Noviembre 23, 2024

La resurrección de los muertos: zombies en la política

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¿A cuántos grados se quema un político? Porque es evidente que no todos arden a la misma temperatura. A nivel industrial, se llama “resistencia al fuego” al tiempo durante el cual un elemento es capaz de permanecer cumpliendo su función mientras se le expone al calor. Para medirlo existe una escala que va desde los 15 hasta los 240 minutos. En política es exactamente lo mismo, pero la escala es mucho más larga. Se debe pensar en meses, e incluso en años, dependiendo el grosor de las vigas económicas e institucionales que sostienen al personaje en su puesto.

¿Cuánta presión, incoherencia, porfía y contrasentido se tuvo que acumular para que los equilibrios biosicosomáticos de Pablo Longueira se terminaran por calcinar en el momento más fulgurante de su carrera política? ¿Qué pasó por su conciencia al momento de enfrentar el abandono de su candidatura? Al menos su cuerpo le puso en alerta y supo dar el paso al costado.

 

Otros políticos, literalmente calcinados, casi reducidos a las cenizas, todavía se pasean por la vida como si nada hubiera pasado en su carrera. Es gente como Víctor Manuel Rebolledo, que de improviso apareció en escena como candidato a diputado PPD por Illapel, cual hombre muerto caminando. Afortunadamente, la reacción de la opinión pública fue suficiente para hacerle ver que sus quemaduras, luego del caso Coimas, eran de cuarto grado, por lo que se apresuró a volver a su averno particular relamiéndose las llagas. Caso parecido es el de Julio Pereira, el ex director del SII que bailaba sobre las brasas durante meses y meses, desde que los funcionarios de la institución destaparon el perdonazo a la cadena Johnson’s. Sólo vino a caer cuando se reveló el informe de Contraloría sobre la serie de condonaciones tributarias que administró en favor de empresas en las que tenía participación accionaria. Hasta el mismo Sebastián Piñera tuvo que reconocer que Pereira debería haber presentado mucho antes su renuncia. Así y todo, Pereira todavía tuvo fuerza para gritar su “Viva Chile” en el discurso de despedida, cual Miguel Servet ardiendo en la hoguera.

 

Es verdaderamente alucinante contemplar el nivel de resistencia al fuego de políticos como Camilo Escalona. Desbancado de su sitial senatorial en Puerto Montt, en medio de una apoteósica ovación de la galería, no tardó mucho en volver a aparecer como candidato en cupo DC para la circunscripción costera de la región del Bío Bío. ¿Cuánto tiempo se demoró en retornar? ¿Un mes? ¿Tres semanas? Su caso evidencia que su blindaje es durísimo, galvanizado por cortafuegos poderosísimos. Son gente que no le tienen miedo a caminar sobre carbones ardiendo, como Gutenberg Martínez o Edmundo Pérez Yoma, quienes entre bastidores fungen de representantes oficiosos de las catorce familias que controlan la riqueza y el poder en este país. Otro caso es René Cortázar, que después de quedar achicharrado a su paso por la dirección de TVN, se siguió asando en la administración del Transantiago, y se terminó de cocer en vida en los caldos amargos del Canal 13. Cualquiera diría que a estas alturas su cadáver político debería ser abono para el césped del cementerio. Pero helo allí, en el comando de Michelle Bachelet, ¿esperando una nueva cartera o una alta designación presidencial? Como si fuera de teflón, las llamas del rechazo social no le terminan de despeinar. Más vale tener amigos que tener dinero, dice el refrán, especialmente si esos amigos se apellidan Luksic.

 

Muchos pensaron que la estrepitosa derrota de Andrés Velasco y su explícito rechazo a llamar a votar por Bachelet, significaría el alejamiento de su círculo de allegados del comando de la candidata de la Nueva Mayoría. Pero en política no operan las reglas de la geometría euclidiana, lineal, recta y directa, sino la lógica de la geometría hiperbólica y elíptica, basada en curvas y sinuosidades extremas. Por eso nos enteramos que la misma caterva de tecnócratas neoliberales que contralaron desde las sombras a los gobiernos concertacionistas está de vuelta, en gloria y poder. Eduardo Engel, Eduardo Bitrán, Guillermo Larraín, José de Gregorio, Alberto Arenas, y la lista podría continuar.

 

Decir que un político está “quemado” significa que se ha hecho intolerable para la conciencia cívica colectiva. Ha traspasado ciertos límites que hacen que no pueda seguir ocupando cargos de representación pública y nombramientos políticos de relevancia. Es una metáfora que pone distancia entre lo legal y lo válido, y por ello saber auscultar el “punto de cocción” de su gente es vital cuando los partidos y el Estado evalúan a sus cuadros y funcionarios. No basta que un político haya escapado a los castigos de la ley. Es necesario sondear su legitimidad y capacidad de interlocución social. Por más que se difiera de sus ideas, un político respetable puede lograr entablar debates y negociaciones creíbles con todos los actores involucrados en su área de competencia. ¿Escalona, Cortázar, Pérez Yoma o Gutenberg Martínez serían capaces de responder a este criterio? No sólo lo dudo. Lo niego tajantemente. La confianza es un recurso intangible, vital en política, que una vez que se pierde es imposible de recuperar. Por más que se les trate de maquillar, políticos como ellos siempre van a oler a chamuscado.

 

ALVARO RAMIS

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 786, 26 de julio, 2013

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