Muchos esperaron que el Papa Francisco I reformara la Iglesia. Los no católicos, como yo, para que esta inmensa institución humana no siguiera cometiendo crímenes y abusos económicos ni continuara siendo una especie de organización internacional para delinquir contra menores, viejos y enfermos.
Los católicos, para que la Iglesia volviera a ser – ellos creen que alguna vez lo fue- la prolongación institucional de la doctrina de Jesucristo, esa que mandató amar al prójimo como a nosotros mismos (lo más difícil de llevar a cabo por una especie que nace egoísta para sobrevivir y luego trepar).
Pero nos caímos.
Yo –viejo descreído y mal pensado- escribí en cooperativa.cl que Francisco I pudo ser elegido sólo después de la derrota interna y soterrada (que lo llevó al destierro dorado de Castel Gandolfo) del teórico Ratzinger (“¿Y si Ratzinger ya fue derrotado?” se llamaba la columna). Y, en elclarín.cl, un comentario llamado “Gatopardo I” (huelga decir qué planteaba).
Los católicos no beatos (los beatos lo justifican todo y aún andan diciendo que Karadima y Precht son inocentes palomas) deben estar ahora como Condorito: ¡Exijo una explicación!
Es que para reformar la Iglesia a este Santo Padre no se le ocurrió mejor cosa que nombrar, entre unos pocos “expertos reformadores”, a nuestro cardenal Francisco Javier Errázuriz, un prelado absolutamente conservador y que hizo la vista gorda con negociantes y abusadores como Karadima. ¡Errázuriz, el mejor reformista católico de América Latina! ¡No se consideró a ningún brasileño!
Esto es como nombrar a Carlos Larraín, si se pudiere, como nuevo Presidente del Partido Comunista, o a Manuel Contreras como nuevo encargado de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
La explicación a Condorito, sin ser mal pensados, es que el nuevo Papa pertenece a la misma gruesa tendencia a la que pertenece Errázuriz o, si no pertenece a ella, la acepta y hasta la premia, sin buscar ningún tipo de coscorrón o sanción.
¿Qué pasaría si Michelle, en quien la mayoría de los chilenos y chilenas ha puesto sus esperanzas, siguiere el camino, la huella, de Francisco I, sin dejar de ser, como es, agnóstica o atea?
¿Qué diríamos si, después de ser elegida Presidenta con el más radical programa conocido por la centro izquierda chilena desde el golpe, Michelle nombrara el siguiente gabinete?:
En Interior, a Gutemberg Martínez.
En Defensa, a Francisco Vidal, que defendió la contratación allí de ex CNI.
En la Segpres, a Camilo, para negociar con el Congreso uno o varios proyectos de Nueva Constitución y una posible Asamblea Constituyente.
En la Secretaría General de Gobierno a Eugenio Tironi.
En Hacienda, a Velasco nuevamente o a uno como él.
En Vivienda, a Edmundo Pérez Yoma (Copeva).
En Educación, a Mariana Aylwin.
En Salud, al Intendente de Maule con el que “inauguró” el Hospital de Curepto.
En Medio Ambiente, al gordo Correa, que podría apoyarse en la Barry.
En Relaciones Exteriores, a Eugenio Tuma o Jorge Tarud, para entenderse con Bolivia y Perú.
En la Superintendencia de Bancos a Jorge Awad o a Jaime Estévez.
En la Superintendencia de Isapres a Eduardo Aninat.
En la Conadi al chico Zaldívar, que bien conoce la Araucanía.
En EFE. al gordito Jorge Rodríguez Grossi.
En el INJUV, a Claudio Orrego.
En el SERNAM, a Mónica Jiménez.
¿Qué pasaría, con este gabinete u otro similar?
Lo mismo que le pasa hoy a los no católicos y a los católicos que creyeron que Francisco I podría reformar lo irreformable.
En una alianza tan amplia y variada, que podría ir desde el centro-derecha (la DC) y el centro (PS, PPD, PR) para llegar a una izquierda (PC, IC), los gabinetes serán decisivos.
¡Que Michelle no siga el mismo camino que Francisco I!