Diciembre 26, 2024

La importancia del centro social

Las elecciones primarias pusieron en el debate la pelea por el centro, aquella masa amorfa de habitantes, que profesa llena de orgullo una aversión por la política y sin más, mete a todos en un mismo saco, pero con un tratamiento menos áspero por la derecha.

Los miembros del centro social cumplen con su deber cívico y odian perder su voto. Demostrando que es un perfecto analfabeto político, decide su opción según los ganadores en las encuestas.

 

Un sujeto del espacio más disputado del espectro político, no pierde oportunidad para despotricar en contra de los estudiantes porque eso le da cierta prestancia social, sobre todo cuando agrega que deberían expulsar a los revoltosos por ser un hato de flojos e inadaptados que deberían irse presos. Un miembro del centro es un perfecto autoritario que de vez en cuando siente nostalgia por el dictador.

 

Sus insumos informativos lo compone LUN, La Cuarta y los programas de farándula. Luce una imponente antena parabólica en su antejardín, con centenares de canales en idiomas que no entiende. Hace gala del penúltimo iphone, del cual le quedan aún 23 cuotas por pagar, pero sigue sin siquiera entender las treinta o más aplicaciones que trae el aparato.

 

Manifiesta una admiración irrefrenable por el poder y los poderosos, y repite cuando puede que son los ricos los que generan la riqueza del país, y que los trabajadores sólo deben trabajar y no meterse en política. En tiempos de elecciones vinculará ambas ideas con la frase que lo resume todo: “Salga quien salga, igual yo tengo que salir a trabajar”.

 

Le parece que el discurso de la ultraderecha no tiene que ver con política, y coincide con sus voceros cuando cada diez minutos abjuran de los políticos. Ese aspecto le permite su otra frase genial: “A mí la política no me ha dado nunca nada”.

 

Un sujeto del centro social cree ciegamente en el mercado y considera que tener varias cuentas y tarjetas de crédito es una demostración de desarrollo, y si con ellas puede financiar las entradas para ir a un concierto de vez en cuando, lo consideran propio del desarrollo cultural del país.

 

El centro social no es una variante de la política, sino que un resabio de Cema Chile. Es producto de la machacona cultura neoliberal en la que el remedo es más importante que el original, y en donde se confunde el valor con el precio.

 

Es un habitante promedio que de verdad cree que a veces es necesaria la intervención de los militares porque son los únicos capaces de poner orden. El mundo, en su opinión, está así porque las mujeres salieron a trabajar y porque el Servicio Militar dejó de ser obligatorio.

 

Un miembro activo del centro social se considera de clase media aunque habite una casa en la que apenas puede darse vuelta, y conduzca un automóvil que apenas paga con créditos financiados con créditos refinanciados. A pesar de vivir en barrios de dudosa conducta, cree que la única manera de librarse del flayterío es meterles bala a todos.

 

Su objeto de culto es un plasma de 42 pulgadas. Compra en el Alvi o en el Acuenta, pero vitrinea en Costanera Center y en Alto las Condes.

 

Los miembros del centro social tienen una increíble resilencia que ponen a prueba cada vez que toman el Metro o el Transantiago para irse a sus casas o a sus trabajos. Sufren esa afrenta en silencio y no les complica invertir cada día cuatro o cinco horas en esas travesías estériles. Lo consideran parte del progreso. Y cuando ven a un vivo evadiendo el pago de pasaje, no dudan en decir que eso es una frescura que le mete las manos a sus propios bolsillos.

 

Pero cuando mejor se expresa esa cultura centro social, es en tiempos de elecciones. Se sienten interpelados gratamente cuando los candidatos de derecha les alaban sus características y personalidad de gente trabajadora, que se levanta todos los días temprano, que no le interesa la política, y que lo suyo es aspirar a mejores niveles de vida por la vía del esfuerzo y el emprendimiento.

 

La ultra derecha sabe que ahí hay un destacamento de personas a las cuales es fácil llegar con un discurso estudiado con precisión por sus especialistas en manipulaciones y mentiras.

 

Han descubierto que esa franja de gente desinformada, apolítica, amorfa, determinada por la cultura neoliberal durante casi cuarenta años, es perfectamente manipulable con un discurso huérfanos de ideas, basado en la reiteración machacona de lugares comunes, exenta de cualquier idea abstracta, y con una versión de la historia reciente explicada en tres frases en las que no pueden faltar las palabras caos, comunismo, extremismo, patria, desarrollo, orden y libertad,

 

La ultra derecha sabe que esa es la trinchera en la que mejor le salen las cosas. No necesitan de mucha filosofía para el efecto. Basta hacerlos sentir importantes y con el futuro a sus pies. Sobre todo, basta con convencerlos que ellos pueden determinar las cosas en Chile.

 

El grave problema es que se han venido convenciendo de su poder.

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