Salvador Allende sabía reírse de sí mismo y como era el candidato permanente a la presidencia de la república, eligió el epitafio que yo uso como título de esta entrega. La biografía publicada por el escritor español Mario Amorós, a mi modo de ver, aporta aspectos de la vida de Salvador Allende, que no han sido profundizados suficientemente: por ejemplo, la importancia del pensamiento libertario en la formación del joven Allende – que lo tomó del “viejo” Demachi, obrero anarquista de los cerros porteños – y también el papel fundamental que jugó la revolución española en la generación política progresista de los años 30 y, por cierto, la rebelión universitaria que derrocó a Carlos Ibáñez del Campo, en 1931.
La huella de los ácratas, a partir de los años 20 – muchas veces omitido por la historiografía marxista tradicional – jugó un papel especial en los socialistas chilenos – baste recordar que uno de sus líderes e ideólogos principales, Eugenio González, fue uno de los personajes claves de los anarquistas chilenos -, pues Allende siempre condenó, con vigor, las intervenciones de la URSS en Alemania Oriental, en Hungría, en Checoslovaquia y Polonia, y se sentía más cerca de Tito que de Stalin – aunque reconoció la raíz obrera de los comunistas chilenos, siempre hubo una distancia con respecto a la obediencia de este Partido a la línea moscovita -.
Hacia los años 1952 Allende se separa del núcleo principal del Partido Socialista chileno, que había decidido apoyar al ex dictador, Carlos Ibáñez del Campo y, en consecuencia, se ve forzado a formar un nuevo Partido, el Socialista de Chile, diferenciándose de los socialistas populares – de Altamirano, Almeyda, Aniceto Rodríguez y Ampuero – presentándose, por primera vez, como candidato a la presidencia de la república, apoyado por los comunistas, que estaban en la semi clandestinidad, a raíz de la implementación de la Ley de Defensa de la Democracia, en 1948.
Carlos Ibáñez, un líder populista y muy cercano al peronismo, engañó a los ciudadanos chilenos prometiendo, con el símbolo de “la escoba”, acabar con la corrupción de los radicales, fundamentalmente, y hacer un gobierno fuerte que, nuevamente, pudiera aplicar “el termocauterio por arriba y por abajo”. En la elección del 4 de septiembre de 1952, Carlos Ibáñez logró 444.439 votos, y Salvador Allende salió último, con apenas 51.975 votos.
Salvador Allende, siguiendo la inspiración de los miembros de la “generación de los 30”, fue claramente opositor durante todo el segundo período del llamado “general de la esperanza”, incluso, en dos ocasiones, votó en forma muy distinta a sus ex compañeros socialistas – en ese momento, ibañistas -; en la elección extraordinaria de senador por Santiago optó por el candidato de la oposición Quinteros Tricot; en la de diputado por el primer distrito de Santiago, por el falangista Rafael Agustín Gumucio Vives, prefiriendo apoyar a un social cristiano que a don Clodomiro Almeyda, un socialista popular ibañista.
En la ridícula sociedad chilena actual de “winners” neoliberales, parece impensable que un candidato perdedor, con apenas 50.000 votos, pretendiera repetir la hazaña de su postulación el 4 de septiembre de 1958, elección que perdió en las mesas de mujeres y ganó en las de los hombres, a pesar de que el progresismo había luchado siempre en pro del voto de la mujer, entendiendo, como lo decía el poeta Francés, Louis Aragon, que “la mujer es el porvenir del hombre”. En estas elecciones, Allende logró el 28,5% contra el 31,2% del candidato de derecha, Jorge Alessandri Rodríguez. En el Congreso pleno, los democratacristianos votaron a favor de Jorge Alessandri. Esta fue una de las campañas más vistosas de Allende, pues aún se recuerda el “tren de la victoria”, que paraba en todas las estaciones del tren, de Santiago a Puerto Montt.
En 1974, la elección extraordinaria de Curicó, con el triunfo de Óscar naranjo (hijo), sepultó las posibilidades de Allende, pues al retirarse la candidatura de Julio Durán, la derecha apoyó a Eduardo Frei, y el dinero de Alemania y Estados Unidos en favor del democratacristiano sirvió para difundir una monstruosa campaña del terror – por ejemplo, se mostraban letreros y gráficos de tanques rusos en actitud de disparar contra La Moneda; aún recuerdo que el día anterior a la elección, Juanita Castro, hermana de Fidel, pronunció un discurso aterrante contra el gobierno cubano, a fin de disuadir a los pocos indecisos que quedaban. Eduardo Frei Montalva, como era de esperar, logró el 55,7% de los votos, contra el 38,6% de Salvador Allende.
La Unidad Popular fue una idea que surgió de los rebeldes de la Democracia Cristiana, que hablaban de la unidad social y política del pueblo; se trataba de llevar a cabo una poderosa combinación, y en 1970, se reunieron los distintos Partidos que conformaban la Unidad Popular – el Mapu, el API (de Rafael Tarud), el Radical de izquierda (de Alberto Baltra), los socialistas y los comunistas – y cada Partido presentaba sus respectivo candidato y tenía derecho a dos votos: por el suyo y por otro; los candidatos Jacques Chonchol, por el Mapu, Rafael Tarud, por el API, Alberto Baltra, por los radicales y Pablo Neruda, por los comunistas; los socialistas aún no se decidían por su candidato. El parto de la Unidad Popular fue muy difícil, pues no se lograba la mayoría para ningún candidato. Al final, los socialistas optaron por Salvador Allende, pero con muchas reticencias, y su nominación fue con 12 votos a favor y 13 abstenciones.
Con mucha razón, Allende decía que “era como la Coca Cola, una marca registrada que, a diferencia de los demás candidatos – todos nuevos – tenía la experiencia y el apoyo popular”. En este escenario, la división de la burguesía favoreció a Allende que, junto con el triunfalismo de la derecha, con su anciano candidato, Jorge Alessandri, estaban seguros de llegar al poder. En ese sentido, el triunfo de Allende fue, a mi modo de ver, una sorpresa.
Al final, Salvador no sólo fue el Presidente de Chile, sino también uno de los líderes más importantes de la izquierda mundial. En cualquier país se encuentra una plaza, un parque, una calle… que lleva el nombre del Presidente mártir.
Rafael Luis Gumucio Rivas
5 09 2013