El despacho de Paolo Savona es de ésos que quitan el hipo: está en un palacio en pleno centro de Roma, de techos casi infinitos, profusamente decorado con frescos, con refinados muebles antiguos, paredes enteladas en seda, cortinones de terciopelo… Pero ese entorno idílico se desvanece cuando este prestigioso economista italiano que estudió Economía Monetaria y Econometría en el Massachusetts Institute of Technology (el mítico MIT) con Franco Modigliani, Premio Nobel de Economía en 1985, comienza a hablar y hacer su diagnóstico de la situación actual.
«Estamos atrapados en la jaula del euro. Y hasta que no recuperemos la llave de esa jaula no levantaremos cabeza», sostiene este profesor emérito de Política Económica en la Universidad Luiss Guido Carli, autor de decenas de libros y en la actualidad presidente del Fondo Interbancario de Tutela de los Depósitos.
Pregunta.– Usted sostiene que en estos momentos Alemania está llevando a cabo casi al pie de la letra el plan económico que en 1936 enunció Walter Funk, el ministro de Economía nazi… ¿Qué le hace pensar eso?
Respuesta.– Funk contemplaba que Alemania se convirtiera en el país de referencia de Europa, que su desarrollo fuera eminentemente industrial con alguna concesión en ese sentido a Francia, su aliado histórico, y que el resto de países europeos se concentrasen en la producción agrícola y funcionaran como un depósito de mano de obra, que las monedas europeas confluyesen en el marco y siguieran sus reglas. Y eso es lo que está ocurriendo. La gran diferencia es que mientras el programa de Funk se debía implantar manu militari, por la fuerza, ahora Alemania lo está llevando a cabo a través del pacto europeo, de un sistema bastante democrático. Pero cuando se comienza a decir que sólo Alemania es un país ordenado, cuando hay en marcha un mecanismo por el cual la industria se está movilizando cada vez más hacia Alemania, cuando el Banco Central Europeo se ha creado pensando en que todas las moneda deben de gravitar en torno al marco, a mí me viene inevitablemente en mente el plan económico de Funk.
P.– Se trata de una acusación muy grave…
R.– Yo no pretendo insultar a los alemanes, sino advertirles de que están recuperando una cultura que de nuevo deja a Alemania fuera de juego en Europa. Ahí están por ejemplo las reacciones que estamos viendo en Grecia, donde los alemanes son descritos directamente como nazis, o Italia y España, donde el sentimiento anti alemán es creciente.
P.– Alemania argumenta que en el sur de Europa tenemos lo merecido ya que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades…
R.– Pueden tener razón, puede ser verdad que hemos gastado mucho y nos hemos endeudado excesivamente. Pero, al mismo tiempo, la relación de cambio que se ha creado es en su beneficio. El resultado de eso es que ellos tienen el desarrollo y la ocupación, y nosotros degradación y desocupación. Alemania está exportando con un euro que vale respecto al dólar 1,30 mientras que ella sola, con el superplus que tiene en su balanza de pagos y que es superior al de China, tendría un cambio de 1,80 respecto al euro y sus exportaciones caerían en picado. Alemania ha inventado un mecanismo que funciona como el plan Funk en condiciones de paz. Pero tiene que entender que así no podemos seguir, y que la propia Alemania saldrá perjudicada si continuamos con ese sistema. Si hemos vivido o no por encima de nuestras posibilidades me parece que es una polémica del pasado. Ahora hay que actuar.
P.– Llegados a este punto, ¿qué propone?
R.– Es necesario hacer la unión política europea, y hacerla ya. Seguir como hasta ahora sólo puede llevar a la disolución europea o a un conflicto grave. Sin la unión política el euro no puede sobrevivir. Pero no se puede pensar en hacer una unión política poquito a poco, insisto en que hay que hacerla ya. En un mundo dominado por potencias que tienen más de 1.000 millones de habitantes, o por potencias como Estados Unidos que, aunque tiene 400 millones de habitantes, tiene un fuerte impulso al crecimiento, un país de 50 o 60 millones de personas no tiene espacio. Necesitamos hacer una auténtica federación europea, que se presente con 500 millones de habitantes y unida políticamente.
P.– Pero Alemania no está por la labor…
R.– Lo que yo propongo es que Hollande forme un eje con Italia y España para hacer una unión política. Si Inglaterra se une a ese eje, estupendo, pero si no, hemos de hacerlo nosotros solos. Debemos de hacer una unión política verdadera, y yo estoy convencido de que llegados a ese punto, Alemania se dará cuenta de que no puede quedarse fuera y entrará. Pero entrará con las condiciones que fijemos nosotros, no con las que fije ella.
P.– ¿Cuales serían esas condiciones?
R.– Habría que ofrecer a Alemania institucionalizar constitucionalmente el equilibrio presupuestario en el que insiste Berlín. A cambio, habría que dar a la Comisión Europea el poder de invertir el 3% del PIB, el porcentaje fijado por Maastricht como déficit presupuestario máximo. El 3% del PIB europeo es una cifra enorme, y daría un impulso gigantesco a la economía si se invierte adecuadamente, por ejemplo en infraestructuras. Las infraestructuras son fundamentales: cuando se hacen carreteras y redes de trenes de alta velocidad no sólo se está uniendo Europa, sino que se está contribuyendo al desarrollo. Pero sería la UE, y no los Estados individuales, quien gestionaría esa inmensa suma, lo que supone una garantía. En el sur de Italia, por ejemplo, tenemos infiltraciones mafiosas y si Bruselas gestiona el dinero, estaremos más protegidos. Y por supuesto, esa unión política implica que Europa debe aceptar la existencia de una obligación europea, que es el reconocimiento de la unión política, de una deuda común. En mi opinión Alemania, no podrá quedarse fuera.
P.– El problema es cómo hacer una unión política cuando las diferencias culturales son enormes y se agudizan con la crisis…
R.–Tiene razón: ¿Por qué España, Italia y Francia no hacen ya un frente común? Por una cuestión cultural. No creo que España, aún siendo un país mucho más próximo a Italia de lo que lo es Alemania, esté muy interesado en hacer frente común con nosotros. Nos consideran un país desordenado, y tal vez tengan razón. Pero España, Italia y Francia se tienen que dar cuenta de que juntos forman un núcleo constitutivo importante para crear la verdadera unión política europea. Si no lo hacen así las condiciones las impone Alemania, y son las condiciones de Walter Funk.
P.– ¿Qué hacer para limar esas diferencias culturales?
R.– Lo fundamental debería de ser invertir en educación, que en la escuela se promueva la integración europea. Si comenzamos ahora, en 20 años tendremos una Europa unida. También es necesario, siempre en nombre de la integración, tener una lengua común. En cada país se deberían de hablar dos lenguas: la nacional y la lengua común europea. Si Gran Bretaña decide entrar a título pleno en Europa la lengua natural debería ser el inglés. Si no, me parece lógico que sea el francés.
P.– Parece un poco utópico…
R.– El mundo se ha construido también gracias a las utopías. Yo creo que es posible. Los jóvenes, de hecho, ya van en esa dirección. Mis hijos, por ejemplo, se mueven libremente por Europa, hablan inglés y no sienten mucho el problema de las divisiones en Europa. Los jóvenes son ya europeos, sólo que no tienen una cultura común. El italiano por ejemplo, tal y como es educado, no es capaz de entender la mentalidad alemana. Y al revés.
P.– ¿Y salir del euro? Es otra opción…
R.– Volver a la lira o a la peseta debe ser la ultima ratio. Si Italia se hunde, como se está hundiendo Grecia, me parecería sensato. De hecho, no entiendo a qué esperan los griegos para salir del euro. ¿Es posible que acepten morir en su nombre? Deben retomar las riendas de su destino, afrontar el problema de inflación que conllevaría para Grecia la salida del euro, la caída en el cambio… Pero a cambio aumentaría del número de turistas que reciben y sus exportaciones volverían a ser competitivas, se recuperarían. Si recupera su autonomía, Grecia saldrá del agujero, aunque saldrá también de los grandes juegos geopolíticos mundiales y no contará nada. Pero mejor eso que una situación de desórdenes sociales y degradación económica como la que tienen ahora. Pero insisto en que debe ser la ultima ratio, la última y extrema maniobra. Yo estoy convencido de que en el caso de Italia y de España no es necesario llegar a eso, que hay otras soluciones, y ofrecer a los alemanes el equilibrio presupuestario a cambio de que la UE invierta el 3% del PIB en infraestructuras bajo el control de Bruselas; me parece sensato.
P.– ¿Cree usted que Alemania es consciente de lo realmente grave que es la situación en los países del sur de Europa?
R.– Creo que Merkel entiende la situación. Es su electorado el que no lo entiende. Ella es más clarividente que sus electores. El problema es que en las democracias de masa, en un mundo donde ya no hay líderes carismáticos como los grandes padres europeos que veían de la lucha contra el marxismo y el fascismo, un gobernante no puede hacer mucho si no consigue convencer a su electorado. De hecho, muchos esperan que después de las elecciones alemanas de septiembre las cosas cambien. Pero no será así, se trata de una más de las ilusiones a las que seguimos recurriendo para no actuar. La economía sólo se va a reactivar si se si hace un gasto importante en inversiones. Si se relanza la construcción, por ponerle ejemplo, se actúa sobre 18 sectores industriales, el multiplicador de un gasto en construcción es de 1,8. El PIB de la EU27 en 2012 fue de unos 16 billones de euros, y el 3% significa disponer de unos 480.000 millones de euros. El impulso a la economía sería enorme, tan enorme que habría que ir con cuidado. La política que sugiero daría un gigantesco impulso a la economía europea que beneficiaría a todos, y en primer lugar Alemania.
P.– Pero en España, por ejemplo, ha habido un exceso de inversión en infraestructuras. Se han construido aeropuertos que no se usan…
R.– Sí, lo sé. Pero, ¿es posible que no haya en España una obra de infraestructura que se deba hacer? España tiene sectores que pueden suministrar material para la construcción de esas infraestructuras, tiene bancos que podrían financiar las obras… Y no sólo eso: la economía española se movería también al verse arrastrada por la de los otros países.
P.– ¿Y si no se hace nada? ¿Si seguimos adelante como hasta ahora?
R.– En ese caso Italia y España se tendrán que resignar a ser países desindustrializados, países con una economía agrícola, con turismo y con penetraciones criminales y terroristas. Sería volver atrás un siglo.