Durante el último cuarto de siglo nuestro país ha sido administrado en un sistema postpolítico, se autocalifica de tecnocrático, por un duopolio de cúpulas partidistas. Sus comandos han sido el Ministerio de Hacienda y el Centro de Estudios Públicos. No digo gobernado porque se dejó la economía al mercado. Y vació de contenido a las instituciones democráticas.
Una cuasi modernización capitalista
El resultado es un cuasi perfecto, y alabado, modelo de fusión de la revolución conservadora, encabezada por Thatcher y Reagan, desindustrialización más militarismo, con la tercera vía de Blair y Clinton, expansión de la educación superior y desconstrucción del estado del bienestar. Esa suma acompañò el paso del capitalismo industrial al financiero, que privatizó hasta la emisión del dinero. En Inglaterra, por ejemplo, el 97% está en computadores de la banca e instituciones afines, son innecesarias las cajas fuertes, y solo el 3 % en billetes y monedas.
Lo califico de “casi” porque Chile es rentista, en contraste con los padres del modelo. Un reciente estudio dirigido por Patricio Meller, y financiado por Luksic, indica que si las exportaciones cupríferas hubieran mantendido la tendencia previa a 1990, el PIB sería un 45 % más bajo. Ese estímulo se aceleró desde 2004 y nos dio, entre ese año y el 2010, con la crisis económica mundial en el medio, un ingreso adicional, en dólares de hoy, de 1,5 veces el plan Marshall, el mayor programa de asistencia económica conocido, y que se destinó a la reconstrucción de Europa ccidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Hacia el pleno empleo, pero precario (El País)
A pesar de ese maná y de la crisis del mundo noratlántico, todavía no alcanzamos el nivel de desarrollo del sur europeo, como lo tuvimos hasta 1960. Los sectores modernos de nuestra economía, gran minería, banca y compañías de utilidad publica, emplea a un porcentaje muy bajo de nuestra mano de obra.
Por eso, como lo sintetiza un titular de El País, Madrid: hoy vamos “hacia el pleno empleo, pero en precario” (16 de enero de 2013), o sea, con una baja productividad (construcción, comercio al por menor en centros comerciales, trabajadores migrantes agrícolas, empleados domésticos, temporeros, contratistas y subcontratistas, etc.), lo que aumenta la desigualdad.
A vía de ejemplo, los trabajadores que en Chile ganaban más de 800 mil pesos mensuales (US$ 1.700) el 2011, tuvieron un aumento de sus sueldos de 25 % el 2012, pero los que recibían la cuarta parte, 200.000, no tuvieron alza alguna (encuesta de ocupación del Gran Santiago, Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile). Además, el 70% de los nuevos empleos son externalizados y existe un 55 % de jornadas parciales involuntarias (Nueva Encuesta Nacional del Empleo) y el 50 % de los trabajadores ganan menos de 251.000 pesos (US$ 531) mensuales (Casen 2011).
Pájaros de mal agüero nos sobrevuelan
En ese contexto, nuestro modelo comenzó a mostrar crecientes fallas desde 1997. El primer síntoma fue el aumento paulatino de la abstención electoral, con una baja notoria de la votación de la Concertación y dentro de ella de la DC. A ello siguieron las manifestaciones de los pingüinos, que lograron ser controladas. Y continuaron con las fugas del PS de Marco Enríquez Ominami, Jorge Arrate, Alejandro Navarro, etc. y un retroceso de parte de la DC a la guerra fría, más de 20 años.
Después de un veranito de San Juan en el primer año de Piñera, tal vez por la alternancia en La Moneda. “la nueva forma de gobernar” era el lema, y el rescate de los mineros de San José, nuestro sistema postpolítico amenaza ruina. La administración Piñera tiene buenas cifras económicas, como no iba a tenerlas con el maná del cobre, pero a diferencia de Bachelet, quien también las tuvo como se vanaglioraba Expansiva, tiene una baja tasa de aprobación ciudadana en contraste con su predecesora.
Una razón, como lo señaló el Financial Times, es que Piñera es un superman de las finanzas. En cambio un presidente tiene ministros, o sea, colaboradores políticos e interlocutores, no subordinados, y ciudadanos, donde reside la soberanía, y no asalariados. La política como dijo Churchill es un enigma envuelto en el misterio, e incluye símbolos y empatía popular. Y ese es precisamente el límite de la tecnocracia.
A ello se suma el fin del miedo popular a la dictadura, que se inicia con la detención de Pinochet en Londres, y que la promesa de desarrollo con equidad gracias a la expansión de la educación superior fue un cuento del tío que se transformó en un bumerang. En palabras de Andrés Velasco: “la combinación de ingresos más bajos que los esperados y deudas más altas que las supuestas es explosiva”.
Desembocamos en la antipolítica
Así desembocamos en la antipolítica. Una suma del ansia de cambio con la indignación por las crecientes desigualdades, más la crisis de representación cuando no hay matices entre izquierdas y derechas, la exclusión social y los abusos de los de arriba, en un país, según el Financial Times, inundado por el dinero, cita como ejemplo el Costanera Center. A lo que se agrega una extraordinaria concentración del ingreso. Nuestros multimillonarios en la lista de Forbes, por ejemplo, son superados en el porcentaje de control de sus respectivas economías solo por cuatro países (Rusia, Ucrania, Israel, Líbano).
La antipolítica pretende volver a la plaza pública, el agora de la Grecia clásica, por internedio de redes sociales electrónicas. Y cuando en la calle se dice que los políticos son todos iguales y no representan el clamor popular, la falta de reacción de las autoridades y la política del avestruz solo incrementan la indignación. Y ello explica que los estudiantes universitarios, después de un año de calma relativa, lograran sacar a la calle hace poco miles de estudiantes ante la sorpresa de los medios internacionales, más de cien mil dijo el Financial Times.
El gran choque
El choque entre la postpolítica y la antipolítica se produce sobre los escombros de la socialdemocracia (y el socialcristianismo), una consecuencia inesperada del fin del comunismo. Hace casi dos décadas, sin embargo, Carlo de Benedetti dividió a sus colegas empresarios en Italia entre los con mentalidad de edad de piedra, que se felicitan porque la gallina pondrá más huevos de oro debido al colapso del comunismo, y los inteligentes, que se preocupan por la salud de la ponedora.
Como ganaron los primeros, ahora vemos los resultados, hasta en Chile. La pasión por el lucro en todos los ámbitos de la postpolítica y sus consecuencias, criticadas ahora por el Papa Francisco, el dinero es para servir, no para mandar, provocó la antipolítica, que rechaza al pactismo y el supuesto lenguaje político correcto de personajes de ls postpolítica, como Escalona, el factótum del PS por más de una década, que es de su esencia.
Ahora bien, qué nos depara el futuro. Todavía es difícil hacer una prognosis, pero no soy muy optimista.
¿Qué nos depara el futuro: el dulce?
Por una parte los movimientos sociales han obtenido victorias recurriendo a la institucionalidad, es decir, volviendo a la política. Entre ellas, la destitución del Ministro de Educación por un juicio político, en el que se destacaron congresales independientes, como también diversas sentencias judiciales de protección del medio ambiente y de sanciones a abusos con los consumidores. Y en las listas parlamentarias las presiones regionales comienzan a ser consideradas.
Por el lado empresarial también hay movimientos, aunque de dulce y agraz. El dulce lo puso el muy académico Grupo Res Publica Chile financiado por Luksic, con 95 propuestas para un Chile Mejor
(http://www.economiaynegocios.cl/noticia/pdf/Listado%20de%20propuestas%20res%20publica.pdf). Son una evidente mejoría del modelo, aunque no se pone el énfasis suficiente en la reforma tributaria, hay dos proposiciones. Tampoco se propone volver al sistema de pensiones como seguro social que la dictadura transformó en un seguro privado obligatorio, caso único en el mundo.
Ni se insiste en la necesidad de políticas de desarrollo sectoriales, propuesta de la CEPAL y personalidades internacionales destacadas que han visitado nuestro país, como Michael E. Porter (Harvard, director del Instituto de Estrategia y Competitividad), Ricardo Hausmann (Harvard, director del Centro para el Desarrollo Internacional), Martin Wolff (jefe de análisis económico del Financial Times), etc., lo que permitiría transformar el maná del cobre en un plan Marshall nacional
¿Qué nos depara el futuro: el agraz?
A lo que se añade el agraz, que lo pone el Centro de Estudios Públicos, en el que los Matte son determinantes, que destituyó a su director de 31 años por, se comenta, su supuesta izquierdización cuando intentó mantener el diálogo social como Res Publica, del cual fue miembro, para enfrentar la antipolítica. Y existe el rumor de que será sustituido por Beyer, el ministro destituido, una verdadera declaración de guerra.
Además, el lamentable espectáculo postpolítico que dio la partidocracia concertacionista al rechazar la mayor parte de las elecciones primarias, único camino para que los partidarios de los cambios reales, la nueva mayoría que anunció Bachelet, lograra una cantidad impresionante de bancas en el Congreso para apoyarlos.
Soy pesimista
A lo que se añade que hasta ahora Michelle Bachelet no anuncia la profundidad y los alcances de las reformas que pretende realizar si llega a la Moneda, como todo parece indicar según las encuestas. Mientras los precandidatos derechistas se dedican a la hagiografía de la actual administración y a denostar a la de Bachelet para mantener una minoría suficiente para impedir los cambios. Es decir, evitar cuatro doblaje en el Senado, en las diez circunscripciones que se renuevan, o nueve en la Cámara de un total de 60.
Por desgracia, dada la ceguera de la partidocracia respecto de las primarias, que impide la concreción de una nueva mayoría en el Congreso, es difícil que un proyecto de reformas reales, que incluya un plan Marshall criollo, sea realidad en la próxima administración. ¡Qué Dios nos pille confesados!