Un amigo porteño de apellido inglés le comentaba a un amigo santiaguino de apellido catalán que el acontecimiento musical del fin de semana en el parque Cousiño de los O’Higgins era un campo de concentración. Me parece entendible. Hay también un aire pequeñuelo burgués en esto, y hay un aire a pan comido en el propio llamado a gozar de un par de días de esparcimiento con olor a McDonald’s y Coca-Cola.
Robert Mitchum, uno de los actores menos engrupidos de las caballerizas californianas, le decía a Jim Jarmusch, un director de cine de la tribu de la buena oreja y del son minimalista, que las películas de Hollywood eran horseshit, caca de caballo, o sea, bostas bien conformadas, ajustadamente trenzadas. Y esta frase de Mitch es plenamente aplicable a este colgajo de estiércol bien elaborado que se prolonga como un nuevo rotativo una vez al año en las barbas secas del Mapocho.
Campo de concentración donde los casi todos jóvenes transpiran ordenadamente, extendiendo los brazos hacia arriba al pasar el ave-cámara por sobre sus peinados, felices y sentados o parados y contentos de exhibir sus frontis y sus espaldas en la elite mamífera de sus sonrisas. Colocados, ya no cobran. Dejaron por unas horas de marcar tarjeta en las primeras pegas de sus vidas o se sacaron el uniforme para ponerse este otro más invisible de la complacencia selecta, ejerciendo su derecho a un pasatiempo sólo sometido al clima, a la blanca tensión de un espacio inocuo.
Esta actualísima generación, tecnocrática y digilística, poblada de buenos entendidos y de eclécticos gustos en casi todo, se encierra entonces libremente en ese zoológico de música y camaradería ya desinfectado, domesticada o amaestrada como las corcheas que pulsan los instrumentos sobre los escenarios. Es una entretención para almas globalizadas, entendida en competencias leales, o al menos legales. Durante la semana, varios de ellos son los brazos derechos o izquierdos del poder empresarial y administrativo, que corre parejo con esta empresa de producción musical hecha a medida de los nuevos consumidores del libre mercado del nuevo siglo…
Quinto párrafo y último. La quinta avenida del primer fin de semana de abril. Halloween infantil en noviembre y Lolospa’luso en abril. Campos de concentración móviles del sistema que ataca de nuevo, con una buena dosis de automatización. Como la novia de Frankenstein, salen de las chispas del derrumbe neocapitalista, aprovechando las últimas tardes con la pajilla en la boca o la tarjeta en el bolsillo del monedero. Los organizadores del evento (esta palabra llegó antes que ellos) se abrazan y aplastan un vaso de plástico en Pittsburgh, en Anchorage o en la hacienda Bush de Texas, quien sabe, pero de seguro no se enteraron de que Los Blops tocaban hace más de 40 años “Santiago oscurece su pelo en el agua”…