La historia de América Latina es un conjunto de revoluciones frustradas, a medias y traicionadas. El fin de las oligarquías que dominaron a los países latinoamericanos tiene como origen una serie de rebeliones demagógicas y populistas: la revolución mexicana, de 1910 terminó en el callismo y el PRI, (Partido revolucionario institucional). Las nacionalizaciones de Lázaro Cárdenas, 1n 1830 se diluyeron, a posteriori, en una serie de gobiernos del partido único; la lucha antioligárquica, de los años 20, en Chile, terminó en el militarismo ibañista y, finalmente en los gobiernos radicales; el radicalismo de Irigoyen y el peronismo se frustraron en la ambigüedad, lo mismo ocurrió con el “Bogotazo”, en Colombia, el varguismo, en Brasil y la revolución boliviana, en los años 50s. Como podrá comprobar el lector, nuestra historia está plagada de nacionalizaciones frustradas.
Será posible que esta nueva era de nacionalizaciones termine, como siempre, frustrando el sueño bolivariano, a causa de la traición de las clases herodianas? Qué otra salida tiene Bolivia que no fuera optar por la nacionalización de los hidrocarburos? El neoliberalismo y la apertura de las inversiones extranjeras no habían hecho otra cosa que convertir en más miserables a los habitantes del Alto La Paz; antes del triunfo irrefutable de Evo Morales, Bolivia estaba al borde de la disolución y de una guerra civil: se habían turnado gobiernos, como el de Carlos Mesa y el presidente de la Corte Suprema, Eduardo Rodríguez, sin proponer ninguna solución a la repugnante brecha entre ricos y pobres.
La vieja oligarquía boliviana difícilmente puede soportar un gobierno dirigido por un “indio” y su gabinete integrado por algunos obreros, sindicalistas y empleadas domésticas; es que la oligarquía y sus herederos mediócratas sólo pueden concebir un gobierno que sea mirado con beneplácito por Estados Unidos de América y Europa, (un famoso jesuita llamaba a estos grupos sociales “las clases herodianas”); los funestos de estos nuevos sacerdotes del neoliberalismo son los ex izquierdistas, como un tal Jorge Castañeda, (mexicano, ex canciller del gobierno de derecha de Vicente Fox, autor de una biografía del Che Guevara), quien se ha transformado en uno de los profetas del derrumbe de las nacionalizaciones de Evo Morales; de Mario Vargas Llosa, mejor ni hablar.
A pesar de tanta alharaca, ningún gobierno latinoamericano se ha atrevido a poner en cuestión la legitimidad de la nacionalización de los hidrocarburos; por lo demás, los presidentes de Brasil, Venezuela y Argentina, en la Cumbre del Puerto Iguazú, reconocieron este acto como legítimo. No han faltado los “pepes grillos” que critican a Evo Morales por haber procedido, de sorpresa, el 1º. de Mayo, una ocupación militar de los yacimientos, y concediendo 180 días para pactar un nuevo status, con las empresas que quisieran quedarse. Al fin puedo apostar que todas ellas se quedarán y aceptarán el nuevo trato, pues el petróleo, a 90 dólares el barril, es un súper buen negocio, aún quedándose con el 18%. Las amenazas de Petrobras y los gestos imperialistas de los españoles, todos acostumbrados a ganar el dinero fácil, no pasarán de ser bravatas para negociar mejor: “platita en la mano, culito en el suelo” o “plata en mano, culo en tierra”.
Cuando el Fondo Monetario Internacional, en sus aburridos Informes, declara que las nacionalizaciones llevadas a cabo en Bolivia, ahuyentarán a las mariposas y golondrinas inversionistas, (siempre es inteligente pedir por abajo, como en el juego del cacho); cada vez que este bendito Organismo se ha metido en América Latina ha logrado llevar a los países al default; no faltan los tontos que creen que las calificadores de riesgo norteamericanas son como Dios Padre: infalibles, y no se acuerdan que los bonos de los ladrones de Enron fueron clasificados triple A. En Chile y en el resto del mundo estamos plagados de profetas de la desgracia: cuando en Chile se promulgó la nacionalización del cobre, en 1971, no faltaron los doctores que anunciaron que no teníamos plata, ni capitales, ni técnicos, para hacer marchar las minas, y lo más bien que la nacionalización dio buenos resultados; creo que lo mismo ocurrirá con los hidrocarburos, en Bolivia.
La política Latinoamérica del ministerio de Relaciones Exteriores de Chile no puede ser más mala y poco profesional: entre Santiago, Torre Tagle y los doctores de Chuquisaca hay la misma distancia que entre un equipo de barrio y uno profesional. A la mamá Michelle le impusieron los demócrata cristianos a Alejandro Foxley, como Canciller; se podía esperar de un personaje político experimentado, que no dijera la estupidez de que la legítima nacionalización de hidrocarburos “perjudicaba la unidad latinoamericana”; por suerte, la mamita virgen abeja reina, Michelle Bachelet, ha tratado se sacar la pata de su ministro al llamar y felicitar a Evo Morales por este gran paso y, como en Palacio no faltan los cartuchos bajaron, de inmediato, el perfil de este audaz gesto, diciendo que era sólo para planificar una reunión, en Viena.
El mundo ha cambiado: aunque los yanquis quisieran intervenir en todos los pueblos, cada vez tienen menos espacio y más países dispuestas a condenarlos; ya no pueden intervenir en Corea del Norte, tienen dificultad para hacerlo en Irán y a los agentes de la CIA no les resultan las conspiraciones contra el gobierno de Nicolás Maduro; el precio de las Comoditis está por las nubes, es cierto las materias primas son volátiles, pero no cabe duda de que, de aquí a unos tres años, esta bonanza puede continuar y aumentar. Esta situación es favorable a las economías emergentes, en especial a América Latina. Por lo demás, China y el resto de Asia son países poseedores de los bonos de la deuda norteamericana que, en cualquier minuto, pueden hacer efectivo el cobro.
En Julio de 1971, Salvador Allende logró el apoyo de todos los partidos políticos chilenos para aprobar un proyecto de ley, tendiente a nacionalizar todos los minerales y, según el presidente, constituía la “segunda independencia”. Es cierto que, en parte, este gesto del Chile de la época, entre otros elementos, provocó la ira del presidente más canalla y despreciables de los Estados Unidos, Richard Nixon, cuyos procedimientos en contra de nuestro gobierno harían enrojecer al mismo Al Capone.
Daniel López Pinochet no sólo fue un asesino, un ladrón y un traidor, sino también ser muy dañino contra las riquezas de nuestro país: regaló a australianos, canadienses, ingleses y norteamericanos, el 70% de nuestras minas de cobre, sin cobrar un peso de impuestos por los derechos otorgados. Afortunadamente, CODELCO se salvó de esta furia privatizadora, aunque no han faltado ahora “perlas” de la derecha que quieren privatizarlo.
Como en este país la palabra “transparencia” no existe aún, según Orlando Caputo, expresidente de CODELCO en la época de Salvador Allende, no se puede calcular, con exactitud, las ganancias obtenidas por las empresas extranjeras, producto del alto precio del cobre. Es un misterio, como el de la Santísima Trinidad; al parecer, serían 16 mil millones de dólares, equivalente al producto interno bruto de Bolivia, Paraguay y Uruguay. La mina La Escondida, de B.H.P. (Empresa angloaustraliana), gana 1.136 millones de dólares anuales, lo que significa un 152% en igual período, en 2013. Esta riqueza, si una parte quedara en Chile permitiría financiar todos los programas sociales.
Estoy convencido de que pasarán los años y sólo quedará el hoyo, que generará pobreza. La plutocracia concertacionista y derechista es tan irresponsable como la que se comió el salitre a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX: sólo sirve para los viajes, las fiestas y los bailes pascuenses; no les pida, amable lector, una onza del patriotismo de Radomiro Tomic y de Jorge Lavandero, grandes defensores de nuestro cobre.
Pienso que es necesario que luego resolvamos el tema del mar para Bolivia: las posibilidades son variadas, por lo demás muchas de ellas están en la historia del Diferendo, animado por reaccionarios historiadores como Encina, Eyzaguirre, Vial, Bravo, o otros. Se podría, en este plan de nacionalizaciones, crear un puerto de soberanía común, que permitiera un gran sector integrado; pienso no sólo en los 10 kilómetros entre Arica y la línea de la Concordia, sino también en la abandonada Pisagua, , la Caleta Víctor, o la antigua Cobija. Es cosa de innovar, crear y abandonar al criminal neoliberalismo.
Rafael Luis Gumucio Rivas