El detonante de las movilizaciones en Sao Pablo, Río de Janeiro, Brasilia y en otras ciudades del país fue el alza de CTV (veinte centavos de real) en las tarifas de la locomoción colectiva – hay que considerar que su precio es mucho más elevado que en Chile -. En la historia de Chile hay dos precedentes que se vienen a mi memoria: la “huelga de la chaucha”, a finales del gobierno de Gabriel González Videla, (1949), y la revuelta del 2 de abril de 1957, durante el mandato de Carlos Ibáñez del Campo; en ambos casos la rebelión se originó por el alza en la tarifa de la locomoción colectiva que, en ese tiempo, era estatal.
Recuerdo que en esos días el centro de Santiago estaba ocupado por una significativa masa de pobladores que, por primera vez, aparecía como protagonista en la política chilena, dejando fuera a los partidos de izquierda, (comunista y socialista), cuya vocación había sido, a partir de su fundación, fundamentalmente obrera y juvenil. Todos los partidos políticos – de izquierda y de derecha – le concedieron la facultad de decretar el Estado de Sitio al Presidente de la república, pero que en esta ocasión no aplicó, pues la rebelión se aplacó a causa de la fuerte represión, dirigida por el general del ejército Abdón Parra Urzúa.
En diferentes condiciones espacio-temporales, la rebelión actual brasilera, cuya punta del iceberg fue el alza de tarifas de la locomoción colectiva, se extendido a los diferentes problemas que atañen a la sociedad de este país-continente que es Brasil. La mala atención en salud, una educación deficiente y segregada – como la chilena – el candente problema de las favelas – en muchas de ellas es el territorio del narcotráfico y de otros delitos, adonde ni siquiera se atreve a penetrar la policía e, incluso, el ejército – así como la corrupción que ha penetrado a todos partidos políticos, incluido el de los Trabajadores (al cual pertenecen Lula da Silva y Dilma Rousseff), y el problema de los excesivos gastos con ocasión de tres grandes acontecimientos: la inminente visita del Papa Francisco, el Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos, gastos que han enojado, especialmente a sectores populares, que sufren malas prestaciones de salud y una educación desigual y fragmentada.
El gobierno de Lula logró el paso de 25 millones de pobres a la clase media, lo cual implicó que estos sectores, conscientes de su vulnerabilidad, experimenten el riesgo de caer nuevamente a su antigua posición de pobreza; a su vez, ese rápido cambio social ha provocado una verdadera revolución de expectativas. Es un tópico en las ciencias sociales el que los grandes movimientos populares se expresen cuando la situación del país ha estado en franca mejoría e, incluso, iniciado el camino al desarrollo; en cambio, en situaciones de extrema miseria, la desesperanza aprendida ahoga el movimiento social de rebelión.
Brasil ha sido clasificado como una de las grandes potencias mundiales; como tal, forma parte de las naciones más desarrolladas: sus cifras de crecimiento, muy altas durante los dos períodos de gobierno de Lula, se han reducido durante el de la actual Presidente, incluso, alcanzando casi el estancamiento; la inflación de un 6% no es muy alta para Brasil, pero las cifras macroeconómicas tienen poca relación con la calidad de vida de los habitantes de un país inmenso, tanto en territorio, como en su número de habitantes, y de pronunciadas desigualdades.
Los movimientos de “indignados” en África, Grecia, España y Brasil – incluso en Turquía – son todos muy distintos tanto en los regímenes políticos, que van desde la autocracia, hasta el parlamentarismo y presidencialismo, como también en lo cultural, social y político. El principal punto de encuentro en todos estos movimientos es la necesidad de protagonismo popular, que se instaló para quedarse y generar los cambios necesarios a partir de esta posición.
La crisis de representación política está llevando al fin de los partidos políticos de la posguerra y de los regímenes de gobierno, sean presidenciales o parlamentarios, republicano o monárquico -. Como acertadamente lo sostuvo la Presidenta de Brasil, es necesario un nuevo “pacto social” y modernas formas de protagonismo popular, que comienzan a instalarse en casi todos los países del mundo.
La solución de la actual crisis brasilera puede representar un hito refundacional si Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores demuestran capacidad de incorporar a los líderes de los movimientos sociales en la refundación de Brasil. En otras ocasiones los cariocas nos han demostrado capacidad suficiente para abordar todos los temas políticos – baste recordar que se plebiscitó no sólo el régimen de gobierno que querían los ciudadanos, sino también, antiguamente la disyuntiva entre monarquía y república.
El PT, a diferencia del gobierno de derecha chileno, sí escucha y la prueba radica en la disposición del gobierno brasilero a dialogar pactar con los movimientos sociales y, sólo hecho de la oferta de destinar el 100% del aporte del petróleo para la educación, demuestra esa voluntad de dar paso a un nuevo Brasil, donde el mundo popular esté realmente incluido como protagonista principal.
Rafael Luis Gumucio Rivas
22/06/2013