La ex mandataria Michelle Bachelet será una figura importante de la política nacional los meses venideros. Todo cuanto haga, todo cuanto diga, será escrutado por los medios y será ponderado políticamente por los distintos sectores.
Su nombre estará en los titulares y en las encuestas, sus palabras en cada comentario y artículo sobre las elecciones en Chile. Tras dejar ONU Mujeres, su estatura internacional se ha acrecentado, su figura trasciende hoy las fronteras nacionales. Con todo, la candidata Bachelet deberá sumirse en las cuestiones más domésticas de la política chilena, con sus particularidades y no pocas miserias. En lo inmediato, su decisión de ser candidata a la Moneda da inicio a una campaña postergada desde principios de año. Su primer desafío son las primarias en la Concertación, contienda que todos consideran un mero trámite, pero que fortalece y legitima su postulación.
Un segundo desafío, y que no es un puro trámite, es la propuesta programática de su eventual gobierno. Las tensiones a este respecto surgen tanto desde la izquierda como desde la derecha de su candidatura. Por una parte, se le endilga la incapacidad en su pasado mandato para haber implementado reformas profundas en áreas tan sensibles como la educación o la salud privada, para no hablar del clima de negligencia y corruptela que caracterizo a su coalición en el gobierno. Esto ha producido una paradoja, pues su figura concita a una amplia mayoría ciudadana dispuesta a darle el voto en la próxima elección y, al mismo tiempo, un descrédito de la coalición que participó de su gobierno.
Un nuevo gobierno Bachelet solo posee sentido si se plantea reformas profundas, tanto en lo económico social como en el ámbito político para avanzar hacia una democracia más plena. No obstante, sus voceros autorizados han hecho explícita su negativa a cualquier medida extra institucional. Desde la derecha, las críticas apuntan a su presunta responsabilidad política en las debilidades de su gobierno, con funcionarios envueltos en escándalos así como su propia participación en los sucesos del 27/F. Recordemos que la derecha sostuvo una ruda crítica ad hominem por largo tiempo, afirmando que la mandataria “no daba el ancho”, es decir, que carecía de las virtudes políticas para gobernar.
En lo que viene, Michelle Bachelet tendrá que definir un perfil nítido de su candidatura para aplacar ese “malestar ciudadano” que comienza a expresarse, pero al mismo tiempo, evitando caer en gestos demagógicos que pudieran espantar a los sectores más conservadores de su propio conglomerado. Un equilibrio nada fácil en medio de una campaña que se anuncia más compleja y apasionada de las que hemos conocido desde el “retorno a la democracia”. De manera cada vez más evidente, nuestra sociedad se reencuentra con “lo político” de “la política”, con toda su carga de pugna democrática y expectativas de cambio.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS