Noviembre 24, 2024

El “centro social” se ubica en Las Condes, Vitacura y Barnechea

La política es voluntad, es poder, es símbolo, es metáfora, es discurso…, pero lo único de lo cual carece es de la “razón”, según el espíritu cartesiano que explica el porqué, la mayoría de las veces, los encuestólogos, opinólogos e, incluso, cientistas políticos se equivocan en sus predicciones. Esta vez, el pato de la boda fue Marta Lagos, de la encuesta Mori quien erró, medio a medio en su pronóstico del triunfo arrasador de Andrés Allamand sobre Pablo Longueira.

 

Otro de los temas tratados por los panelistas, fue el tema de la votación: nadie creyó, ni en sueños, que el invierno, los debates -que no fueron debates -, la corta y malísima franja electoral de todos los candidatos y, además, la iniciación legal de una de las primarias con resultado conocido, que pudiera atraer a tres millones de votantes. Sería ridículo atribuir a Kramer semejante milagro y sólo cabe colegir que la conducta electoral es bastante impredecible y, por consiguiente, cualquier análisis en ciencia política o historia – o en cualquier rama de las ciencias sociales – es, necesariamente, ex post.

 

En los hechos, Michelle Bachelet confirmó el enorme apoyo popular, que se mantiene desde que dejó la presidencia de la república, por consiguiente, los continuos y agudos ataques de la derecha sólo le han servido para crecer: un 50% de los votos emitidos, equivalente a un millón quinientos mil votos y más del 73% de los votantes del Pacto que la apoyó hablan por sí solos; se podría interpretar de varias maneras, pero lo que sí está claro es que el fenómeno Bachelet se instaló, y la líder carismática tiene muy poco que ver con la desprestigiada Concertación – hay que reconocer que tuvo la habilidad de esconder muy bien a los estafermos que la apoyan fervientemente -.

 

El gran derrotado es Claudio Orrego y su Partido, la Democracia Cristiana, lo cual no constituye ninguna novedad, pues desde hace varios años, este Partido ha iniciado el mismo camino que, otrora, siguió el Partido Radical: desde que el DC perdió un millón de votos en las municipales de 2008, ha ido cuesta abajo hasta su “consagración” como un Partido secundario, cuyo único sentido histórico y político ha sido la habilidad para instalar bien a sus candidatos a parlamentarios y repartirse las empresas fiscales, – entre los actuales democratacristianos y los radicales no hay mayores diferencias, salvo puntos más o puntos menos en las elecciones -.

 

Derrotado Claudio Orrego, tal vez sea nombrado, como premio de consuelo, generalísimo en la campaña presidencial de Bachelet, a lo mejor, se siga la costumbre histórica: Marmaduke Grove fue generalísimo de Pedro Aguirre Cerda y Rafael Tarud, de Salvador Allende, por ejemplo, pero no serán los “príncipes”, sino los “guatones” – en el caso de la DC – quienes se sentarán en la mesa de la “repartija”, pues son más pragmáticos y dejan de lado la tautología de la doctrina social cristiana y el supuesto humanismo, que siempre ha sido lo contrario del cristianismo – como si Savonarola tuviera algo que ver con Pico de la Mirandola” -.

 

La Concertación considerará a la Democracia Cristiana como un Partido eje aun cuando pierda poder electoral: a veces, en política es más importante lo simbólico que lo fáctico, lo imaginario, que lo real, pero pasará poco tiempo en que la Democracia Cristiana no será más que un recuerdo – como lo fueron otrora liberales y conservadores – un tema para historiadores.

 

La gran derrotada en las recientes primarias fue la derecha: hoy representa cerca de 700.000 votos, lo que equivale a un 25% del total de tres millones de electores. Ya no sólo se puede culpar a Sebastián Piñera como el “Terminator” chileno, sino que se puso de manifiesto que el 75% de los chilenos rechaza el nuevo pinochetismo fascista, que mostró la mayoría de la derecha, aterrada ante la idea de una leve subida de impuestos y, para qué decir de la nueva Constitución y de la educación gratuita: esta “trinidad” es peor que el “anticristo” para los millonarios del Opus y la Legión.

 

La derecha liberal – que hasta nombrarla produce hilaridad – votó en masa por Andrés Velasco que, con razón fue el candidato de la Red Liberal. Este nuevo líder del liberalismo le comió todo este sector a Andrés Allamand quien, por cierto, es el gran perdedor en las primarias del 30 de junio, donde se confirma que Renovación Nacional tiene, cada vez, menos sentido en la derecha chilena, que se radicaliza hacia el franquismo católico de la UDI. Es muy difícil sostener una estructura política cuyo presidente sea el conservador y primer humorista, Carlos Larraín, y una parte importante de sus militantes se declaren liberales de la aquella entelequia, llamada “nueva derecha”.

 

Andrés Velasco, un derechista liberal que expresa, a la perfección, lo que podríamos denominar “nueva derecha”, debiera atraer, sin mayor dificultad, al sector que encabeza Lily Pérez y otros connotados militantes de RN. Un buen resumen de esta postura podría ser la manifestación de un liberalismo en los temas llamados “valóricos” – matrimonio igualitario, aborto terapéutico, entre otros – y un neoliberalismo con algún sentido más humanista en lo económico-social.

 

Andrés Allamand volvió a demostrar que, a pesar de sus buenos años en política, no ha aprendido casi nada y, ahora, que “envejece” como político, se presenta menos flexible y más odioso ante la ciudadanía; en los mal llamados debates, previos a las primarias, no tuvo la voluntad de marcar ninguna diferencia con Longueira, una de las causas principales de su derrota. Si se trata de disputar cuán de los dos Partidos es más derechista-fascista-neoliberal y Chicago Boys, es muy lógico que gane la UDI, como en realidad ocurrió.

 

Estas primarias tuvieron el gran mérito de despejar varios mitos: en primer lugar, “el centro social” se ubica en Las Condes, Vitacura y Barnechea, y Longueira es el Mussolini de los ricachones asustados – acuérdese de que el fascismo no es más que el miedo de la derecha a lo que ellos creen que es revolución social; en segundo lugar, cuando el clivaje se refiere a la mantención o cambio del modelo, los partidos de centro pierden sentido – sé que aún no estamos en el multipartidismo polarizado, descrito por Giovanni Sartori -, pero al menos se vislumbra un cierre del ciclo de la democracia de los acuerdos y, por extensión, al extinción del rol del llamado centro político – el hecho de que Longueira sea ahora el candidato debiera polarizar el quiebre político -; en tercer lugar, está por verse el espacio político que queda abierto para los candidatos no pertenecientes al duopolio; en cuarto lugar, en qué grado el programa de Bachelet se hace más vago y derechista, dejando espacio a los candidatos anti-duopolio.

 

A partir de hoy comienza una nueva campaña en la cual se disputan, al menos, cuatro millones de electores – a lo mejor, siete u ocho – y si se da un escenario de alta votación, es evidente que todo está en juego y el capital político de un millón quinientos mil votos de Michelle Bachelet, tiene un peso mínimo si los candidatos contrarios al duopolio se demuestran capaces de politizar el movimiento social, lo que hoy equivale a tomar el cielo con las manos.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

1º de julio de 2013

 

 

 

 

 

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