Ya nos cansamos de no comunicar nuestro verdadero relato. Hemos triunfado y el triunfo –casi permanente- no lo hemos reivindicado.
A diferencia de nuestros camaradas alemanes, que al final fueron transitoriamente derrotados, nosotros construimos y hemos mantenido en el tiempo toda una estructura económica, social y política que sigue vigente.
Más. Nosotros estamos directamente gobernando y en Chile hemos levantado el partido político más grande del país, y el más grande partido de extrema derecha en el mundo. No existe uno como el nuestro en América Latina, y en Europa sólo se nos acercan el de Jean Marie Le Pen en Francia y el que está surgiendo en Inglaterra con el nombre de Partido por la Independencia del Reino Unido, que derrotará a los blandos conservadores.
Aquí, ahora, la primera tarea es la de poner contra la pared y ajusticiar a las falsas víctimas – debía haberlas, y más- de nuestro triunfo.
No son tantos los humanoides que asesinamos.
No son tantos los que matamos y lanzamos desde aviones y helicópteros.
No son tantos los que torturamos, secuestramos y desterramos.
No son tantos los que echamos de sus trabajos y exoneramos, robándoles a algunos varios meses de sueldo, además.
No son tantos los que desnacionalizamos.
No son tantos los que ilegalizamos.
No son tantos los que perseguimos en el exterior y ejecutamos.
No son tantos los pobladores que, en noches de invierno, sacábamos de sus casas y arrinconábamos, en canchas y sitios eriazos, para sembrar el terror.
No fue tanto el tiempo de toque de queda y estados de sitio: sólo tres veces más que en la segunda guerra mundial, no cuatro.
No fueron tantas las mujeres que violamos ni fueron tantos los niños que desterramos por peligrosos.
Con ácido y sopletes matamos pocos. La mayoría con balas, corvos, y con cal.
Esto lo decimos porque ahora hay algunos que se aprovechan de que hayamos sacado mal la cuenta. En esos días que asesinábamos, torturábamos, exiliábamos y exonerábamos se había creado tal despelote que poco era lo que estaba claro. Sólo el pensamiento de nuestro führer, que aplicamos en la justa persecución.
En síntesis, a nuestros camaradas de Auschwitz, Sachsenhausen y otros campos europeos de necesario trabajo forzado, los culparon de la muerte en los hornos de 6.118.522 judíos y comunistas, cuando en verdad fue sólo de 5.998.500 (la cifra no la olvidamos y pudo haber sido más).
O sea, 120.022 judíos y comunistas terminaron ganando algunos marcos inventando que ellos habían sido ultimados en lo que ahora llaman “campos de concentración” cuando ellos sólo terminaron perseguidos y arrinconados en los ghettos de Varsovia y otras ciudades que debimos destruir de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, para ejemplificar.
Aquí se quiere hacer lo mismo y no lo podemos permitir. Para eso tenemos el gobierno, para eso manejamos los principales medios de comunicación, para eso “somos” el poder económico.
Para eso este nuevo bando.
Apresamos y torturamos, vamos a ver, a unas 800.000 personas, no a las 900.000 que denuncian.
Mantuvimos en campos de concentración, estadios, villas, subterráneos y casas de tortura a unas 200.000, y no a las 250.000 que señalan los frescos extremistas.
Lanzamos al exilio y prohibimos retornar (con la letra L de libertad) a unos 500.000 y no a los 600.000 que cacarean.
Exoneramos de sus trabajos y dejamos en la calle, ilegalizados, a unos 150.000 y no a 200.000. habiendo 50 mil que tratan de aprovecharse, como los falsos incinerados de Varsovia. Nos reímos de ellos inscribiendo entre “las víctimas” a algunos de nosotros mismos, como Onofre, que siguen ganando beneficios hasta hoy.
Ah, y denunciamos que muchos de los certificados de militancia entregados a las inventadas víctimas fueron otorgados por una senadora a la que obligamos vivir en el exilio después que bombardeamos La Moneda con su padre y sus amigos dentro, por un ex senador que apresamos el mismo 73 y tuvimos largo tiempo secuestrado y torturado, por un diputado (ahora candidato a senador) que apresamos en 1976 y también torturamos, y así.
Y a no olvidar.
La inmensa mayoría de estos pocos beneficios fueron entregados a los derrotados cuando presidía el país uno que fue detenido la noche misma en que se atentó contra nuestro führer y, después, cuando estaba en La Moneda una que fue detenida junto a su madre, después que su padre murió, como otros, en la tortura, y que ahora pretende nuevamente La Moneda.
Mucha agua pasará bajo los puentes pero nosotros jamás olvidaremos, y ellos tampoco.
A pesar de nuestro triunfo ninguna calle (salvo la de Jaime) llevará nuestros nombres pero nuestros nombres están grabados en la memoria de nuestras víctimas.