El rector de la UDP, Carlos Peña, analizó la conformación del comando de campaña de la candidata de la Nueva Mayoría, Michelle Bachelet, el que tendrá que deliberará su programa y delinear sus estrategias, constatando la resistencia “a morir” de lo que considera las élites de siempre, los tecnócratas y lo irremplazable de los partidos políticos.
Peña explica que la política “suele ser el ámbito de los deseos y de los propósitos de largo plazo. Este rasgo se acentúa en momentos de campaña. Entonces, cualquier obstáculo parece evanescente y el futuro semeja una ilusión, un sueño sin orillas”.
Sin embargo, precisa que la realidad tiende a tocar la puerta tarde o temprano, y eso es lo que le ocurrió a la ex mandataria al presentar la conformación de su comando.
En su habitual columna en El Mercurio, el académico destaca los nombres que integran el comando de Bachelet, debido a que éste tendrá que deliberar su programa de gobierno, afinar las tácticas y modelar las estrategias, pero agrega que viendo a los miembros se pueden adoptar tres conclusiones: “la tecnocracia es más porfiada de lo que se creía, las élites tienen más capacidad de sobrevivencia de la que nadie imaginó, los partidos siguen siendo irreemplazables”.
“Nada de eso es del todo malo. Confirma lo que pudiera llamarse la física social de la democracia. Salvo por un detalle: la composición del comando desmiente, con la porfía de los hechos, diversos prejuicios que la candidatura de Bachelet permitió se proyectaran en ella. Y como no hay nada más justo que medir el desempeño de una política por las expectativas que ella misma alentó con su conducta y con sus palabras, lo correcto es ahora, cuando la realidad principia a asomar la nariz, verificar si esas expectativas se cumplieron o no”, explica.
Y la respuesta que entrega es no, ya que “la conformación del comando no es consistente con uno de los diagnósticos que, con persistencia, se han hecho de las dos décadas de Concertación”.
Sostiene que “uno de los más graves problemas de esos años fue la sustitución de la política por la técnica, el desplazamiento de la deliberación de los ciudadanos por el diagnóstico que hacían los technopols, esas personas que reúnen en sí capacidad tecnocrática y vínculos políticos y sociales. Mientras la democracia consistía en el intento de los ciudadanos por autogobernarse en base a un diálogo deliberativo -se dijo reiteradas veces-, en las dos últimas décadas esa posibilidad fue expropiada por un grupo de técnicos que trazaban, más allá de todo debate y toda duda, la línea que separaba lo posible de lo imposible”.
Y advierte que este defecto no se corrigió en la conformación del comando, tomando como ejemplo los nombres de Eduardo Bitrán, René Cortázar y José de Gregorio, ya que “presencia evaporará el sueño, que algunos abrigaron, de que la técnica dejara de subordinar a la política. ¿O alguien piensa que Cortázar, Bitrán o De Gregorio se resignarán a un papel instrumental, reducido a señalar los medios para alcanzar los fines que fijarán otros?”.
Peña también añade que “tampoco ha resultado cierto que los partidos y sus dirigencias se inclinarían ante la ciudadanía, ante la voz y las inquietudes de la gente. Como era obvio, las orgánicas de los partidos, de izquierda y de derecha -los Lenin y los Pablo de la vida pública-, apenas concluyeron las primarias, se hicieron de sus posiciones: presentaron listas, negociaron nombres, y con ello podrán hacer valer sus ideas y puntos de vista: el principio de realidad tal como ellos lo conciben”.
Sobre las élites, el académico sostiene que se han renovado parcialmente, puesto que “la vocería del comando se ha entregado a Javiera Blanco, quien viene de Paz Ciudadana y, antes, de la Subsecretaría de Carabineros. Se ha incorporado a Jorge Burgos, a Francisco Aleuy, a Guillermo Larraín. De nuevo, el problema no es su experiencia ni el talento -sin duda, los anega-, sino la contradicción entre sus nombres y el discurso alérgico a las élites que, hasta ahora, se dejó crecer”.
En ese sentido, menciona que se equivocaron quienes pensaban que “habría una liquidación de la tecnocracia y de las élites -como quien dice, una renovación radical para una democracia también radical”.
Finalmente, Peña sostiene que el secreto de la Concertación “fue administrar la modernización capitalista con una leve retórica anticapitalista. Quizá ahora se inaugure, casi sin quererlo, una nueva fórmula: continuar con la tecnocracia y reproducir las élites dejando creer que se las liquida