Esta enfermedad está definida como una coprolalia compulsiva y, por lo tanto, incontrolable, que se da, fundamentalmente, en la clase alta y en sectores más marginados de la sociedad. Los siúticos y las capas medias parecen inmunes a esta enfermedad: pronuncian bien las palabras y emplean un vocabulario rico y limpio. En nuestra historia se hicieron famosos por el uso de palabras soeces Diego Portales, cuyas cartas – dirigidas especialmente a la aristocracia- con insultos y garabatos; don Arturo Alessandri, que devino en líder de la derecha, también brilló por ese tipo de “lenguaje florido”; en el sector popular, las tallas groseras eran el monopolio de los hermanos Palestro.
Las ministra Eveleyn Matthei y Cecilia Pérez, que padecen, seguramente, del mal de Tourette, no tienen la gracia de los personajes anteriormente mencionados – usaban los chilenismos en forma adecuada, oportuna y, a veces, brillante, con una ironía que aniquilaba a sus rivales – sino que usan la vulgaridad de una clase millonaria y mercantil, que desprecia a “rotos” y siúticos, como se trata a sus empleados como hombrecitos” y “mujercitas”, a quienes hay que tratar a garabatos, pues ignoran la lengua de Cervantes y sólo entienden “el despreciable indígena”. Carlitos Larraín dijo, en forma “brillante” que a la ministra Pérez le iba a ir mejor que a su antecesora alemana, Ena von Baer, pues era una negra curiche y no una rubiecita aria.
A la gente le cuesta aceptar que una mujer, y para más remate, rubia, diga tantos garabatos en el hemiciclo de la Cámara; es que no pueden relacionar el físico virginal de la ministra con un lenguaje tan procaz. (Personalmente, me encantan los garabatos y me cargan los hipócritas bien hablados cuando son verdaderos “sepulcros blanqueados”; nunca me han gustado las “solteronas” y las vírgenes bigotudas” y ahí estoy de acuerdo con mi amigo Pancho, el Papa, cuando se refirió a las monjas para decirles que no fueran solteronas amargadas).
La Cámara de Diputados se ha convertido “en cenáculo” de personajes amigos de la coprolalia. Me imagino una sesión donde un diputado pide “por su intermedio, señor presidente, quiero decirle al hijo de la <gualputa> que es un maldito sinvergüenza”. La señora Matthei le dice a la diputada Marta Isasi “qué te creís rota de mierda”. La última gracia de Matthei fue decirle “concha de su madre” al “honorable diputado” Osvaldo Andrade y armó “el tierrero”. En la Cámara, insultos van, insultos vienen. René Alinco se enfrenta a Fidel Espinoza y, además, acusa a la comisión de ética de que “vale callampa”. Y así se desarrolla la “comedia” de las función es parlamentarias.
Las ridículas sesiones de la Cámara de Diputados no son nuevas: ya en 1907, uno puede encontrar con otros nombres y partidos políticos, escenas similares a las que consigna el actual “boletín” de esa Cámara, como fue el caso de un artículo del diario El ferrocarril:
“Algunos diputados duermen, dando ruidosos ronquidos; otros llaman sin cesar a los oficiales de la sala, pidiendo whisky con soda, jerez con apollinares, cogñac con Panimávida”.
“Las interrupciones se cambian a cada instante entre los que se conservan despiertos. Algunos ríen a carcajadas por algún motivo. De repente llegan tres diputados a la sala, haciendo curvas y equis con lamentable dificultad”.
“Un joven diputado montino…medio se incorpora y con voz indecisa exclama: vaya a cantarle a su abuela”. (Hoy se dice, claramente, concha de su madre).
“Otros apuran sus vasos y… se injurian con incomprensible crudeza, pero reconociéndose dispuestos a no molestarse…No hay que enojarse, compadre”. (Parecido a la pelea del diputado Alinco con la mayoría de sus colegas, y no como Moreira y Schaulsohn, que se fueron a las manos).
“Nadie odia a nadie. A intervalos salen unos en dirección del comedor, en la sala de sesiones se sienten los estampidos de los corchos de las botellas de champaña. Parece, por momentos, que hubiera un fuego graneado”.
“Las salas, llenas de humo que despiden los cigarros puros. El ambiente, impregnada de vapores alcohólicos. Los diputados, en orden disperso. Aquel tiene los pies sobre una mesa. Ese otro ronca estrepitosamente. Este, con el chaleco abierto y sin corbata, parece… lo acaban de fusilar”.
“Más que sesión permanente…una merienda de negros”.
“Uno de los oradores se saca el cuello de la camisa y los puños…los colegas…celebran la operación”. (Vial, 1987:604).
Lo único que ha cambiado de ayer a hoy es que los honorables no pueden fumar en la sala, tampoco dedicarse a los placeres de Baco y uno que otro se entrega a los brazos de Morfeo. Los congresistas de ahora están en el mundo de la cibernética, por ejemplo, el cultísimo senador Alejandro Navarro, y tal vez otros, copian proyectos de ley de la Wikipedia, y algunos más ignorantes ocupan el tiempo en ver películas eróticas, y la mayoría emplea su celular y su computador para enviar mensajes provocativos; otros se esconden en el baño para no votar.
Lo grave no es festival de insultos entre parlamentarios, sino la burla hacia los ciudadanos que han depositado en ellos su confianza y su dieta, y ahora, agregamos a algunos ministros y ministras de gobierno que profieren insultos en vez de argumentaciones y trabajo serio.
Rafael Luis Gumucio Rivas
16/05/2013