Tuvo lugar otro ataque terrorista de magnitud en territorio de Estados Unidos, en un poco más de una década. ¿Quién, por qué y para qué? son las preguntas que se formularon de inmediato las más altas autoridades de ese país. A una semana del atentado, ¿qué se ha resuelto? Aparentemente la identidad de los responsables, que fueron ya aprehendidos o muertos en un suburbio de Boston. Las fotografías o películas callejeras, desde dispositivos colocados justamente para encontrar o identificar a responsables de este tipo de acciones, fueron la aparente causa de esta definición de identidades. Pero ¡oh sorpresa!, el encuentro no llevó aparentemente a las autoridades a ciertas células de Al Qaeda o similares que se hubieran infiltrado en territorio estadunidense, sino apenas a un par de jóvenes hermanos de origen checheno cuyos antecedentes, a juzgar por amistades jóvenes de ambos, no tendrían relación con grupos externos (las explicaciones internas del atentado aún no se manifiestan).
En el caso del ataque a las Torres Gemelas, aquel infausto 9/11/01, si no recuerdo mal, Osama Bin Laden reivindicó el ataque alrededor de 10 o 15 días después de ocurrido. Aunque debe reconocerse que prácticamente de inmediato autoridades y medios de difusión lo habían señalado ya como responsable de la hecatombe. En este caso, el del maratón de Boston, no ha habido, a mi entender, ninguna reivindicación o señalamiento formal del origen y propósito del atentado. El encuentro con los responsables (al menos hasta la fecha), si de verdad lo son (¿?), se debió más a los avances tecnológicos que a las denuncias o posiciones de carácter político.
Lo anterior, sin embargo, explica que en prácticamente la totalidad del territorio estadunidense haya habido una alarma de gran magnitud y estrictas medidas de seguridad, que refuerzan las ya existentes. El trauma de las Torres Gemelas sigue siendo una especie de síndrome que ha marcado tal vez para siempre, o por muchos años, la sensibilidad estadunidense en materia de seguridad, incluyendo, por supuesto, a los responsables oficiales del más diverso nivel y jerarquía.
Una cuestión, sin embargo, que ha tenido un efecto calmante es que las autoridades, según parece, están lejos de haber reaccionado con la histeria y violencia de hace 12 años. ¿O me equivoco por la falta de tiempo para observar en definitiva la magnitud y estilo de los actuales responsables oficiales? En todo caso, por fortuna, la reacción del presidente Barack Obama parece alejarse de la locura de mano dura fascista que caracterizó a George W. Bush en la época.
Recordemos que al mes de la destrucción de las Torres Gemelas, Bush firmó la llamada Ley Patriótica y, al año escaso de la tragedia, una Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que contienen los lineamientos claves de la política interna e internacional del ala más radical de los conservadores estadunidenses, que caracterizaron a Bush como violador sistemático (y descarado) de la Constitución de Estados Unidos y del derecho internacional. Ambos documentos colocaron a Bush en los linderos del fascismo más abierto, y más allá.
La ley expande legalmente la autoridad de las agencias de seguridad de Estados Unidos con el propósito de luchar contra el terrorismo, en ese país y en el exterior. Entre sus definiciones encontramos la autorización inusitada a las agencias de seguridad para las escuchas telefónicas, el control de los correos electrónicos, los archivos médicos y financieros, etcétera. Incrementa además la autoridad de la Secretaría del Tesoro para regular transacciones financieras, particularmente las que se refieren a individuos y empresas; amplía las facultades de las autoridades migratorias para detener y deportar a los sospechosos de haber cometido actos de terrorismo o ser cómplices de los mismos. Fue apoyada por congresistas demócratas y republicanos, no obstante las críticas que surgieron, acusándola de debilitar los derechos humanos y sus defensas legales, sobre todo por la detención indefinida de emigrantes y la posibilidad de violar domicilios y correspondencia sin conocimiento de los afectados ni autorización judicial. Los tribunales federales, en distintos fallos, han decidido que buen número de las disposiciones de la ley son inconstitucionales.
Por fortuna, como decíamos, la reacción de los gobernantes actuales de Estados Unidos no se parecen, hasta el momento, a las de su predecesor Bush, y aunque sin duda hay ya un endurecimiento en los controles internos de la seguridad. Es pronto para hacer predicciones definitivas, pero todo indicaría que las cosas se desarrollarán en una orientación más suave, sobre todo respecto a los derechos humanos. Espero no equivocarme en lo anterior.
Buen número de analistas y académicos estadunidenses, inmediatamente después de las explosiones en el Maratón de Boston, opinaron que el atentado parecía más bien tener origen en círculos de extrema derecha, que no han perdido ocasión de manifestarse en contra del actual presidente Barack Obama, y más aún después de su relección. Pero no, los medios de información estadunidenses ya señalan como culpables a dos jóvenes de origen chechenio (uno ya muerto durante las persecuciones y el otro malherido), recalcando su raíz étnica y religiosa musulmana. Es decir, nuevamente orientando la acusación a los tradicionales enemigos de Estados Unidos, que darían continuidad con los recientes ataques al magno golpe de septiembre de 2001.
Por ejemplo, The New York Times, en su edición del sábado 20 de abril, afirma que el caso de los sospechosos (en el caso de Boston) es similar al de otros jóvenes que están a la mitad entre su vida en Estados Unidos y la lealtad a sus compañeros musulmanes en un distante hogar, y que en un momento se transforma en violencia.
Según informes de la policía de Boston, en la casa de los hermanos Tsarnaev fue encontrada gran cantidad de armas e incluso varias bombas semejantes a las que estallaron en las calles del maratón. Pero la pregunta es: ¿alguna vez sabremos el real significado y origen del lamentable atentado del Maratón de Boston?