La actividad política es para seres humanos con cuero de chancho. Administrar la convivencia colectiva requiere de estrategias y habilidades que no siempre riman con utopías extraídas de libros bíblicos donde el león juega con el niño en parajes dorados. El arte de la política es un ejercicio de poder y como tal, se ejerce desde miradas que ambicionan establecer sus ideas a través de persuasión o fuerza. Estas ideas son las que establecerán el sentido común desde el cual se diseñará mayoritariamente la sociedad.
La política es todo. Genera culturas, fija precios, determina formas productivas y amasa futuro. Históricamente la política ha sido administrada por minorías despiadadas y calculadoras. No necesariamente han sido intelectuales. Los intelectuales pueden coquetear con ella un rato, pero terminan sucumbiendo y finalmente despotricando en contra de los políticos de cuna. Para la academia, los políticos son básicos, burdos y sanguinarios. Para los políticos, los intelectuales no son más que unos cobardes sin cojones suficientes para gobernar.
Históricamente la política ha navegado de acuerdo a las corrientes establecidas por las percepciones mayoritarias. Cada cierto tiempo las masas sociales, esa energía salvaje también llamada pueblo o ciudadanía, se rebela ante el statu quo de la vida. Entonces aparecen solicitudes de nuevas constituciones, alzamientos, guerras civiles y revoluciones. Sin estas alteraciones a la paz social, la película perdería atractivo y dejaría de interesar a la audiencia de la historia. La política y los políticos saben que esos vertiginosos episodios, abundantes en pasiones, traiciones y crímenes, llegan tarde o temprano. Los “buenos políticos” saben preverlos y toman las medidas del caso (pasos al costado, sumergidas, acuerdos bajo cuerdas o arremetidas feroces), los “malos políticos” reaccionan tarde y sucumben ante esa ola social que muchas veces, trae consigo escombros suficientes como para voltear instituciones de cuajo.
Lo cierto es que hoy Chile vive evidentes síntomas de fractura social. El gobierno de Piñera se encargó de acelerar la llegada de este irreversible proceso. Se acabó el respeto a las instituciones sacrosantas ( iglesia, parlamento, justicia, presidencia, crédito) y se terminó la fe en el “lucro”, valor ancla del hiper mercado neoliberal. Si hasta la confianza en el banco público se vino abajo.
En la arena política, los cambios van al ritmo de internet. Las mismas empresas de encuestas ya comienzan a quedar obsoletas, pues no son capaces de medir los efectos de la nueva política. Todo es muy rápido. Los que no conocen los códigos y las vueltas de este milenario arte, terminan acribillados o llorando a moco suelto en rincones de grandes salones parlamentarios.
Hoy la esférica historia nos ubica en la vuelta donde aparece la acción. Y como siempre, serán los que atentos al rodar histórico, comiencen a mover piezas y diseñar estrategias para reconstruir desde los escombros del actual desmoronado modelo. Para esa oligarquía de sangre fría, la misma que acompañó a Portales, Alessandri o Pinochet en sus respectivas reconstrucciones, ni el sillón presidencial, ni la efervescencia de la calle parecieran desvelarles. A ellos les interesa convencer a minorías influyentes sobre la tormenta que se avecina. Para eso han construido una pequeña y exclusiva arca desde donde zarparán cuando el diluvio social se desencadene.
Es el arca del “buen político”, de ese animal capaz de sobrevivir a los vaivenes de la historia. Un animal de sangre fría, que no desespera con multitudes ardientes ni contrincantes histéricos. Son los zorros que pactan transiciones y acuerdan rendiciones. Los que limpian escupitajos desde sus camisas y no dudan en resucitar desde tumbas pestilentes. Son los que esperan pacientes a la humana coyuntura, sabiendo que al final del día, siempre habrá gobernantes y gobernados. Y por supuesto, los gobernantes serán quienes mejor apliquen el arte de la “buena política”.
No es de extrañar que en este mismo momento los “buenos políticos” ya estén planificando junto a Luksic, Matte , Paulmann y Awad una nueva constitución, reforma tributaria y otros cambios que de no hacerse, desatarán un diluvio más largo de lo esperado. En las tormentas revolucionarias siempre habrá un arca preparada para la salvación de animales políticos. Lo importante es no extinguirse.