El presidente electo de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros -que jura su cargo el 19 de abril, aniversario de la Declaración de la Independencia en 1810-, tiene clara la responsabilidad histórica que le corresponde asumir. Lo dijo en el cierre de su campaña en la Avenida Bolívar, de Caracas, ante casi un millón de manifestantes que gritaban: “¡Chávez vive, la lucha sigue!”. Para Maduro “Venezuela es hoy el epicentro de la revolución socialista”.
Los problemas que presenta el proceso tienen solución si se acude a la piedra angular del socialismo bolivariano: el poder popular. Es un proyecto socialista democrático, abierto a la participación y protagonismo del pueblo. El presidente Maduro tendrá, pues, que ponerse a la altura de la tarea que le confió Chávez. El comandante de la revolución bolivariana estaba consciente que el proceso tiene enemigos mortales como la corrupción, el burocratismo, la ineficiencia y la inseguridad pública, que la están minando por dentro. Una señal evidente del desgaste fueron los estrechos resultados de la elección del 14 de abril. Esa advertencia obliga a recurrir a medidas enérgicas. Maduro no será un equilibrista entre tendencias en pugna, ni un simple administrador del Estado. Su historia política como luchador social y su aprendizaje junto a Chávez, lo llevarán a cumplir su misión sin vacilaciones.
Para el futuro del socialismo, la avanzada revolucionaria en Venezuela -que hoy necesita profundizarse y consolidarse-, representa en esta época el aliento más importante en la bicentenaria lucha independentista de América Latina y el Caribe.
Otra vez las oligarquías en todo el mundo -comenzando por el gobierno de EE.UU.-, arremeten contra la revolución del socialismo bolivariano. Intentan -una vez más- desestabilizar ese proceso para someter a los venezolanos e interrumpir el flujo de energía revolucionaria y voluntad de integración que emanan del ejemplo bolivariano. Se valen para ello del limpio resultado de la elección presidencial, como si una diferencia de 236 mil votos otorgara al perdedor el derecho a declararse vencedor. Saben que recontar 14 millones 800 mil votos sumergiría a Venezuela en la parálisis y provocaría una crisis impredecible. Se trata pues de una argucia para crear el caos. Solo quien desprecia a su patria podría empujarla al abismo.
Venezuela tiene uno de los mejores y más seguros sistemas electorales del mundo, si no el mejor. Los vicios del anterior sistema manual fueron determinantes en el desprestigio de los partidos y de los políticos. Se acuñó entonces el término “Acta mata voto” para referirse al fraude habitual que cometían los grandes partidos de esa época, Acción Democrática (socialdemócrata) y Copei (socialcristiano). Se repartieron el poder durante 40 años hasta que Chávez triunfó en 1998, con el 56,2% de los votos. Fue un gesto supremo de asco con la corrupción política. Esos partidos hoy están reducidos a una mínima expresión pero conservan reductos de poder. Sobre todo cuentan con vastas relaciones internacionales -en especial en Washington- que utilizan para atacar a la revolución bolivariana. Se relacionan en las Internacionales socialdemócrata y democratacristiana -encarnizadas enemigas de Venezuela- con gobiernos, partidos, Parlamentos e instituciones que les prestan todo tipo de ayuda. En Chile sus corresponsales son el Partido Socialista y la Democracia Cristiana.
Durante el brevísimo golpe de Estado de 2002, el gobierno chileno dio un paso en falso al reconocer al empresario-dictador Pedro Carmona. El presidente chileno era el socialdemócrata Ricardo Lagos y su canciller, Soledad Alvear, democratacristiana. Lo peor de todo es que los partidos burgueses fueron reemplazados por un “estado mayor” opositor de tendencia fascista. Allí participan el empresariado, los medios de comunicación, agentes del imperio y representantes de las capas más conservadoras del país. Ese estado mayor contrarrevolucionario, dotado de cuantiosos recursos y de un arsenal de instrumentos de guerra sicológica, carece de toda ética y no tiene escrúpulo en utilizar desde la mentira y la calumnia hasta el magnicidio y el golpe de Estado. En pocas palabras: una pandilla de rufianes dirige a la oposición venezolana. Esto hace imposible el diálogo porque ellos no tienen otro objetivo que terminar con la experiencia socialista, para someter al país a los intereses del imperio.
Durante el llamado Pacto de Punto Fijo (la repartija del poder entre AD-Copei) se efectuaron ocho elecciones presidenciales. Sólo dos se ganaron con poco más del 50% de los votos. El caudillo “adeco” Rómulo Betancourt, obtuvo el 49,1% en 1958. Pero hubo presidentes como Rafael Caldera, socialcristiano, que ganó con menos del 30% en 1968 y fue reelegido, en 1993, con 30,46%.
La revolución bolivariana no sólo ha reivindicado el socialismo como una aspiración noble y legítima de los pueblos. Rescató a la vez los valores más profundos de la democracia burguesa. La consulta al pueblo se convirtió en un procedimiento habitual. La Constitución reconoce el derecho a revocar el mandato de las autoridades, incluyendo el presidente de la República. En los últimos 14 años se han efectuado 18 elecciones y referéndums, incluyendo el de agosto de 2004 para revocar el mandato de Chávez y que éste ganó con el 59,1% de apoyo popular. El desaparecido líder perdió sólo una consulta: el referéndum de diciembre de 2007 sobre reforma constitucional. El No ganó con 50,7%. Chávez reconoció de inmediato su derrota.
La Constitución Bolivariana agregó dos poderes a los tradicionales tres de las repúblicas democráticas. En Venezuela existen también el poder ciudadano, conformado por el Ministerio Público, la Contraloría General de la República y la Defensoría del Pueblo; y el poder electoral, representado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), una rama autónoma del poder público y “expresión de la transformación de la democracia representativa a la democracia participativa y protagónica”. El sistema y el propio CNE tienen mucho prestigio, que se refleja en la alta participación ciudadana: más del 78% votó el 14 de abril.
La rapidez para votar y escrutar que permite la automatización, se ve reforzado con el control manual. La máquina arroja un comprobante que el elector deposita en una caja de resguardo. El 14 de abril presenciamos -con un grupo entre los que había un ex presidente de Guatemala y un ex presidente del Parlamento de España(*)- el funcionamiento del sistema. En la mañana visitamos siete recintos electorales en Caracas y en la noche asistimos al cierre de mesas y escrutinio en el Liceo Fermín Toro, cerca del palacio de Miraflores. En todos los lugares había testigos de los candidatos Maduro y Capriles, y no escuchamos ninguna denuncia ni protesta. Impugnar este sistema, reconocido como seguro por entidades insospechables, de simpatías hacia la revolución bolivariana sólo puede obedecer al turbio propósito de socavar la institucionalidad del país(**).
El tema de fondo de Venezuela, como reconoce el presidente Maduro, es que se necesita renovar la revolución, refrescarla con nuevo impulso. Es claro que la oposición ha ganado terreno, síntoma inquietante de que algo anda mal al interior de la revolución. Esos problemas tienen nombres y Maduro -como antes hizo Chávez- no titubea en mencionarlos: corrupción, burocracia, ineficiencia, indolencia, inseguridad, sabotaje, desabastecimiento. Maduro, que realizará el programa que Chávez propuso en 2012, ha reafirmado que el camino es el socialismo. Su gobierno, dice, estará inspirado en un espíritu de paz, honestidad y eficiencia. La trayectoria del presidente avala sus palabras, son las de un revolucionario forjado en la lucha social y política. A los 50 años, acumula una experiencia que se inició en la militancia en la Liga Socialista y luego en su incorporación al Movimiento V República, fundado por Chávez, y al actual Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Como dirigente sindical, diputado, presidente de la Asamblea Nacional y ministro de Relaciones Exteriores, todos estos años fueron de aprendizaje político junto a Chávez, que le confió la responsabilidad que ahora asume. Su concepción política es el poder popular. Lo mismo creía Hugo Chávez. El presidente Nicolás Maduro tiene las condiciones que se necesitan para fortalecer la revolución y mantener a raya a sus enemigos.
MANUEL CABIESES DONOSO
En Caracas
(*) El Consejo Nacional Electoral (CNE) invitó al director de Punto Final a participar como acompañante internacional en las elecciones del 14 de abril.
(**) Henrique Capriles fue elegido gobernador del Estado Miranda con este sistema electoral, al igual que los diputados opositores de la Asamblea Nacional.