En una de sus frases geniales, el poeta Vicente Huidobro decía que en la Cámara de Diputados se ofrecía un rico té y se hacían pésimas leyes; sólo la derecha y parte de la Democracia Cristiana creen que los comunistas “se comen las guaguas” cuando apenas, algunos de ellos, les gusta comer “niño envuelto” en estos días invernales.
De uno de mis lectores aprendí que el concepto “rabanito” – rojo por fuera y blanco por dentro – dedicado, especialmente, a la ultraizquierda, correspondía a la peor obra de Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, escrita para justificar, según mi opinión, uno de los tantos virajes de los bolcheviques a la derecha. En Chile se llamaba “rabanito” a los comunistas, pues eran los más moderados dentro de la Unidad Popular. Este mote lo utilizaban, fundamentalmente, los más radicales dentro de la UP – los socialistas y el MIR -.
Históricamente, el Partido Comunista chileno fue el más fiel a la URSS, justificando las invasiones que los estalinistas realizaron contra las revoluciones libertarias en los países del Este. En Chile, a partir del Frente Popular, (1938), bajo las tesis de Dimitrov, el Partido Comunista fue el más moderado defensor de la alianza entre los partidos obreros y los radicales, que representaban las capas medias. Durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda se abstuvieron de pedir cualquier ministerio para no asustar a la derecha – sólo formaron parte del gobierno de Gabriel González Videla, que luego los traicionó enviándolos a Pisagua y ordenando su eliminación de los Registros.
Ni siquiera proscritos, durante diez años, los comunistas pensaron en adoptar la vía insurreccional, incluso, el presidente de JJCC fue expulsado del Partido al plantear la vía violenta el régimen que los oprimía.
Dentro del FRAP, los comunistas chilenos fueron siempre partidarios de un acercamiento a la Democracia Cristiana, prilegiaando la alianza con los partidos de centro. En el tacnazo, el Partido Comunista, junto a la CUT, fueron los primeros en salir a la calle a defender el gobierno de Eduardo Frei Montalva discrepando, con algunos socialistas que creían que la rebelión de los soldados de Tacna no sólo era gremial, sino también una posibilidad de pretender el fin del reformismo – igual que Marmaduque Grobe – de implementar un socialismo por la vía militar progresista, ( aun cuando algunos lo nieguen, hay suficientes testimonios de especial simpatía de los socialistas por los militares).
En enero de 1970, a pesar de llevar la candidatura de Neruda a la presidencia, los comunistas no pensaban aspirar a este alto cargo, incluso, los Mapu fueron a ofrecer a Luis Corvalán el apoyo del Partido a Neruda pero, con mucho sentido común, don Lucho les respondió que no se molestaran, más bien era más práctico buscar una candidatura de consenso que, finalmente, terminó en la persona de Salvador Allende.
En la Unidad Popular, los comunistas fueron los más moderados y abiertos al diálogo, especialmente con un sector progresista de la Democracia Cristiana.
El Partido Comunista ha tenido dos períodos insurreccionales: el primero, el de lucha de clase contra clase, inspirado en el estalinismo cuando el dictador soviético acusaba a la socialdemocracia de “social-fascismo”, incluso, en la República Socialista de los doce días quisieron formar un “Soviet” de obreros, marineros, campesinos e indios; el segundo período postulaba a todas las formas de lucha, a partir de la aprobación de la Constitución de 1980, promulgada por Augusto Pinochet.; esta estrategia – muy justificada contra una dictadura sanguinaria – separó a los comunistas del resto de la oposición anti-dictatorial que creía, pienso que acertadamente, que la forma de terminar con la dictadura era por medio del voto.
Durante los veinte años de gobierno de la Concertación el Partido Comunista se constituyó en una fuerza extra-parlamentaria, en parte debido al sistema binominal, y su votación fluctuó entre el 5% y el 11%. En dos elecciones presidenciales el voto comunista fue decisivo para conducir al poder a los socialistas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, en la segunda vuelta. Los integrantes de la Concertación nunca se abrieron a la posibilidad de integrar los comunistas en las listas parlamentarias – de seguro, hubiera permitido mayorías parlamentarias en ambas Cámaras -.
Sólo en 2009, se produjo la posibilidad de integrar a los comunistas a una alianza por omisión, que le permitió elegir tres diputados, cuyo papel no ha sido muy trascendente, a mi modo de ver, sin embargo han penetrado en la vida parlamentaria saliendo del aislamiento y permitiendo el acercamiento a la Concertación y, en la actualidad, con el apoyo a la candidatura de Michelle Bachelet, paulatinamente se acercan a su incorporación irreversible y definitiva a esta combinación política que, aun cuando cambie de nombre es, prácticamente, lo mismo, con el solo agregado del Partido Comunistas y de Alejandro Navarro.
La ganancia del Partido Comunista, al apoyar a Bachelet, es tener unos parlamentarios, con el precio del abandono a un movimiento social y estudiantil, que va en alza, y cuyos postulados ha forzado a los candidatos presidenciales a considerar en sus programas de gobierno la Asamblea Constituyente, la educación gratuita y pública, en los tres niveles, y una contundente reforma tributaria.
A nadie le debe extrañar que el Partido Comunista, en este nuevo viraje, adopte las posiciones más moderadas, abandonando sus postulados iniciales y acercándose a la neoliberal Concertación. Con mucha razón, Marco Enríquez-Ominami llamó a esta nueva mayoría “una nueva pillería”.
Rafael Luis Gumucio Rivas
27/05/2013