Nunca respetó la vida, al final ni siquiera la propia. Tampoco respetó la muerte pues fue a sacar los asesinados por la dictadura a sus propias tumbas para arrojarlos al mar. Te podían matar y no te dejaban descansar en paz; odios y criminales insaciables. Y podía ser peor, te mataban y condenaban a los tuyos al sufrimiento eterno; nunca aparecerías ni vivo ni muerto. Sabía que otros muertos lo reclamaban ya en los tribunales, él sabía mejor que nadie cuántos eran.
Encendí el televisor y ví su féretro cubierto con la bandera chilena y a sus deudos que le rodeaban. Tienen más derechos que los que respetaron, pensé; cuando enterrábamos a nuestros muertos nos apaleaban, arrestaban y tiraban lacrimógenas en el mismo cementerio. En el funeral de un dirigente de la construcción se robaron hasta el ataúd. Nuestra bandera, cómo la han manoseado, cómo le han faltado el respeto.
Recordé a Galeano: “El suicidio no redime a un torturador, pero algo es algo”. Se le acabó la cancha de tenis, la piscina y las confortables cabañas con cargo al erario nacional, no pudo soportarlo, sus abogados alegaron “torturas”, un general del ejército vencedor y jamás vencido (Ranquil, Santa María de Iquique, El Salvador etc…) no puede ser privado de su quincho de asados, de los jardines, el Internet, su teléfono al velador, de sus dietistas y paramédicos las 24 horas del día. Así como así, dicen que los civiles nos estamos pasando, somos rencorosos, mal agradecidos. Ellos debieron esforzarse y mucho para matar 5 mil chilenos, hacer desaparecer 3 mil, encarcelar 600 mil y mandar al exilio a casi un millón. No es cosa fácil, no la hace cualquiera.
Supe del finado por primera vez el año 1978. Dio una entrevista en la revista Cosas y señaló entre otras a la Coordinadora Nacional de Regionales del Partido Socialista como una organización extremista. Yo me había incorporado a esas filas hacía algunos meses. La CNR estaba a esas alturas compuesta casi por puros estudiantes universitarios, luego de las masacres sufridas, sus principales dirigentes Jaime Robotham y Claudio Thauby fueron descuartizados a bayonetazos por Miguel Krasnoff Marchenko, compañero del susodicho en el confortable Penal Cordillera que se llamó “Penal”, de puro malagradecidos que somos los chilenos, creo yo.
Qué hacía la CNR. Pintábamos murallas, tirábamos panfletos y leíamos libros, ellos asesinaban, torturaban, encarcelaban y exiliaban en cantidades y con procedimientos industriales y los extremistas éramos nosotros.
Leer esa entrevista me hizo sentir algo que deben vivir los que escuchan su sentencia condenatoria. No lo decía cualquiera, lo decía el jefe de la policía política de Pinochet, pero no me apendejé, eso lo sé yo, eso me consta y como diría Huidobro, yo lo respaldo.
Lo condenaron por asesinar a tres jóvenes socialistas en Arica. Tiene indudable responsabilidad en la muerte por torturas del profesor Federico Álvarez Santibáñe; la lista se haría larga, tan larga que llegaríamos a pensar que él se aplicó la pena que cualquier estado decente le habría impuesto. Sus muertos, los que mandó a la tumba y que luego sacó de allí para quemarlos o tirarlos al mar, no estaban lo suficientemente muertos y venían por él y él; sí se apendejó.
En su funeral el ejército mandó a un general a rendirle honores. Las cosas mejoran. Cuando murió Pinochet mandaron a la Ministra de Defensa Vivian Blanlot a rendirle homenaje. ¿Porqué le rinden un homenaje a un asesino en serie? ¿No habían pedido perdón ?, la mentira y su primo hermano el cinismo tienen patas cortas.
El crimen rompe un orden universal que no vuelve a su curso sino con la justicia. A veces la justicia llega por la mano que menos se espera.
ROBERTO AVILA TOLEDO