Luego de años en el ejercicio PROFESIONAL de la violencia y el exterminio sistemáticos, por descontado uno espera que allí, en el atalaya de la jubilación, se encuentre la tan esperada felicidad. A veces de dicha felicidad (o sea, de la pensión que forma parte del gasto anual del país) se saca una tajada y viene el negocio. Entonces no solo se es jubilado de las Fuerzas Armadas, ahora también se es emprendedor. Hurra.
Sin embargo, la felicidad nunca será para gente como Mamón, Mamo, Mamuchi, Mimosin, Mamito, simplemente porque otros se le adelantaron, simplemente porque otros se espabilaron: que él se vaya derechito por la taza y que ojalá caiga en el pichí y la mierda caliente, al fin y al cabo ¿A quién le importa? Ahora que encima lo han trasladado desde Cordillera a Punta Peuco no habrá kinesiólogo que cuide el armazón del tierno ancianito. Eso duele en el alma, pero seguro va a doler más en las rodillas.
No obstante estar sufriendo el pago de Chile, es decir, ingratitud por haber salvado a la infeliz nación del infeliz comunismo, la vida en Cordillera no era taaaan mala después de todo. Así piensa Mamito, al tiempo que puja en la bacinica de loza con motivos florales. En realidad esa bacinica ha visto épocas mejores (está toda saltada, no se sabe con exactitud si eso de ahí es óxido o feca), y por sobre todo, ha visto culos mejores. El culo de Mamito es fofo y blanco como la nieve, asimismo sus muslos con la piel descolgada de los huesecillos. El pirulí es tan insignificante que ni siquiera entra en la bacinica: el viejo se mea fuera de la bacinica, salpicando el piso recién encerado. El cuidador le arrea una buena torta a Mamito, ayayay, se queja Mamito, no hay respeto en este país, dice entre lágrimas. Acto seguido se cae al suelo con los pantalones hasta los tobillos, dejando un revuelto de mugre en las tablas del suelo. Ahora viene una patada, total, a nadie le importa este viejo, piensa el cuidador quien según Mamito es un completo desconsiderado, ¿O acaso no sabe usted que yo soy un príncipe, acaso no sabe usted que mis manos son demasiado blancas para no ser confundido con un marqués? pregunta al aire el indignado Mamito.
“En Cordillera, en cambio, él disponía de un baño completo, igual que el de la gente norteamericana que es millonaria por naturaleza”, dice un taxista urbano y jubilado de Carabineros de Chile. Profiriendo bramidos, el taxista explica que ese baño era un sitio digno de sultanes, porque entre otras cosas “tenía toallas, jabón líquido, cerámicas en el suelo y paredes, agua fría y agua caliente, y una de esas tazas con lava-pies incorporados que solo se ven en los baños de los reclames de artículos para la limpieza del hogar”. Desde luego que el taxista se identifica con la bandera, con Pinochet y con gente empresaria, por ello trata de movilizar a la opinión pública –representada en sus pasajeros, le dice al periodista– contra Piñera que es un traidor a la bandera, a Pinochet y a la gente empresaria. “Imagínese usted, ir a tirar a nuestro héroe nacional a Punta Peuco, yo todavía no le digo a mi esposa porque en realidad no le interesa pero le debe interesar porque de otro modo le pego así que ¡le interesa! así que yo todavía no le digo a mi esposa porque se le va a cortar la mayonesa del puro soponcio. Si con la muerte de mi general casi se murió de una hemorragia que en realidad se la provoqué yo por una pateadura pero como a ella la tengo amenazada e idiotizada en realidad ella cree que casi se murió de una hemorragia por la muerte de mi general. Muy sensible es mi señora, MI SEÑORA. Así es ella.”
Mamito echa en falta un buen coño. Eso desde hace años. En los setenta Mamito (que parecía hombre, no como ahora, que parece nada en lo absoluto) se quitaba de encima las ganas de clavarle el pirulí a su esposa a través de la tortura, cuestión en la que él aún es especialista. En sueños Mamito contempla la anhelada entrevista de un futuro Doctor en Derechismo Recalcitrante donde a él, el especialista, le preguntan sobre electrificación cutánea y desolladuras, todo debidamente anotado en un cuadernito. Mamito ya ve su nombre junto al de Mangele o Eichmann. De eso nada. De eso nunca iba a haber, aunque el generalísimo se lo prometió mucho antes de quitarse la mierda de encima achacándole las culpas a Mamito y así todos felices. Pero Mamito en esa época estaba ocupado y ahora contempla con nostalgia cómo, por dedicarse a su profesión con excesivo profesionalismo (Mamito es a la tortura lo que la caca es a la taza), se perdió de la auténtica vida, de la que algunos creyeron disfrutar taaaanto. Si no, vean al papi de Eve, piensa Mamito. Libre, saludando desde el marco de una ventana engalanada con azahares y rosas. Mamito no está libre, Mamito está preso.
Y Mamito echa en falta un buen coño.
El tiempo de Mamito no se puede rellenar con nada que no sean reflexiones sobre torturas y desolladuras porque simplemente jamás hizo otra cosa. Libros no lee, porque Mamito no tuvo enseñanza de naiden.
Pero si bien en Cordillera no había coños, sí había kinesiólogo que se encargara de aceitarle los huesos a uno. También había cancha de tenis, piscina, visita de familiares y abundante papel confort. En Punta Peuco las cosas están muchísimo mejor que en las cárceles de criminales de categoría ínfima, es decir, de esos que matan y roban para beneficio personal y no para el beneficio del empresariado y de la junta, sí, es verdad, pero no hay comparación con Cordillera. Imposible. Por eso Mamito se arrepiente tanto de haber abierto las fauces y haber vomitado todo esa cochambre en la entrevista aquella. Sin entrevista, jamás hubiera venido el traidor-traidor a arrancarlo de Cordillera para plantarle la vida carcelaria en el culo –o lo que es igual, la cabeza– junto a los otros dulces abuelitos que a menudo se pasaban las tardes jugando a la burra con la baraja española (cualquier otro naipe es demasiado complicado para ellos). Uno de los beneficiarios del error de Mamito decidió adelantársele a la de la guadaña, entonces, eso sí, el curita de labios sensuales bendijo todo, no se vaya a ir nuestro dulce amigo hacia el celeste cielo sin recibir una misa como Dios manda. A Mamito no le vamos a dar nada de nada promete el curita de labios sensuales. Los otros compañeros tiemblan ante la posibilidad de que el traidor-traidor quiera hundir aún más a la antigua enemiga y los traslade, así, de pronto, a una cárcel de alta seguridad donde no habrá nadie que les cambie los pañales. Si es que estos viejos a menudo se mean y se cagan dejando las sábanas inmundas, no controlan ni el esfínter, dice entre risas uno del aseo. Pero Mamito se queda ahí, muy cuco, arrellanándose en su bacinica. Mamito trata de no comer carne porque eso redunda en las diarreas y por lo tanto en la cantidad de papel confort, y ese es un bien escaso en Punta Peuco. En las cárceles normales hay otras técnicas para limpiarle a uno eso. Mamito tiembla entonces. Entonces ahora lo único que queda es caer más bajo. Así piensa Mamito, porque él también piensa, ¿saben? Solo eso, de arrepentimientos nada de nada. Mejor esperemos a que se inunde el Valle de la Muerte, el de Atacama.