expulsión de trabajadores negros en algunas alcaldías parisinas que controlaban), se unió al racismo de los socialistas franceses en la defensa a cualquier costo del colonialismo en Indochina y de la Argelia francesa.

 

No es de extrañar que ex votantes y miembros del partido comunista francés apoyen hoy al Frente Nacional ni que el chauvinismo de éste aumente cuando el ministro del Interior de Hollande, el socialista Valls, declara que los roms o gitanos deben ser expulsados porque tienen características genéticas inasimilables. Si los socialistas hacen la política de la derecha en Grecia, en Francia, en Escandinavia y el gran capital necesita eliminar totalmente la resistencia obrera y, sobre todo, alejar el temor al estallido social como consecuencia de sus políticas de ajuste, ¿cómo no se va a deslizar el centroderecha hacia la extrema derecha, cómo no va a crecer ésta abriendo el camino a gobiernos duros?

 

El antídoto contra la derecha es, antes que nada, una campaña de educación y una política anticapitalista, un gobierno de los trabajadores de todo tipo, pluralista, democrático, internacionalista. Si hay que enterrar la vieja república capitalista, debe ser para dar origen a una república social y solidaria de todos los trabajadores nativos o inmigrados.

 

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