El entusiasmo con que el sistema exigió primarias fue de tanta energía democrática, que a poco andar los actores que levantaron esa consigna entrometida, se dieron cuenta que se habían sobreactuado. Una cosa es engrupir al populacho mediante ofertas que resultan mentiras químicamente puras, y otra muy distinta, es cometer la tontera de tomar en serio esos excesos. Es una soberana estupidez permitir que el gilerío reemplace la precisión y sabiduría de las cúpulas partidarias.
Las elecciones primarias, ejercicio democrático en el contexto de la renovación de las autoridades políticas, servirán, si y sólo si, se dan en un contexto de democracia plena, con mecanismos electorales y políticos honestos.
En el caso de un país decente resulta un buen ejercicio que la gente diga su palabra respecto de quienes los van a representar, y no a reemplazar. Se trata de una justa que busca dirimir, en un mismo proyecto, quién representa los mejores matices.
Pero estamos muy lejos de cumplir con los estándares de decencia política exigida para que mecanismos como la elección primaria tengan algún sentido democrático. Y se demostró con el show de haber legislado un sistema que nadie de los que hicieron esa ley, finalmente, la implementara para sí mismos.
Es que el sistema político chileno está construido sobre la base de un mecanismo electoral torcido, amañado y fraudulento, que hace innecesaria la convocatoria a elecciones previas para definir los competidores finales. Más aún, ni siquiera son necesarias las elecciones: resultaría menos engorroso y oneroso que los dueños y sostenedores del sistema se pusieran de acuerdo, y ya. Los resultados no serían tan alejados de los que hemos conocido.
Y de cierta forma así ha venido siendo desde el momento en que la Concertación desembarcó para continuar la obra cultural de la dictadura. En casi un cuarto de siglo, se repiten las mismas ideas y casi los mismos nombres. Es que son demasiados los intereses que se mueven entre Valparaíso y el Palacio, como para dejar decisiones importantes en manos de ilusos, idealistas e irresponsables. ¿Qué sería de los poderosos y millonarios si en las bancadas circularan hombres y mujeres probos, decentes, inmunes al olorcillo fascinante del dinero?
A poco andar los políticos de siempre se dieron cuenta que el extravagante exceso democrático que despachó una ley de primarias ponía en riesgo sus propias dietas, y la estabilidad de sus mandantes. Al final, casi ningún candidato al Parlamento pasó por el cedazo de una primaria. Razones hubo de sobra. El resto, se conformó con las decisiones del partido o con el óbolo ofrecido a cambio de apoyos y rendiciones.
Una buena muestra de lo innecesarias que son las elecciones primarias fueron esas entrevistas con pretensiones de foro a que asistieron los cuatro de la Concertación y los dos de la ultraderecha. Ni siquiera se tocaron, y si se aludieron, fue para coincidir en aquello que resulta trascendente. De haber diferencias, descartadas las de género, lo que resta será el modisto que les confecciona sus trajes o el estilista que los peina.
Lo que se juega entre estos personajes percudidos son las medidas para resolver el impasse que vive el modelo desde que los estudiantes coparon las calles y las agendas. Nada indica que una vez en el gobierno harán lo que ofrecen para la galería.
Por eso resulta curioso el caso de la Izquierda, si asumimos con buena voluntad que sus restos andan por ahí, gareteados y andrajosos. Estos sectores criticaron a la ultraderecha y la Concertación por no asumir las primarias que tanto cacarearon, para demostrar su vocación democrática. Pero lo demás fue silencio.
Impelidos por moral a proponer mecanismos populares, y por lo tanto democráticos, para resolver sus candidatos, prefirieron hacer valer el derecho individual que les asiste, y no dejaron correr el agua de la transparencia y la frescura de la gente decidiendo entre compañeros, quién es quién.
Trasminados por el mal ejemplo de la derecha y la Concertación, afectados por las egolatrías que tanto mal hacen a los proyectos populares, invadidos por el intento soberbio de perfilar ideas y programas propios, no fueron capaces de dar un ejemplo de generosidad para marcar una suculenta diferencia con los dueños y sostenedores del sistema. Con los antiguos y con los advenedizos.
Habría sido algo lindo de ver. Una consulta popular alegre, generosa, nacida desde la gente, de verdad plural y de verdad democrática. Habría generado una diferencia abisal con el sistema. Los políticos afectos al modelo han dado muestras de su vocación acomodada y antidemocrática. Por un contraste básico, hace falta que la Izquierda profundice sus ejercicios de credibilidad.
Sin posibilidades de modificar el escenario definido por sus excesivas candidaturas presidenciales, por lo menos apostemos a que este mal ejemplo, y sus resultados, comprueben lo importante que es obrar de consuno y la obligación que nos asiste de diferenciarnos de los políticos añejos, de los guardadores del sistema, no sólo en el decir, sino, por sobre todo, en el hacer.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 784, 28 de junio, 2013