Antes que comience la guerra occidental más estúpida en la historia del mundo moderno –desde luego me refiero al ataque a Siria que ahora todos tendremos que tragarnos–, bien se puede decir que los misiles crucero que con tanta confianza esperamos que barran una de las ciudades más antiguas de la humanidad no tienen nada que ver con Siria. La intención es dañar a Irán.
Se trata de golpear a la república islámica ahora que tiene un presidente nuevo y vibrante –en oposición al orate Mahmud Ajmadineyad–, y cuando tal vez comienza a ser un poco más estable.
Irán es enemigo de Israel. Por tanto, es enemigo de Estados Unidos. Así pues, lancen los misiles contra el único aliado árabe de Irán.
No hay nada placentero en el régimen de Damasco. Tampoco estos comentarios deslindan al régimen en lo referente al gaseo masivo. Pero tengo la edad suficiente para recordar que cuando Irak –entonces aliado de Washington– usó gas contra los kurdos de Halabja, en 1988, no tomamos Bagdad por asalto. De hecho, ese ataque tuvo que esperar hasta 2003, cuando Saddam Hussein ya no tenía gas ni ninguna otra de esas armas que alimentaban nuestras pesadillas.
También recuerdo que la CIA sostuvo en 1988 que Irán era culpable de los ataques con gas en Halabja, palpable mentira enfocada en el enemigo de Estados Unidos al que Saddam combatía por cuenta nuestra. Y en Halabja murieron miles, no cientos. Pero así son las cosas. Distintos días, distintos raseros.
Y supongo que vale la pena señalar que cuando Israel dio muerte a más de 17 mil hombres, mujeres y niños en Líbano, en 1982, en una invasión supuestamente provocada por el intento de asesinato del embajador israelí en Londres por la OLP –fue Abu Nidal, amigo de Saddam, quien arregló ese ataque, pero eso no importa ahora–, Washington se limitó a llamar a los dos bandos a ejercer contención. Y cuando, meses antes de esa invasión, Hafez Assad –padre de Bashar– envió a su hermano a Hama para exterminar miles de rebeldes de la Hermandad Musulmana, nadie musitó una palabra de condena. Las reglas de Hama, es como mi viejo amigo Tom Friedman tituló cínicamente a aquel baño de sangre.
Como sea, en estos días hay una Hermandad diferente, y Obama no se animó siquiera a decir ¡bu! cuando un presidente electo democráticamente, miembro de esa organización, fue derrocado.
Pero aguarden. ¿Acaso Irak, cuando era nuestro aliado contra Irán, no usó también gas contra el ejército iraní? Claro que sí. Yo vi a las víctimas de ese perverso ataque de Saddam, con heridas como las de la batalla de Ypres, en la Primera Guerra Mundial –debo añadir que oficiales estadunidenses recorrieron más tarde el campo de batalla y rindieron un parte a Washington–, y no lanzamos ni siquiera una maldición al respecto. Miles de soldados iraníes en la guerra de 1980-88 murieron envenenados por esa arma vil.
Yo viajé aquella noche de regreso a Teherán en un tren de militares heridos y en verdad olí la sustancia; hubo que abrir las ventanillas de los corredores para liberar el tufo del gas. Esos jóvenes tenían heridas sobre heridas, literalmente. Tenían horribles llagas en las que flotaban otras aún más dolorosas, cercanas a lo indescriptible. Sin embargo, cuando se les envió a hospitales de Occidente para recibir tratamiento, los periodistas escribimos, luego de contemplar evidencias de la ONU más convincentes de las que probablemente llegaremos a obtener desde el exterior de Damasco, que eran presuntas víctimas del gas.
Entonces, ¿qué, en nombre del cielo, estamos haciendo? Después de que incontables miles han perecido en la atroz tragedia de Siria, de pronto –ahora, luego de meses y años de prevaricación– nos molestan unos cuantos cientos de muertos. Terrible. Inconcebible. Sí, es cierto. Pero el trauma de esta guerra debió impulsarnos a la acción en 2011. Y en 2012. Pero ¿ahora? ¿Por qué?
Sospecho que sé la razón. Creo que el despiadado ejército de Bashar Assad tal vez está ganando contra los rebeldes que armamos en secreto. Con ayuda del Hezbolá libanés, el aliado de Irán en Líbano, el régimen de Damasco destrozó a los rebeldes en Qusayr y quizá esté en el proceso de acabar con ellos en el norte de Homs. Irán está profundamente involucrado en proteger al gobierno sirio. Por tanto, una victoria de Bashar es una victoria para Irán. Y Occidente no puede tolerar victorias iraníes.
Y ya que estamos en el tema de la guerra, ¿qué pasó con esas magníficas negociaciones israelí-palestinas de las que tanto alardeaba John Kerry? Mientras expresamos angustia por los perversos ataques con gas en Siria, la tierra de Palestina sigue siendo engullida. La política del Likud israelí –seguir negociando la paz hasta que no quede nada de Palestina– continúa a toda marcha, razón por la cual la pesadilla del rey Abdalá de Jordania (mucho más potente que las armas de destrucción masiva con las que soñábamos en 2003) sigue creciendo: que Palestina acabará siendo en Jordania, no en Palestina.
Pero si hemos de creer a las tonterías que salen de Washington, Londres, París y el resto del mundo civilizado, es sólo cuestión de tiempo para que nuestra veloz y vengativa espada aniquile a los damasquinos. Observar a los líderes del resto del mundo aplaudir esta destrucción es tal vez la más dolorosa experiencia histórica que debe soportar esta región. Y la más vergonzosa. Excepto porque también estaremos atacando a musulmanes chiítas y sus aliados ante el aplauso de musulmanes sunitas. Y de eso están hechas las guerras civiles.
Publicado en The Independent
Traducción: Jorge Anaya