Como lo señaló el propio vocero de la Franja del No en el plebiscito de 1988, Patricio Bañados, “en el plebiscito del 88 ganó el Sí” (Boletín Libertad de Expresión; Octubre, 2007; Instituto de la Comunicación e Imagen; Universidad de Chile). Es decir, que el triunfo electoral del No, no se tradujo en una sustitución del modelo político, económico y social impuesto por la dictadura a través de la Constitución del 80 y de sus leyes posteriores. Obviamente que ello no se produjo por haber ganado en dicho plebiscito, sino por haber dilapidado dicho triunfo mediante el acuerdo de reformas constitucionales de 1989.
De partida, es importante tener presente algo fundamental que generalmente se olvida: Que la Constitución del 80 estipuló la vigencia total de sus disposiciones a partir del Gobierno que se eligiera con dicho plebiscito, sea que fuere ratificado el candidato propuesto por la Junta de Gobierno o que –debido a su rechazo- se tuviese que elegir otro presidente en 1989. De este modo, la derrota de Pinochet en el plebiscito del 88 no significaba necesariamente el advenimiento de la democracia, como engañosamente lo hizo aparecer el liderazgo de la Concertación.
Ciertamente que el triunfo del No, dejó en inmejorable posición a aquel liderazgo para conducir a nuestro país a una verdadera democracia. De partida, aparecía inminente el triunfo de un candidato de dicha coalición en las elecciones presidenciales de 1989, como de hecho ocurrió con Patricio Aylwin. Y, además, al futuro gobierno de la Concertación le esperaba de todas maneras una mayoría parlamentaria. Esto, porque la Constitución original del 80 –obviamente pensando en que Pinochet sería ratificado en el plebiscito del 88 y que los partidos de derecha no serían mayoritarios- establecía que la mayoría parlamentaria se obtendría solo con la mayoría absoluta en una cámara y un tercio de la otra. Así, Pinochet obtendría con seguridad la mayoría del Senado (con los senadores designados) y un tercio de la Cámara de Diputados. Pero –de modo inverso-, junto con ganar Aylwin, la Concertación obtendría con seguridad la mayoría absoluta de la Cámara y un tercio del Senado; ya que éste estaba conformado por 35 senadores: 26 electos (2 por región) y 9 designados. Como la Concertación en el peor de los casos obtendría 13 (uno por región) y el tercio de 35 es 12; aquella tenía virtualmente asegurada la mayoría del Congreso.
Es cierto que aquella mayoría se establecía solamente para las leyes simples y no para las de quórum calificado (que requerían la mayoría absoluta de los miembros en ejercicio de ambas cámaras) ni para las orgánica-constitucionales (que necesitaban de 3/5 en la Constitución original; y de 4/7 luego de las Reformas de 1989). Pero resulta que la Constitución del 80 dejó el grueso de las leyes económicas, sociales y culturales bajo leyes simples; con excepción de la LOCE y la Ley de Concesiones Mineras que quedaron como orgánica-constitucionales; y la Ley de Seguridad Social y la que faculta al Estado para desarrollar empresas, que se estipularon de quórum calificado. Es decir, que la Concertación –luego del triunfo del No- tenía asegurada la presidencia y una mayoría parlamentaria suficiente como para cumplir su programa de profundas transformaciones en lo laboral, sindical, salud, financiero, tributario, ley de universidades, ley de colegios profesionales, etc.
Sin embargo, el liderazgo de la Concertación, en lugar de aprovechar las posiciones de poder que le dejaba la propia Constitución del 80 (¡y que respondían a su legítima mayoría electoral!) prefirió insólitamente regalarle solapadamente a la futura oposición de derecha dicha mayoría, al aceptar incluir en el “paquete” de 54 reformas constitucionales que se plebiscitaron en junio de 1989 una que elevaba los quórums para las leyes simples a la mayoría absoluta de los miembros presentes en ambas cámaras, manteniendo los senadores designados.
Es decir, que ¡el liderazgo de la Concertación convirtió su triunfo electoral de octubre de 1988 en una grave derrota política en junio de 1989! En lugar de haber tenido un presidente con mayoría parlamentaria para efectuar cambios que sustituyeran gran parte del modelo neoliberal impuesto por la dictadura; ¡dicha cúpula optó por tener un presidente imposibilitado de hacer todo cambio de dicho modelo! Porque nadie podrá decir que Pinochet podría haber alterado con violencia su propio itinerario constitucional a mediados de 1989 (algo que ni siquiera pudo intentar en la noche del 5 de octubre, por la cerrada oposición de la derecha política y económica, y de las demás ramas de las Fuerzas Armadas) ¡porque el liderazgo de la Concertación no se avenía a modificar la Constitución del 80, impuesta por él mismo!
En realidad la explicación de aquella insólita capitulación política la podemos encontrar en los escritos del más famoso teórico y arquitecto de la “transición”: Edgardo Boeninger. Así, en su libro Democracia en Chile: Lecciones para la Gobernabilidad (Edit. Andrés Bello, 1997) él reconocía crudamente que, a fines de los 80 del siglo pasado, aquel liderazgo había llegado a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha; “convergencia que políticamente el conglomerado opositor no estaba en condiciones de reconocer”. Y agregaba que “la incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes” (pp.369-70).
Es decir, que el profundo viraje experimentado por las cúpulas concertacionistas no podía ser reconocido a sus bases, ya que estas las habrían rechazado con todo vigor. Estas ciertamente no habían dado una dura lucha contra la dictadura para terminar cohonestando una política de legitimación y consolidación de su principales obras y estructuras neoliberales.
Y, por el contrario, al no disponer de los quorums necesarios para efectuar transformaciones estructurales, el liderazgo concertacionista podía plausiblemente argüir que no es que no quisiese hacer los cambios, sino que no podía efectuarlos al no tener las mayorías necesarias para tal efecto. Obviamente, que este razonamiento ocultaba una insidiosa falsedad de raíz: Que si ello no era posible, era porque dicho liderazgo le había cedido su representación mayoritaria a la oposición.
Esta consistente explicación de Boeninger calza, además, perfectamente con otros hechos aparentemente muy extraños y de la más alta importancia política. El primero, sucedido antes del plebiscito del 88, pero que prefiguraba una circunstancia ominosa: La negativa de los diversos partidos políticos opositores de configurar un solo partido instrumental para así poder minimizar las pérdidas ilegítimas de congresales, producidas por el sistema electoral binominal. Esto significaba, en los hechos, otro regalo político a la futura oposición de derecha, en la medida que se traduciría en la eventual pérdida de “doblajes”.
El segundo, fue la falta total de voluntad del liderazgo concertacionista para efectuar pactos meramente electorales con el PC y otros grupos de izquierda que no formaban parte de dicho conglomerado. Si consideramos que esos pactos –que tácitamente se efectuaron con éxito en varias circunscripciones en las elecciones parlamentarias de 1989 y que no implicaban ningún compromiso de Gobierno- se hubiesen realizado en 1993 y 1997; la Concertación hubiese obtenido mayoría parlamentaria simple y de quórum calificado, por sí misma, en 1997.
El tercero, fue el hecho que Patricio Aylwin en agosto de 1991 planteara una calificación de la Constitución del 80 como democrática, solo que “imperfecta”, al afirmar “que la transición ya está hecha. En Chile ya vivimos en democracia” (El Mercurio; 8-8-1991). Es decir, significaba modificar completamente la opinión sostenida por el conglomerado cuando era opositor, de que mientras no se eliminasen el conjunto de las disposiciones autoritarias de dicha Carta Fundamental, esta no podía considerarse democrática.
El cuarto, fue la plena asunción de la Constitución del 80, efectuada por el Gobierno de Ricardo Lagos en 2005, luego de disminuir pero no eliminar el carácter autoritario de aquella. En dicho ejercicio se llegó al extremo de que ¡Lagos y todos sus ministros sustituyeron la firma de Pinochet por la propia!
El quinto, fue que el Gobierno de Michelle Bachelet, teniendo desde el comienzo y por casi dos años mayoría parlamentaria simple y de quórum calificado, no hizo absolutamente nada para modificar sustancialmente el Plan Laboral, las AFP, las ISAPRE, la ley de universidades, los sistemas financiero y tributario, las leyes de colegios profesionales y de juntas de vecinos, etc.
Además, las explicaciones de Boeninger son congruentes con las aparentemente demenciales políticas de autodestrucción de los medios de comunicación afines a la Concertación desarrolladas por sus sucesivos gobiernos. Políticas que, de acuerdo a varios Premios Nacionales de Periodismo –y que nunca han sido desmentidas- se caracterizaron en el caso de los medios escritos por el bloqueo de grandes apoyos financieros de Holanda; por la sistemática discriminación del avisaje estatal; por la compra de medios por personeros concertacionistas para luego cerrarlos y por la tenaz oposición de Frei Ruiz-Tagle, Lagos y Bachelet a devolver los bienes del Clarín a quien se los confiscó la dictadura: Víctor Pey. En la medida que los dueños y directores de estos medios no experimentaron la convergencia con la derecha propias del liderazgo concertacionista; estos, a la corta o a la larga, se convertirían en los verdaderos opositores a sus políticas de “consenso” neoliberales. Por ello fueron todos exterminados ya en la década de los 90.
Y políticas que en el caso de los medios televisivos que podían responder a los gobiernos concertacionistas (TVN y Canal 11) para incentivar un debate plural sobre lo que fue la dictadura y de promoción de una real democratización del país; significaron su neutralización por la derecha (TVN) o su lisa y llana privatización (Canal de la Universidad de Chile).
En definitiva, en lugar de aprovechar el triunfo del 5 de octubre para avanzar con decisión por el camino de la democratización del país y la sustitución del modelo neoliberal; el liderazgo de la Concertación se acomodó solapadamente al legado de la dictadura y engañó al país –hasta el día de hoy- presentándose como una alternativa de centro-izquierda…