He robado el título del documental de Marco Enríquez-Ominami para tratar el tema de cómo los partidos políticos, que apoyaron a José Manuel Balmaceda y a Salvador Allende, traicionaron sus ideales en la forma más abyecta. No hay Partidos más corruptos que el Liberal Democrático respecto al Balmaceda y, el Socialista, con relación a Allende.
Es bien sabido que el personaje histórico a quien más admiró Salvador Allende fue José Manuel Balmaceda, “el Presidente mártir”, que murió por sus ideales, luchando contra la fronda plutocrática. El poeta Rubén Darío lo retrataba de la siguiente manera:
“El señor José Manuel Balmaceda es un liberal rojo”.
“Su voz es vibrante y dominante; su figura llena de distinción; la cabeza erguida, adornada por una poblada melena, el cuerpo delgado e imponente, su trato irreprochable, de hombre de corte y de salón, que indicas a la vez al diplomático de tacto y al hombre cuto. Es el hombre moderno”
El último discurso de Allende, el 11 de septiembre, en la Radio Magallanes, tiene tonos y ritmos muy similares al testamento político de Balmaceda:
“Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor” (Allende).
Y Balmaceda:
“El triunfo y el sometimiento de los caídos producirán una quietud momentánea; pero antes de mucho renacerán las viejas divisiones, las amarguras y los quebrantos morales para el jefe de Estado”.
“El régimen parlamentario ha triunfado en los campos de batalla, pero esta victoria no prevalecerá. O el estudio, el convencimiento y el patriotismo abran camino tranquilo y razonable a la reforma y a la organización del gobierno representativo, o nuevos disturbios y dolorosas perturbaciones habrán de producirse entre los mismos que han hecho la revolución unidos, y que mantienen la unión para el afianzamiento del triunfo, pero que al fin concluirán por dividirse y chocarse. Estas eventualidades están más que en la índole y en el espíritu de los hombres, en la naturaleza de los principios que hoy triunfan y en la naturaleza de las cosas”.
La guerra civil de 1981 costó más muertos que la guerra del Pacífico, y su única conquista fue la llamada libertad electoral, que reemplazó el poder omnímodo de los presidentes – que nombraban a dedo a senadores, diputados y gobernadores – por la corrupción del cohecho, que permitía que los cargos se repartieran entre los ciudadanos que tenían más dinero. La plutocracia y la partidocracia se vengaron de los ideales románticos de Balmaceda – la defensa de los intereses nacionales, en el salitre – y el progreso económico del país.
El partido de los perseguidos balmacedistas, el Liberal Democrático, nombre que recordaba la formación política que apoyó la candidatura del gran político, Benjamín Vicuña Mackenna – en si tiempo, derrotado por la omnipotencia presidencial – fue amoldándose, paulatinamente, a la corrupción del parlamentarismo: una serie amnistías fueron borrando las divisiones, consecuencia de la guerra civil. En un comienzo, los balmacedistas, dirigidos por don Claudio Vicuña intentaron, por medio de diversas conspiraciones, derrocar el gobierno de Jorge Montt, tratando de reponer los ideales del Presidente mártir, pero al poco andar, Juan Luis Sanfuentes, un especulador de la Bolsa y se había convertido en millonario en base a viles juegos especulativos, se fue apropiando del Partido Liberal Democrático – el carácter de don Juan Luis Sanfuentes se diferencia poco del de nuestro actual Presidente, ambos millonarios y geniales en la especulación financiera; por lo demás, el escenario político no puede ser más análogo que el de la plutocracia parlamentaria y el de hoy – hasta que los sucesores de Balmaceda de idealistas, se convirtieron en los más ávidos logreros, agiotistas y en reyes del reparto de los cargos fiscales.
Los liberales democráticos perdieron todos sus ideales laicos al unirse a los conservadores pechoños para formar la coalición. Su único norte era enriquecerse y convertirse en dueños de los puestos fiscales, en especial el poder judicial y, para acceder a ser juez prevaricador, era imprescindible militar en el Partido Liberal Democrático.
A pesar de la corrupción de sus seguidores, el mito y la grandeza de Balmaceda se instaló en el pueblo y, hasta hoy, junto con José Miguel Carrera, Francisco Bilbao y tantos otros, constituyen la pléyade de grandes libertarios y rebeldes, que encarnan el ideario popular. A este panteón de grandes líderes políticos se agrega Salvador Allende.
El Partido de Salvador Allende, el Socialista, al igual que el de Balmaceda, se ha convertido en el eje de una transición, heredera del neoliberalismo instaurado por Augusto Pinochet a sangre y fuego y su rol, junto a los demás partidos de la Concertación, ha sido el profundizarlo y perfeccionarlo. Es falso que lo hicieron por miedo pues, en el fondo, se convirtieron en tan neoliberales como los derechistas.
No hay mejores lacayos de los grandes empresarios que los Correa, los Tironi, los Garretón, los Estévez, y otros; Bachelet es la candidata de los Luksic y, Escalona se ha convertido, de revolucionario allendista en un reaccionario gotoso.
Para los empresarios, los mismos que se enriquecieron con Pinochet, en la actualidad, son mejores protectores los socialistas que la vieja derecha, pues no son tontos – saben bien que la candidata de la Alianza será derrotada – y la historia les prueba que los dos gobiernos socialistas anteriores le han asegurado las mejores rentabilidades. Qué importa el color del gato si siempre permanecerá como tal.
Rafael Luis Gumucio Rivas
03/09/2013