El 11 de septiembre de 1714 se produjo la rendición de Barcelona, capital del Principado Catalán, tras resistir 42 días de feroz asedio de la plaza, sometida a los ataques del ejército de Felipe V, monarca absolutista de España. Los catalanes, con 5000 hombres luchando a las órdenes del Primer Conseller de la Generalitat de Catalunya, Rafael de Casanova, resistieron hasta el heroísmo a los asaltos de un ejército inmensamente superior en hombres y en elementos de guerra; y, ese día 11 de septiembre de 1714, las libertades catalanas cayeron ante la fuerza del rey Borbón.
Las disposiciones que debían regular la capitulación de Barcelona, redactados de puño y letra por el secretario del Mariscal Duque de Berwick, Comandante de las fuerzas de Felipe V, garantizaban la vida de todos los que defendieron la ciudad condal “impidiendo que la ciudad sea librada al pillaje y que todos puedan vivir en sus casas como antes, sin ser molestados en razón de lo que han hecho ahora contra el Rey”. Lo que vino después fue la pérdida de la libertad del pueblo catalán, la persecución, la cárcel y la muerte. El general catalán José Moragues, su compañero Jaume Roca y el Teniente General de Fusileros José Macip fueron ferozmente torturados y ejecutados a garrote vil, descalzos, vistiendo camisas de reclusos y sus cadáveres fueron descuartizados. A guisa de escarmiento, la cabeza del General Moragues fue exhibida en una plaza pública, metida en una jaula. Su mujer suplicó la entrega de aquel despojo del cuerpo de su marido, gracia que le fue concedida doce años después.
Otro 11 de septiembre, el de 1973, militares sublevados chilenos bombardearon e incendiaron el Palacio de la Moneda , sede del Gobierno en Santiago, donde se encontraban el Presidente Constitucional Salvador Allende y sus colaboradores inmediatos. El general Augusto Pinochet, nombrado Comandante en Jefe del Ejército por el Presidente Allende unas semanas antes, utilizaba los medios más mortíferos de los que disponía para liquidar a Allende, a su Gobierno y a todas las libertades públicas que el pueblo chileno había conquistado laboriosamente. El General de Aire, Gustavo Leigh había agradecido a Allende, días antes, con ojos humedecidos por la emoción, el nombramiento que éste le hiciera de Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, encargándose ese 11 de septiembre de ordenar los bombardeos de lugares sin ningún poder de fuego, sin capacidad de resistencia ni defensa alguna.
En los primeros Bandos dictados por la nueva Junta de Gobierno se garantizaba a los trabajadores chilenos que no perderían ninguno de sus derechos. De ellos no quedó ni uno solo. Ni el derecho a la vida.
El 11 de septiembre de 1973 no había en las cárceles chilenas ni un solo preso político. Durante el Gobierno de Allende no se fusiló a nadie. Las libertades de expresión y de crítica fueron totales. Pero el pueblo de Chile debía recibir, como el pueblo catalán en 1714, un severo escarmiento.
Hoy, el pueblo de Chile recordará a su Presidente Allende, que entregó su vida en holocausto a su pueblo, consecuente con sus ideales de libertad y de justicia. Hoy, los catalanes, concurriendo a su Diada, recordarán a su Presidente mártir, Lluís Companys, fusilado por Franco en los fosos del Castillo de Montjuich, en Barcelona y al Primer Conseller Rafael de Casanova, alma de la resistencia ante Felipe V.