Diciembre 26, 2024

Bono para una vida

Cada vez que lo siento lo odio mil veces. Así piensa en voz alta Andrea y sus tres meses de embarazo, al tiempo que le da toquecitos a su abultada barriguita repleta de hamburguesas mal trituradas, dos jarras de malta, pan amasado y café instantáneo. Allí también se acomoda –en la medida de lo posible– el futuro bebito que la píldora no tomó en cuenta. ¡La dichosa píldora!

 

En ocasiones Andrea coloca dos relucientes píldoras en el mortero, agrega aceite de maravilla, una pizca de sal, bálsamo y se echa toda la mezcla sobre la gruesa mata de pelo negro azabache, lo único que tiene en la cabeza. ¡Ah! Eso y el respectivo sombrero. ¿Qué dirá el flamante nuevo padre, Román, cuando se entere del flamante nuevo embarazo? Desde luego que la culpa es tuya, no te cuidaste. Había que cuidarse de las marranadas del alcohólico, que gusta de embarazar a Andrea cada cierto tiempo. En realidad el cochinillo de Román gusta de hacer sus mejunjes cada fin de semana, solo que Andrea es muy fértil y apenas se desprende de un crío, allí está papi bajándose los pantalones. A veces se cae de hocico en las tablas del nido de amor (dormitorio), pero esto ha reportado a dos niños preciosos, Andrés y Ramón…

 

de quienes no se puede decir gran cosa, buuu, únicamente que el primero tiene dos años y que el segundo tiene uno. No termina el primero de cumplir dos años y el segundo uno cuando Andrea tiembla ante la ausencia de los dolores menstruales. Abuela, que en parir tiene maestría, anuncia con los dientes apretados: Andrea, estás embarazada. ¡Pobre abuela! Ella todavía no cumple los cincuenta y ya tiene dos nietos. Y Andrea que ni siquiera se ha casado y que todavía no cumple los veinte y pico y ya tiene dos críos y próximamente un tercero…

 

Andrea es de las que no terminó de estudiar. Con cierta nostalgia se apega a las viejas historias (que ocurrieron hace un par de años, vamos, que tampoco son tan viejas, es la Andrea la que se ha avejentado… ¡y engordado!) y desearía nuevamente estar en el cuarto año medio del Liceo público, donde ella iba muy cuca a mostrar piernas con el jumper a la altura de sus gruesos muslos. Así, fresca, olorosa y radiante, atraía la atención de los hombres, vale decir, la cohorte de imbéciles que se agazapaban a la salida del Liceo para cazar conejitas y llevárselas a sus improvisadas madrigueras ubicadas o en un pastizal o en la ladera del cerro. Entre matas de nardo y rosas silvestres Andrea concibió al pequeño Andrés. Era concebir al pequeño Andrés, matarse de aburrimiento escuchando a la (por aquel entonces futura) abuela desacreditando los logros de abuelo (que vaya a saber uno donde está porque abuelita fue madre soltera), o hacer guarradas sin protección junto a Román, que era el más lindo del grupo de descerebrados que se sentaba a fumar a la salida del liceo. Era porque ahora él es bastante gordo: el efecto indeleble de la cerveza sin duda. Pero eso no formaba parte de los conocimientos de Andrea, que sí sabía de memoria las canciones de Montaner y que corría a casa para ver la teleserie de la tarde. Ahora no es necesario correr a casa para ver la teleserie de la tarde porque Andrea está todo el día echada en frente del televisor, engordando como sapo y dándole leche en polvo a sus preciosos críos. Así es ella. De vez en cuando descorre el visillo para husmear en la vida ajena pero el vecindario es tranquilo y, en cambio, es Andrea quien se transforma en noticia cada vez que se reconoce en sus carnes abultadas a la futura nueva mamuchi. ¡Y ahora por tercera vez!

 

Papi celebró con bombos y platillos la llegada de Ramón. Por el contrario la llegada de Andrés fue lamentable. Mami (que a veces también se llama Andrea, no se espanten si por allí todavía queda alguien que la reconoce en la vía pública nada menos que por su nombre original y legal, a pesar de que ella ahora es Mami, y en ocasiones hija de puta, pero eso para papi que lo escupe con tanta gracia, cerveza, botellas y patadas), mami tuvo que perseguir durante meses a papi para que por lo menos, es decir, como mínimo, le dejara su flamante apellido al futuro crío. ¿Cómo se vería de mal un futuro crío sin apellido, si además se le odia desde que el muy bestia lanza patadas desde dentro contra la tierna barriguita grasienta de mami? Mami ni siquiera podía ir a echarse una meada al váter sin dejar de sentir las patitas –o mejor dicho, los piececitos– del bebé en su grasienta barriguita. Incluso cuando mami hubo de dejar los estudios que prometían tanto éxito profesional en el rubro del secretariado y se internó de lleno en el mundo de cortar palos de leña para la estufa, el bebito no la dejaba en paz. A eso se suman los insultos de abuela, que de gritar sabe bastante. Pero un buen día apareció Román colmado hasta las narices: aquí vengo, reformado, sin aliento a alcohol, nada menos que a reconocer a mi hijito, le he comprado de todo cuanto existe, babero, pañales y hasta un tarro de leche. Podemos vivir en una habitación que me ha dejado mamá (la otra abuela). Frente a tamaño ofrecimiento no se podía una negar, había que dar el respectivo sí y vamos pa donde la otra abuela, la reconocida vieja mierdosa. La mamá de mami (abuelita) sonríe encantada: al fin un poco de paz y ya me encargué de tu crianza, yo ya cumplí con la misión, hala que la suerte os acompañe. Fin.

 

Semanas, meses y años transcurrieron. Román continuó bebiendo, engañando a Andrea con otras colegas y asimismo golpeando a Andrea por flirtear con el aire, mientras que Andrea se tomaba la píldora y ya ven los resultados: un tercer crío. Pero un momento… ¿Qué dijo el Señor, ese del gobierno, por quien yo voté pero cuyo nombre desconozco porque todo cuanto es nuevo lo olvido de inmediato? (Andrea) ¡Me darán dinero, un bono, por el tercer hijo! Andrea se ilumina como un semáforo. Al fin un poco de suerte en esta vida horrible e incompleta. Andrea aguanta las patadas del futuro bebito hasta que nace y venga, ¡con marraqueta bajo el brazo! ¡si es una niña de ojos claros! Cecilia será su nombre, porque con estos rubios cabellos será idéntica a la reina del certamen internacional. Adelante, vengan, pasen. Todos invitados al bautizo. La madrina sonríe (sin mostrar los dientes, con razón, muy feos están, esos puentes y las respectivas tapaduras de oro, qué asco), mami se ha encremado el alma para el evento, hasta el tufo le huele a rosa mosqueta. Abuelita sonríe: luce particularmente colorista porque el vestido es nuevo y floreado, las medias nuevas y floreadas, asimismo los zapatos de falso cuero… ¡nuevos! ¡floreados! ¿Y papi? Está solo un poco borracho, digamos un 45% borracho, lo que significa sobrio ¿no? Papi espera atento a que pasen los días para ir a reclamar el bono… ¿O qué se pensaba la ilusa Andrea que el dinero aquel lo iba a emplear para comprar una nueva máquina de coser, de lavar ropa, una secadora, dos alfombras y un silloncito de falso brocado, o tal vez para componer la puerta que papi rompió de una patada el año anterior? Porque desde luego el dinero aquel llega solo una vez, adelante, si queremos tener más bonos para papi (¿para quién más?) a abrir las piernas que al quinto hijo llegan más bonos y al octavo una ya es santa. Después de cada bono vaya a saber Dios que le depara el destino a gente como Andrea, pero una cosa es segura: papi escogerá los mejores licores de la temporada, je je je.

 

anibal.venegas@gmail.com

 

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