Se ha producido una verdadera cascada de peticiones de perdón de ambos bandos – partidarios del gobierno de la Unidad Popular y de la dictadura – y la verdad es que cuesta comprender el fondo de las motivaciones de cada uno de los protagonistas: Hernán Larraín, que sólo era un funcionario de la Universidad Católica, durante la época del gobierno de facto, pide perdón por las “posibles” omisiones, aun cuando se sabe de continuos y graves atropellos a los derechos humanos contra profesores y alumnos.
El Presidente Piñera, al menos, fue más claro al denunciar a los cómplices pasivos, a los tribunales de justicia, a los medios de comunicación y a los funcionarios de la dictadura – algunos de ellos forman parte de su propio gobierno – entre otros. Por el sector de la Unidad Popular, los “mea culpa” son aún más confusos, pues la petición de perdón por parte de las víctimas más parece humillación que grandeza. En el fondo, arrepentirse de los tres tercios irreconciliables por la radicalización del Partido Socialista – como lo hacen Osvaldo Andrade y Camilo Escalona, por ejemplo – además de una repetición de la renovación socialista, carece de sentido si no se visualiza en el contexto en que ocurrieron los hechos; más parece que estos personajes, hoy convertidos en neoliberales, se arrepienten de sus furias juveniles.
Las declaraciones de Hermógenes Pérez de Arce permiten ver, con toda claridad, que el tema de la reconciliación, impuesto por “decreto” por parte de la prepotente Concertación, a más de un insulto para las víctimas, es un error garrafal pues, a través de la historia, los reencuentros entre los ciudadanos demandan un largo proceso – a más de doscientos años de la Revolución Francesa y varias décadas de la Guerra Civil española, aún las diferencias los separan – y pasarán años y varias generaciones en que Chile nunca olvidará a los que mataron por matar a sus connacionales. La derecha sigue manteniendo su calidad de genocida y, hasta ahora, no se ha arrepentido ni un ápice.
No debiéramos confundir el arrepentimiento tardío con la ética de la responsabilidad: en el caso de crímenes de lesa humanidad, la derecha nunca ha querido hacerse responsable del genocidio, y solamente han pagado unos pocos militares, cuyos crímenes, torturas y vejaciones siguen clamando al cielo. Los civiles millonarios – hoy dueños de Chile gracias a las privatizaciones de las empresas estatales, no sólo se sientes libres de polvo y paja, sino también usan, como sus marionetas, a los Presidentes de turno – dando el espectáculo “Melón y Melane”.
Cuentan los historiadores que el gobierno de Cuyo quiso cobrar a don Ignacio de la Carrera, el padre de Juan José, Luis y José Miguel, las costas de los fusilamientos de sus hijos, constituyéndose en uno de los episodios más crueles de nuestra historia. En el caso de la dictadura chilena, los familiares de los degollados, Parada, Guerrero y Natino pagaron, con sus impuestos a los funcionarios que los mutilaron y dieron muerte cruel y que supera todos los límites racionales.
Los chilenos pagaron a los funcionarios del Estado para que violaran, torturaran, violaran e hicieran de desaparecer a miles de chilenos, que es uno de los elementos característicos del terrorismo de Estado. El ejército que actuó durante la dictadura militar, aplicando los métodos de la contrainsurgencia francesa en Argelia, en uno de sus manuales se consignaba que “el terrorista” no puede quejarse ante la tortura, por cruel que sea, convirtiéndose luego, en un método legítimo en la guerra total. En este plano, la dictadura no se diferenció, en nada, del nazismo, razón por la cual me repugnarán las convivencias connivencias entre verdugos y víctimas.
Para que “el nunca más” – muy “cacareado” por la Concertación y los militares – se haga realidad es: 1) al menos, imprescindible que quienes se enriquecieron gracias a la dictadura y con dineros del Estado, no sólo hagan una verdadera verborrea del mea culpa, sino que también reparen, así sea por un impuesto especial, destinado a las víctimas de los graves atropellos, de los cuales ellos son culpables, directa o indirectamente; 2) que El Mercurio, La Tercera y La Segunda, reconozcan que mintieron con respecto a los acontecimientos, cometieron imperdonables delitos y faltas contra la ética – como aquella tapa en la cual se consignaba que “se mataron como ellos” -; 3) que la UDI deje de ser el albacea del legado del tirano, Augusto Pinochet y se convierta en un partido democrático y al servicio de los ciudadanos; 4) que la Democracia Cristiana reconozca su responsabilidad en los primeros años de la dictadura. Como estas condiciones están muy lejos de darse, es mejor reconocer la verdad histórica y que La famosa reconciliación es una gran mentira del duopolio, que hoy están más unidos que nunca con el Chile individualista, desigual, clasista y repugnante, heredado de Pinochet.
Rafael Luis Gumucio Rivas
04/08/2013