Las próximas elecciones podrían ser un momento de esplendor para la izquierda extraparlamentaria, es decir para casi toda. Hasta ahora, las candidaturas que se denominan de ese sector difuso, nublado, maltratado y ególatra, suman cinco presidenciales y un número desconocido de parlamentarios. Y todo indica que entre ellas no se hablan.
Cosa rara cuando la palabra que más se repite es unidad.
La profusión de ideas de avanzada que se proponen democratizar el país, nacionalizar sus riquezas, eliminar los resabios dictatoriales, y reivindicar al pueblo como sujeto hacedor de política, curiosamente no le trae lo que debería estar en el centro de su discurso: el actuar articulados con criterio de conspiradores, es decir, con audacia, inteligencia y generosidad.
De la manga de un grupo de amigos aparecen las alter candidaturas con discursos si no coincidentes, por lo menos bastante parecidos en diagnósticos y soluciones. Se proponen materializar los más caros anhelos de la gente, atropellada en un cuarto de siglo de neoliberalismo, dividido en sus dos versiones.
Sin embargo, esas buenas gentes que debieran predicar con el ejemplo, repiten el mecanismo usado por la casta dirigente como si no hubiera otra técnica disponible: se auto proclaman candidatos.
Si algo hemos aprendido en estos últimos cuarenta años, es que entre los medios y los fines hay una relación indivisible. Se es lo que se hace. No lo que se dice, porque sabemos que las palabras dicen mucho y rara vez hacen algo. Quien se manifieste en sus declaraciones como democrático, está obligado a serlo. No es posible que un instrumento que se proponga construir la más avanzada de las democracias sea, en el ínterin, la copia misma del autoritarismo.
Lo que sea que venga a jugar un rol en la lucha por mayores índices democráticos, tiene que tener rasgos inmodificables de democrático, absoluto y acérrimo. Un partido que no cumpla en su seno con métodos democráticos, no puede aspirar a un país regido por la voluntad popular. Es un contrasentido.
Del mismo modo, una candidatura a lo que sea no puede sino ser en su génesis de un carácter absolutamente democrático, si es de izquierda. Más aún, si intenta desmarcarse de la cultura autoritaria y partidocrática que se ha vendió instalando como si no hubiera otra forma de hacer política.
Por eso resulta extraño que las iniciativas que han venido levantando sus propios candidatos o candidatas, cada uno de ellos con méritos suficientes, no opten por mecanismos destinados a encantar a la gente que intentan seducir.
No se trata de emular los remedos democráticos que utiliza el sistema para legitimar sus candidaturas y de paso demostrar quién la tiene más grande.
Se trata de propiciar que el pueblo, la gente como se dice ahora, tenga algún pito más que tocar que no sea sólo asistir ordenaditos y cumplidos a votar por fulano o mengana.
Una iniciativa popular, anti sistémica, izquierdosa, democrática, debe tener como condición de entrada características populares, anti sistémicas, izquierdosas y democráticas.
De lo contrario, a otros perros con esos huesos chamullentos, acomodados, marulleros y estériles. De ahí nada bueno puede salir. A lo sumo, una pérdida de tiempo y una fugaz pasada por los canales de televisión para reforzar ciertos egos. Lo demás es silencio.
Ya estaría bueno que permitieran a la gente silvestre decir su opinión. Los candidatos que rondan en las márgenes casi invisibles del sistema, deberían ponerse a disposición de lo que dice la chusma, a ver si son tan gallas y gallos. A ver si somos capaces de transformar la nominación de uno de los nuestros usando para el efecto lo que le exigimos al sistema.
Si los candidatos del modelo utilizan sus primarias para negociar futuros cupos y dádivas, que la nuestra nazca de la movilización de la gente, que sea coreada o vociferada en las marchas y protestas, que la gente elija el mejor mediante el uso creativo del sublevado, amotinado, insurrecto, subversivo, insurgente, insubordinado, levantisco, desobediente, indisciplinado, inconformista, contestatario, insumiso, reacio, choro.
Una Consulta Popular que hasta al amor convoque. Que llegue hasta los que nunca aparecen en la foto, y que se les ofrezca dar su opinión. Un evento de agitación y seducción que se tome los centros de alumnos, las asambleas y marchas. Una batalla que sea la extensión de las movilizaciones de los estudiantes, pero con fines más precisos: elevar a la condición de candidato a quien mejor represente eso que vibra en las calles, en las aulas, cátedras y pueblos.
Sólo de ese ánimo va a salir una candidatura que de verdad represente a la gente, al pueblo, a los cabros, a la gallá. Lo distinto será siempre un remedo triste y desfinanciado de lo que hacen aquellos que se turnan en el usufrutuo de los poderes, con mecanismos que nunca serán los nuestros, pero que no siempre parece que es así.