Diciembre 26, 2024

La culpa de Marte Dalelv: Habrá quien llame a eso diversidad cultural. Yo lo llamo barbarie. Pero es que yo soy algo bruto

LA historia sucede en Dubái. 6 de marzo. Marte Dalelv es una arquitecta de 24 años. Trabaja para una empresa sueca que opera en los Emiratos. Los hechos se desarrollan tras una cena de negocios. El alcohol está prohibido en las teocracias de la zona. Pero no es complicado hacerse con él cuando uno tiene medios. En el curso de cena y sobremesa, el consumo etílico fue alto. Dalelv es acompañada, luego, por un colega hasta su hotel. Y allí, violada. Presenta denuncia en comisaría. La denunciante es sometida a un test de alcohol que da positivo. Ipso facto, pasa de víctima a delincuente: consumir alcohol sobre la tierra del Profeta es delito grave. Persevera en su denuncia. La culpabilidad crece. Tener contacto sexual fuera del matrimonio es otro delito, aún más grave, para una mujer: adulterio. ¿Que el contacto fue forzado? Nada cambia. Cuenta el acto. Del cual la protagonista es siempre responsable. Si además hubo consumo etílico, la causa está perdida. Marte Dalelv fue juzgada y condenada a un mes de prisión firme por haber bebido alcohol. Y a doce meses más por haber sido copulada por varón musulmán. La posibilidad de obtener una revisión de la condena era, con la ley coránica en la mano, improbable.

 

Intervino el Gobierno noruego, cuyo Ministerio de Exteriores previno sobre la inseguridad de viajar a una tierra con prácticas tan ajenas a garantía jurídica. Dalelv se refugió en un centro religioso noruego en Abu Dabi. La empresa The one total home experience, para la cual trabajaba, la había despedido mientras tanto. «Conducta impropia», adujeron sus superiores. Del monto de los negocios de esa empresa en Dubái nadie dijo nada. Tampoco hacía falta.

Al menos, el Gobierno noruego parece haber movido sus hilos con eficacia: quede constancia de ello. Y la teocracia del emirato se ha avenido a ser magnánima. Tanto como para «perdonar» a la infiel sus abominaciones contra Alá, contra el Profeta y contra sus propios genitales. Fue «perdonada» por el jeque local, Marte Dalelv. Y, con ella, el varón perpetrador de un «adulterio» al cual la ley coránica no otorga, bajo ningún concepto, carácter de violación: una mujer que anda sola por la noche, entre hombres y con un par de copas de más, está pidiendo a gritos que la violen. El colega sudanés que consumó ese ejercicio no hizo, bajo el criterio de las leyes de allí, más que ser víctima de una impía corruptora. La ley coránica exige que, «perdonada» ella, lo sea él en idéntica medida. Libre anda.

Pero lo duro de verdad es constatar hasta qué punto la economía de la tan civilizada y tan moderna Europa está en manos de gentes que aplican tales criterios de derecho y que son, hoy por hoy, quienes deciden acerca de finanzas esenciales. En elemental decencia democrática y moral, ningún país civilizado debiera mantener relación alguna con Estados de un salvajismo tan extremo. La realidad es la contraria. No hay civilizado país en la democrática Europa que no esté dispuesto a hacer el camino a Abu Dabi de rodillas a cambio del más pequeñito de sus faraónicos contratos. Al menos, Dalelv no pasará por la cárcel. Ya es mucho. Puede darse por muy afortunada. Ciudadanas de otros países menos tenaces e influyentes que Noruega lo tendrían más duro. Pero condenada queda. Condenada por haber sido violada.

Habrá quien llame a eso diversidad cultural. Yo lo llamo barbarie. Pero es que yo debo de ser bastante bruto.

 

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