El 11 de septiembre de 2001 un ataque terrorista destruyó la confianza de los estadunidenses, en sus sistemas de inteligencia, y en su capacidad para defenderse de cualquier individuo u organización que decidiera atacarlos en su propio territorio. Doce años después, por diferentes razones, vuelven a perder su confianza en “la inteligencia”, como eufemísticamente se le conoce al espionaje.
En aquella ocasión la crítica se centró en la incapacidad para articular la información que fluía entre una y otra agencias de inteligencia y la falta de un sistema eficaz para detectar y compartir el significado de las comunicaciones entre los perpetradores de los ataques. En esta ocasión, por los excesos en que han caído algunas de esas agencias en torno a los métodos para obtener esa información, y por añadidura, en su incapacidad para informar ampliamente al Congreso sobre esos métodos. El presidente Obama admitió estar al tanto de dichas actividades a las que consideró como un mal necesario para garantizar la seguridad de los estadunidenses.
En una encuesta realizada por la organización Pew y el diario Washington Post, 62 por ciento de los entrevistados consideró válido que el gobierno irrumpiera en la privacidad de las personas en el caso de una amenaza terrorista y 56 por ciento dijo que era aceptable que revisara las relaciones de millones de personas para el mismo fin. De todas formas, el fantasma de Orwell rondó los espacios de opinión pública y no faltó la comparación con agencias de espionaje como la KGB y la Stasi que en la Unión Soviética y en Alemania del Este invadieron la privacidad de miles de personas con el pretexto de que sus actividades atentaban contra los regímenes en esos países. Atentos a su historia, para los europeos la privacidad es una cuestión de derechos humanos, para los estadunidenses suele referirse a la libertad, señaló un comentarista europeo.
Uno de los problemas que se ha derivado del espionaje en estos casos, es la dificultad para encontrar un equilibrio entre la privacidad que con razón reclaman los estadunidenses, y la seguridad que igualmente exigen. Según el director de la Agencia de Seguridad de los Estados Unidos, no es posible garantizar esta última sin los métodos violatorios que se contraponen a esa privacidad.
Como era de esperarse, el asunto del espionaje ha pasado de ser un asunto de seguridad nacional a otro que abrió las puertas para atacar a la actual administración por asuntos que nada tienen que ver con el espionaje. Independientemente del desenlace de este espinoso asunto, lo increíble es que empresas privadas participen en tareas tan delicadas como el espionaje y el contraespionaje. La fuga de información sobre los métodos y la tecnología empleados por el gobierno en esas tareas, es el resultado de lo equívoco de esa práctica. Esto último es un botón de muestra de las costosas consecuencias de la invasión del sector privado en las tareas que competen exclusivamente al Estado.