Diciembre 27, 2024

Es imposible borrar la historia

Durante estos días ha surgido, dentro de la Democracia Cristiana la propuesta de aceptar, como doctrina oficial sobre el tema del golpe de Estado, la declaración de rechazo a la intromisión militar, redactada por 13 personalidades de ese Partido encabezadas por su líder moral, Bernardo Leighton Guzmán. Aventurarse a negar que la directiva del partido demócratacristiano, presidida por Patricio Aylwin en ese entones, no sólo instigó, participó y aplaudió el golpe de Estado, sino que fue el actor fundamental para que se llevara a cabo el derrumbe de nuestra democracia – sin el pase y decidido apoyo de la Democracia Cristiana, los cobardes militares jamás se hubieran atrevido a tomarse el poder a sangre y fuego, como lo hicieron.

 

Quiero ser claro y rotundo y sin ninguna ambigüedad: la mayoría de los directivos de este Partido y muchos de sus militantes aún deben ser señalados como culpables del cruento inicio de la dictadura militar, y nada ni nadie podrá borrar, a través de la historia, esta responsabilidad.

 

La Democracia Cristiana nació como un Partido antidictatorial: su padre espiritual, Rafael Luis Gumucio Vergara, aprendió de Genaro Prieto que nunca se debiera apoyar la intervención de los militares en política. En 1924, el Partido Conservador estaba muy feliz con cierre del Congreso y, simultáneamente, el exilio de don Arturo Alessandri Palma; mi abuelo, director de El Diario Ilustrado, como buen derechista y conservador acérrimo, participaba de esta alegría, hasta que Genaro Prieto – escritor y humorista – le hizo ver: “Usted, don Rafael Gumucio, nunca hizo el servicio militar, porque es cojo de nacimiento, no conoce a los militares y no sabe de las brutalidades que pueden hacer cuando se toman el poder”. De ahí en adelante aprendió que bajo ningún pretexto o situación extraordinaria, hay que llamar a los militares al poder. Es esta lección ejemplificadora la que Aylwin, Frei Montalva, Andrés Zaldivar, entre otros muchos dirigentes, olvidaron y traicionaron. Nada ni nadie podrá borrar su irresponsable actuación de mi memoria.

 

La Falange y la Democracia Cristiana nacieron y vivieron en el rechazo a todo tipo de dictadura y muy distante de los militares que, por la misma razón hicieron un golpe de Estado, con el denominado “tacnaso”, en pleno gobierno de Frei Montalva, defendido valientemente por la CUT, el Partido Comunista y el Mapu – y no así por algunos pequeños sectores socialistas -. El antimilitarismo era la joya de la corona de la Democracia Cristiana hasta antes del golpe de Estado de 1973 y, por tal motivo fue triste que nunca el servilismo de la Democracia Cristiana, presidida por Aylwin, respecto a la imposición de la bota militar que, en ese momento, asesinaba a chilenos cual perros nazis asesinos.

 

Nunca podrán el estigma de la carta de Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor, en ese entonces presidente de la Democracia Cristiana internacional, en la cual alaba a los militares, mucho menos la declaración del presidente del partido democratacristiano, Patricio Aylwin, en contradicción con los 13 líderes DC, defensores de la tradición democrática de este Partido. A veces olvidamos, con gran facilidad, que los dos principales promotores del golpe de Estado fueron edecanes de Eduardo Frei Montalva – Arellano y Bonilla -. En el exilio, Bernardo Leighton reveló que la directiva de su Partido le había mentido respecto al voto que condenaba al gobierno de Salvador Allende e interpelaba a los militares diciéndole que ese voto no implicaba la justificación del golpe militar. A veces, los pillos son más “zorros” para engañar que el transparente y honesto “Hermano Bernardo”.

 

Luego del golpe, muchos democratacristianos se integraron al gobierno de la dictadura, quizás, el más miserable de todos, fue Juan de Dios Carmona, uno de los valet predilectos de Eduardo Frei Montalva; otro – no quisiera nombrarlo – donó, junto a su esposa, las joyas para la supuesta “reconstrucción nacional”, que las guardó en su bolsillo el más ladrón y genocida de nuestros gobernantes.

 

Es cierto que después de una violenta entrevista con el ministro del Interior Óscar Bonilla, supuesto militar democratacristiano, respecto a la clausura de Radio Balmaceda, propiedad de la Democracia Cristiana, este militar respondió, tajantemente, a Aylwin que en Chile no existían partidos políticos, razón por la cual no debería dirigirse a él, en calidad de ex presidente de una facción que no tenías existencia legal. Hasta ahí llegó la lamida de botas y comenzó la ruptura entre la dictadura y la Democracia Cristiana.

 

Basta leer la revista Chile-América, que se publicaba en Roma, para comprobar las ácidas cartas que se intercambiaron entre Leighton y Frei Montalva, cuyo contenido demuestra una fuerte condena por parte del “Hermano Bernardo” al actuar de la Democracia Cristiana – que aún creía en salidas militaristas – y a la negativa de formar un frente amplio anti-fascista, que incluyera a todos los partidos políticos, incluso a los comunistas.

 

Quienes aún, torpemente, pretenden olvidar el pasado, relegándolo a tarea de historiadores, nunca podrán hacerlo, pues aunque el olvido sea un densa niebla, en cualquier momento puede disipar, para aparecer el buen tiempo y así destruir las alianzas espurias que mancillan la digna memoria de Salvador Allende, a cuarenta años de la batalla de La Moneda. Como dice la historiadora María Angélica Illanes, “la lucha por la memoria es nuestra tarea central” y, por esta razón, callar equivale a traicionar.

Rafael Luis Gumucio Rivas

16/08/2013

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