El 21 de octubre de 1971, el poeta chileno Pablo Neruda, recibe el máximo galardón al que un escritor puede aspirar en vida, El Premio Nobel de Literatura, paradojalmente en el Chile de principios de los setenta, la influencia estética de su poesía había perdido fuerza.
Neruda se encuentra en Francia, cumpliendo funciones diplomáticas a petición personal, según relata Volodia Teitelboim. En Chile su obra genera duras disputas desde distintos frentes, porque se lo tiende a catalogar como el poeta de las residencias, del amor, teniendo un especial desprecio ´por sus trabajos de influencia política.
Desde Estocolmo, sin arrear banderas, ni entrando en la discusión estética de sus textos Pablo responde con su vitalismo acostumbrado “Yo escogí el difícil camino de una responsabilidad compartida y, antes de reiterar la adoración hacia el individuo como sol central del sistema, preferí entregar con humildad mi servicio a un considerable ejército que a trechos puede equivocarse, pero que camina sin descanso y avanza cada día enfrentándose tanto a los anacrónicos recalcitrantes como a los infatuados impacientes”.
Son tiempos donde la anti-poesía de Parra, la insolencia de Enrique Lihn, los desvaríos de Jorge Teillier, sumado a una generación nueva de voces escondidas en pequeños grupos y revistas repartidas a lo largo de nuestra “larga y angosta faja de tierra” quieren irrumpir y entre sus voces más influyentes, no está el vate nacido en Parral. La genealogía que explica en parte la situación, tiene antecedentes diversos, desde las disputas de saber y poder entre los seguidores de Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, contendores pertinaces de la obra nerudiana. La década del cincuenta, en lo literario carga con una especie de decadencia o inicio de ciclo de liberación estética, donde los viejos nombres pierden terreno, hasta que en la llamada generación del 60, los grandes maestros se desvanecen y comienza una dispersión de estilos, una heterogeneidad de escrituras.
Aquí no estamos frente a un parricidio, los jóvenes poetas del sesenta, se sienten parte de una herencia, una tradición, lo que ocurre es que dichas vertientes no tienen la fuerza y el vértigo para imponer estilos, las residencias de Neruda son plenamente vigentes y ampliamente reconocidas. Sin embargo Enrique Lihn, en la revista Mensaje del año 1971, escribe un artículo titulado “20 años de la poesía chilena” donde se rescata nada menos que “El Canto General” según el autor, este texto ubica al poeta “en cualquier tipo de alturas, empezando por las de Machu Picchu”.
Único e inimitable
Tenemos entonces dos torrentes poderosos desde donde pueden converger muchas voces, el gran problema es el peligro inminente de la travesía, son demasiados los que sucumbieron ante el encanto telúrico del verso nerudiano, sin poder huir y condenándose a ser meros repetidores de una aventura ya escrita.
José Miguel Ibáñez Langlois, en una recopilación de críticas literarias del año 1975, titulada Poesía chilena e hispanoamericana actual, se refiere a la influencia de Neruda en la poesía chilena, pero también a las dificultades de seguirla: “Neruda hipnotiza a sus discípulos y los absorbe; es único e inimitable, como una flor exótica de América. Puesto que ha tomado tan poco del pasado literario, no es mucho lo que entrega al porvenir de una cultura de la palabra. Neruda es una experiencia difícil de transferir, por su propio carácter telúrico; a esta clase de poetas debe -producirlos la naturaleza- no la cultura”.
La sentencia del sacerdote, nos sugiere que la posibilidad de un escritor de las características de Neruda, en el mismo país, con la misma capacidad de confluir en sí mismo; las fuerzas de la naturaleza y la historia, para convertirlas en palabra, y de manera más precisa en poesía, son remotas. Incluso unas pocas líneas más adelante, el tono del crítico toma un sentido bastante hermético “…Los que han probado el sabor nerudiano, deben pasarse la vida librándose de él, para sacar voz propia y no repetir lo que hizo ya antes y mucho mejor el propio Neruda”.
La amenaza entonces para las futuras generaciones se vuelve lacerante, estamos frente a una de las escrituras más potentes de habla hispana, no cualquiera puede aproximarse sin salir lastimado, extrañamente a pesar de la grandeza, de la potencia, estamos frente a una puerta clausurada.
Puede que ese estatus de símbolo o mito viviente de las letras, haya cooperado para que las generaciones posteriores se sintieran desbordadas por el poderío, y alcance de su armamento literario, de ahí que se produjera una reacción de trinchera, parapetándose algunos en las vanguardias surrealistas y todo tipo de influencias exteriores.
El golpe de estado de 1973 viene a borrarlo todo. La gran apuesta del socialismo a la chilena, terminó de manera dramática, el palacio de gobierno en llamas será el preludio de la más horrorosa de las persecuciones vistas en nuestra historia.
En esas circunstancias la discusión estética, los avances de un proceso donde la cultura jugó un papel relevante, fue cancelada. En lo literario la dispersión fue total, los grupos existentes desaparecieron, las publicaciones se vieron afectadas; muchos optaron por el exilio o sencillamente salieron expulsados, algunos estuvieron detenidos, otros se enclaustraron en sí mismos. Desde una perspectiva simbólica la muerte de Neruda, el 23 de septiembre de 1973, marca el fin de una época, de una forma de concebir la vida y sus relaciones, la gran mesa quedará reducida a pequeñas reuniones entre amigos, donde ciertos temas no serán tocados.
Sube a nacer conmigo hermano
El impacto de la muerte del poeta trajo otras consecuencias, en el contexto de la dictadura, la poesía de Neruda, recobró vitalidad porque eran parte de una lectura de resistencia, El Canto General especialmente cobró un nuevo sentido, recordando una intervención de Raúl Zurita, en el Centro de Estudios Públicos, sobre cómo leer algunos textos de Neruda, llama poderosamente la atención el papel fundamental que le atribuye a Machu Picchu y otras partes del gran poema épico de América. Para Zurita, las residencias son obras importantes que sitúan a Neruda, como un hermano mayor dentro de sus pares, pero El Canto General, establece una disparidad notable, porque lo transforma en la voz de los oprimidos de la conquista, en el médium de las fuerzas de naturaleza, de un continente indómito.
“Antes que la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias”.
Para desgracia de sus detractores, el Neruda del compromiso político, del intento infructuoso de ser la voz de un pueblo, renace. “Sube conmigo amor americano/ besa conmigo las piedras secretas”. La poesía y los poetas no pueden prescindir de golpe y porrazo de su nombre, se transformará en un imagen cultural, pero donde seguirá importunando la sentencia de Ibáñez Langlois.
Sin embargo el peso de la historia, el golpe seco de las palabras dichas, no hace otra cosa que remecer las conciencias, porque en tiempos de oscuridad efectivamente el espíritu creativo aflora y se vuelve en muchos casos gesto de rebeldía. Otros sin embargo, guardaron silencio, algunos de los hijos de la mandrágora cayeron fosilizados, y ni siquiera El Premio Nacional de Literatura pudo salvarlos, a ellos esa voz que proviene desde el fondo los estremece.
“Yo no vengo a llorar aquí donde cayeron:
vengo a vosotros, acudo a los que viven.
Acudo a ti y a mí y en tu pecho golpeo.
Cayeron otros antes. Recuerdas? Sí, recuerdas.
Otros que el mismo nombre y apellido tuvieron”.
Neruda entonces, va a cumplir la función de una piedra de tope, para el ejercicio literario, no solo en el plano estético, sino desde el punto de vista de la ética.
Hanah Arendt, nos recuerda que las obras de arte “existen no para la gente sino para el mundo”. Debe ser porque en algunas ocasiones ocurren experiencias que solo pueden ser retratadas desde el arte, ni un reportaje, ni un testimonio pueden tener la fuerza que posee la voz de los sin voz. Porque lo que se muestra no puede ser dicho, según Wittgenstein, en el silencio del dolor, radica la fuerza del propio discurso profético.
Eres tú, Patria, eres ésta, éste es tu rostro?
Este martirio, esta corona roja
de alambres oxidados por el agua salobre?
Es Pisagua también tu rostro ahora?
Pero la dictadura es mezquina, niega incluso una muerte digna al poeta, la huella de su paso en otros tiempos por diversos lugares, genera un movimiento de solidaridad y apertura al sufrimiento del pueblo chileno, muchos países abrieron sus fronteras para recibir a quienes provenían de la tierra del Premio Nobel de América Latina.
Siguiendo la huella del Nobel
Si hubiera que buscar las huellas estéticas de Neruda, sin duda Efraín Barquero, Premio Nacional de literatura del año 2008, es una de las voces más destacadas, especialmente con La piedra del pueblo “El hombre busca el pan con un esfuerzo sobrehumano./ Dando saltos inverosímiles hacia el cielo,/ con pesados andamios llenos de materiales/ que alcanzarían para construir dos veces la tierra”, dice en el primer poema. Barquero vivirá su exilio en Francia, desde ahí seguirá construyendo su poesía, profundizando su eje temático.
Más singular parece el caso de Raúl Zurita, Premio Nacional del año 2000, calificado dentro de los movimientos de neo-vanguardia -y por tanto- de intento de camino propio, en el sentido de romper con las tradiciones, especialmente Neruda y Parra, aun así tiene en su poética trazos y remembranzas de Neruda.
En La vida nueva, de manera específica, se da un intento por confeccionar un proyecto grandilocuente, desmesurado, donde letra, imagen, bajo la idea de instalación, pretende emular la mística de El Canto General. Sin embargo, aquí no habla el compañero, ni está presente la fe de un pueblo, se trata de un hablante de tono menor, una especie de chamán en el sentido que es capaz de alterar una realidad, curar las heridas del pasado, por medio de los torrentes de ríos y montañas, la operación es hipertextual, donde por ejemplo una cita del Popol Vuh, nos retrotrae al poeta del siglo veinte. De hecho el propio Zurita reconoce en una entrevista en 1980, con María Eugenia Brito, que intentar imitar a Neruda es imposible, porque significaría tener que escribir mejor que él. El diálogo por tanto se da desde otro sitio, con otros dispositivos de escritura.
Re-situar a Neruda en pleno siglo XXI, significa descubrir nuevas formas de lectura, nuevas maneras de abordaje de sus numerosos matices, desde esa perspectiva, las interpretaciones hechas desde los paradigmas de la guerra fría, parecen pobres y no hacen otra cosa que mostrar su incapacidad de entender -tal vez- al poeta más importante de habla hispana del siglo pasado,
Por Omar Cid Escritor. Director Crónica Digital