Este título resume, con exactitud, las proposiciones de Michelle Bachelet, quien tiene sus principios, pero si no le gustan a Claudio Orrego, ni a Andrés Velasco, debajo de la manga tiene otros. Es capaz, como el mago, de hacer aparecer conejos rojos y, luego, transformarlos en azules; convertir la “hoz y el martillo”, en la “flecha roja” – que, dicho sea de paso, es una imitación de Cruz de Lorena, del gaullismo- flecha roja definida por sus fundadores, como la flecha que supera las derechas y las izquierdas – el cura don Camilo y el alcalde comunista Pepone jamás serán contrariados -.
Los principios de Bachelet, en esta etapa, parecen ser muy izquierdistas: cuando apenas se entusiasman los zurdos viene, de inmediato, la ambigüedad. Promete una nueva Constitución – no constituye ninguna novedad – ya lo hizo el moderado Eduardo Frei, con Océanos Azules, en 2009 – y como no se trata solamente de proponer una nueva Carta Magna sin antes definir un camino para conseguir el objetivo, es ahí donde está la madre del cordero; de lo que ha dicho hasta ahora la candidata no sabemos si es partidaria de una comisión bicameral que la redacte – un invento de Escalona y Zaldívar que se sabe previamente, va a fracasar la idea – o de que el Presidente de la república convoque a un plebiscito, facultad que está consignada en el capítulo V de la Constitución vigente. Da la impresión de que no es partidaria, abiertamente, de una Asamblea Constituyente ni, mucho menos, fomenta el voto marcado (AC) por los ciudadanos; pareciera que la candidata quiere llegar a una nueva Constitución sin ruptura alguna, idea que sólo es posible con una “democracia de los acuerdos” con la derecha, es decir, volveríamos al mismo baile.
Bachelet, en su careta izquierdista, después de algunas contradicciones políticas, propone una educación gratuita, pero sin pronunciarse sobre uno de los temas centrales, el fin de la municipalización y de un proyecto de Estado docente descentralizado – como gran avance propone la creación de dos universidades estatales en regiones (Rancagua y Aysén) -. Su proyecto de gratuidad está contemplado para desarrollarlo, gradualmente, en seis años, pero surgen, al respecto, varias interrogantes: en primer lugar, el tema del estatuto docente y la formación y capacitación de los profesores – competencias docentes -, reducción de alumnos por aula a un máximo de 25 personas, cambios profundos en la infraestructura material y, lo que es más profundo, la necesidad de transformación del medio ambiente en que se desarrollan los alumnos. Confieso que, a pesar de mi buena voluntad para que todo marche de la mejor manera, me cuesta creerle a la ex Presidenta – autora de uno de los proyectos más regresivos en la enseñanza-aprendizaje, la Ley General de Educación, que ha favorecido a la educación privada subvencionada destruyendo la pública – que pueda llevar a cabo lo que hoy promete tan suelta de cuerpo. Como en la película, “su pasado la condena”.
Hasta ahora, la candidata ha logrado mantener al margen a los “bacalaos”, que formaron parte de sus distintos gabinetes ministeriales, sin embargo, por entrevistas de los medios de comunicación, estos personajes contradicen el programa de la ex Presidenta: por ejemplo, José Antonio Viera-Gallo, secretario general de la presidencia dice, nada menos, que la Constitución del 80 es regia y que permitió que la democracia se desarrollara; José Joaquín Brunner es partidario del lucro en educación y los lobistas del Mapu forman ahora parte de los directorios de grandes empresas; Mariana Aylwin y su marido son dueños de colegios y de universidades subvencionadas. Estos personajes no tienen nada que arriesgar, pues la candidata de la supuesta Nueva Mayoría se las arreglará para usar las frases de Groucho Marx: “estos son mis principios, si lo les gusta, tengo otros”.
Rafael Luis Gumucio Rivas
16/06/2013