La educación en Chile no puede ser más mala. Durante el funesto período del duopolio han ocupado la cartera del ramo incontables ministros que muy poco han hecho por mejorar la calidad de la educación – no en vano, la mayoría de ellos está evaluado por las encuestas como uno de los ministerios más deficientes -.
Hay un tema de fondo, de índole ideológica, que hace difícil realizar una verdadera revolución educacional: la contradicción entre la concepción de los procesos de enseñanza-aprendizaje como “un bien de consumo” – según las expresiones del actual presidente de la república – cuyos bienes se transan en un mercado desregulado, la educación es la actividad menos fiscalizada de todas las que existen en el país, y la educación como un derecho, garantizado por la Constitución, de carácter republicano, laica, igualitaria, gratuita y universal. Entre estas dos posturas ideológicas no puede haber transacción posible, pues mientras no se resuelva esta contradicción, seguiremos entrampados en un pésimo sistema educacional.
La educación concebida como bien de consumo y, por tanto, formando parte del mercado, no puede hacer otra cosa que estratificar, es decir, separar cada vez más entre escuelas para ricos y escuelas para pobres – “los que nacen con estrella y los que nacen estrellados” – entre establecimientos educacionales “con números y letras” y colegios con nombres y enseñanza en inglés y de grandes congregaciones religiosas, en síntesis, una educación para “rotos” y otra para “caballeros”.
La lógica del mercado es la competencia, ojalá existiera la máxima posible, por desgracia, muchas veces se evita la competencia al favorecer la fusiones duopólicas, tripólicas, de colusión, y otras. La lógica de la educación como un derecho inalienable e igualitario es la colaboración y la solidaridad. Entre a competencia, que trata de dominar- incluso aniquilar al más débil – y la cooperación y solidaridad – construir en común – hay un mar de diferencia, en consecuencia, los resultados son muy distintos; en el primer caso, un país desigual y, en el segundo, uno que propende a crear un país con auténtico sentido comunitario.
En la educación de mercado siempre vamos a tener resultados nefastos en la evaluación docente, como el que acabamos de conocer en la aplicación de la prueba INICIA, en la cual un 60% de los futuros docentes desconocen los contenidos y los métodos pedagógicos para que el alumno aprenda – anteriormente, en otra evaluación, los docentes de inglés demostraron absoluto desconocimiento del idioma -.
En este sistema educacional, las competencias docentes son ignoradas, más bien son incompetencias. Sería muy injusto culpar sólo a los reprobados de este bochorno nacional, pues ellos son víctimas de la educación del maldito mercado. En primer lugar, este país considera a los profesores como esclavos y seres condenados al desprecio de la sociedad, cuya profesión es considerada como de segunda categoría. Normalmente, quienes siguen estudios de pedagogía son los estudiantes – egresados de educación media – que han aprendido muy poco en colegios municipales con número, o subvencionados de mala calidad quienes, posteriormente, no tienen puntaje en la PSU para optar a carreras consideradas “rentables”. En las carreras de educación de las universidades, muchas de ellas con “profesores taxis”, a quienes poco o nada les interesa la formación de sus alumnos, no pueden sino seguir en la ignorancia, y cuando llega el momento en que deben enfrentar un aula de clases, se ven imposibilitados de cumplir con cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje, en consecuencia, entramos en el círculo vicioso de la ignorancia institucionalizada. Se da el caso de que los malos alumnos, con malos profesores van a las malas universidades – como el caso dramático de la Universidad del Mar, en que el 90% de los alumnos carecía de competencias para ser profesor primario o secundario -.
El problema no es sólo de aporte de recursos económicos, pues podemos gastar, por ejemplo, el 10% del PIB, hacer una reforma impositiva que recaude, incluso, ese mismo porcentaje, construir edificios tan modernos y funcionales – como el hospital de Tocopilla -, pero si no existen docentes altamente calificados, todos los demás esfuerzos no servirán de nada si no ubicamos la educación como la tarea más importante del país y no la entendemos como un derecho garantizado, que sea exigible al Estado por cualquier chileno ante los tribunales de justicia, como también considerarla como laica, igualitaria, gratuita y de calidad.
El rol del profesor debe ser considerado fundamental: la exigencia para acceder a la profesión debe ser la más alta posible y no se permitirá ejercer la docencia sin un previo examen escrito y práctico de competencias docentes. La profesión de profesor desde el kínder hasta la universidad debe ser la mejor remunerada en Chile, con preferencia los docentes de preescolar y escolar, que deben ser considerados por el Estado y la sociedad como los pilares fundamentales de la república y valorados como verdaderos héroes nacionales.
La educación no sólo se realiza en el aula y sus componentes no son únicamente la comunidad educativa: en el mundo de hoy, los medios de comunicación e internet juegan un papel, incluso, superior al aula, por consiguiente, la televisión del Estado no puede seguir propagando a ignorancia y la chabacanería so pretexto de autofinanciarse, sino que debe cumplir, obligatoriamente, un rol educativo – como lo hace la BBC de Londres -, asimismo, debe haber computador e internet gratuito para todos los niños chilenos.
Se hace urgente dejar de lado la competencia malsana, basada en el mercado, para dedicar todos los esfuerzos a desarrollar las competencias docentes.
Rafael Luis Gumucio Rivas
23/08/2013