La mentalidad burocrática, tecnicista y legalista que campea en la Cámara y el Senado es una expresión del desfase de la elite política del duopolio con el mundo real. Ensimismados en sus debates alimentados por las declaraciones de juristas-constitucionalistas “expertos” en detectar anomalías jurídicas, los políticos del régimen sólo atinan —en desmedro de eso que llaman legitimidad— a alimentar las percepciones críticas de la calle y de los movimientos sociales que en ella se expresan.
El tecnicismo es una línea de defensa o de ataque cuando lo que vemos resurgir es la política creativa y el poder de convocatoria de la calle como espacio social recuperado.
Porque se está agotando la política de los Dioses del Olimpo. La de los que se perpetúan de por vida en los sillones del binominal. La que se instala en su lugar es la política profana del pueblo ciudadano, juvenil y trabajador. Con demandas claras, simples y articuladoras entre las parciales y las más generales. Así se expresa el pueblo movilizado. Tan nítidas que ni vale la pena repetirlas.
Lo que hoy está en juego, lo que hay que cambiar, son las estructuras capitalistas-neoliberales que determinan la lógica del lucro (la ganancia) para que así desaparezcan el marco y las prácticas de los operadores orgánicos o tecnócratas como Harald Beyer. Viene otro y será más de lo mismo, si no hay transformaciones valientes. Eso, la gente en la calle lo intuye, o lo sabe por experiencia acumulada. La calidad de la política viene de ahí, del diálogo y la reflexión democrática que nutren la profundidad del pensamiento. Y madura rápido en espacios comunes o en aquellos ocupados por el nuevo relato antineoliberal en construcción. En un contexto mundial donde se acumulan los casos de corrupción de las elites políticas y de ejemplos de resistencias indignadas de las mayoría populares europeas. De una globalización capitalista que le impone a los Estados y a las elites el rol de ejecutores sumisos de las políticas del gran capital transnacional y nacional, profundamente imbricados (1).
Es en esa calle (digamos que en las aulas, las plazas, los piquetes de huelgas, los terrenos tomados, los nuevos colectivos políticos y partidos plebeyos) donde se está haciendo desde hace algunos años la política entre iguales, de manera horizontal, asamblearia (la mejor de las veces) y portadora de futuro; festiva incluso (pese a la feroz represión policial), movilizadora y afirmativa del poder emergente de las pasiones de justicia, de igualdad y dignidad de los de abajo. De ahí, de los territorios sociales salen los nuevos líderes populares o los nuevos liderazgos colectivos; poco importa si por el momento el sistema y sus acólitos oportunistas tiene aún la capacidad de aspirar a algunos para darles un “cupo”. Otros vendrán.
En una coyuntura de potentes movilizaciones estudiantiles, tomas de terrenos por pobladores —cansados de esperar soluciones a sus urgentes necesidades de vivienda—, así como de paros y movimientos huelguísticos de trabajadores y trabajadoras de sectores diversos y también neurálgicos de la economía, que cuestionan tanto sus condiciones de vida y trabajo como la política presente y pasada, enredarse en la pura forma como lo están haciendo los parlamentarios, sin querer ir al fondo de las cosas, es desprestigiar aún más las instituciones posdictadura en las cuales la política dominante da manotazos de ahogado. Al menos así se los ve a los políticos del régimen. Bastante desesperados y aislados en el charco oscuro del tráfico de influencias, el nepotismo e incluso la corrupción.
Además, se ve la hilacha en cuanto a los verdaderos intereses que están detrás de las motivaciones políticas (muchos de ellos colaboradores directos de la empresa educativa) —cuando de aplicar la ley se trata— de quienes osan llamarse los “representantes” de ese mismo pueblo que los rechaza cada día más.
“Lo llaman democracia y no lo es” (2)
En efecto, la percepción ciudadana se transforma lentamente en consciencia de que ese entramado de intereses de un puñado de dueños de la economía, con el segmento de servidores o managers que asegura el funcionamiento voraz y depredador de la maquinaria capitalista junto con los políticos en el Estado, no es capaz de hacerse cargo de la satisfacción de sus necesidades materiales, sociales y jurídicas. Ya no es la “igualdad de posibilidades”. Hay que resolver el problema de la igualdad de condiciones de vida, materiales. Atacar de raíz la desigualdad de condiciones socio-económicas.
Cada día es más evidente que la naturaleza del sistema, tal cual opera en su fase neoliberal y del cual los políticos del duopolio son sus fieles guardianes (junto con los dispositivos mediáticos y los aparatos policíacos puestos a su disposición), genera conflictos insolubles y es incapaz de auto-regenerarse.
De ahí viene ese sentimiento de empoderamiento callejero del pueblo estudiantil y de la marea ciudadana que los apoya, ambos excluidos de la política tradicional, pero conectados al sentir común de las grandes mayorías que ven con simpatía la lucha contra el lucro y la educación gratuita para todos. Impermeables a la política de la ultraderecha y sordos a los cantos de sirena de M. Bachelet y de su nuevo recluta Mario Waissbluth, otro experto encantador de serpientes que se opone a la educación gratuita para todos. Así se van deconstruyendo los discursos de la dominación, ocupando el vacío político y los espacios comunes que el neoliberalismo ha tratado de barrer intercalando sólo individuos que compiten entre ellos.
¿No decía la fallecida Margaret Thatcher, campeona del neoliberalismo triunfante de los ochenta, que sólo habían individuos y la sociedad no existía?
De la lucha contra los efectos del neoliberalismo en las subjetividades, de esa emancipación ideológica de la consciencia, va surgiendo un proyecto político social contrahegemónico, transformador, rupturista y alternativo al actual. Y con la práctica de la política profana de los iguales en la calle se ha avanzado mucho estos años.
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(1) El Estado capitalista y neoliberal es un instrumento de dominación de clase resultado del “afianzamiento de una globalización capitalista (que) precisa de democracias autoritarias para hacerse reproductible, en cuanto a estructuras económicas (mercados internacionales, flujos financieros y energéticos) y políticas (espacios de decisión transnacionales, privados y opacos, al margen de la ciudadanía).”, Angel Calle Collado, in Viento Sur, No. 123
(2) Lema de los movimientos sociales españoles