Aún no se apagaban las luces de las cámaras de televisión que cubrieron el lanzamiento de la acusación constitucional contra el ministro Beyer, cuando desde las propias filas de quienes impulsaron ese charchazo de tony, voces autorizadas decían que esa cabriola no iba a llegar a ninguna parte.
Los políticos del sistema han consumado una vez más una puesta en escena que busca congraciarse con la gente por la vía de la mentira, sabiéndose resguardados por el imperio de la impunidad. Esa gente puede hacer lo que le venga en gana, porque no va a pasarles nada.
Desde los que dirigen esos partidos, pasando por ex ministros que saben de lo que hablan, hasta un diputado borrachín y vendido, dieron la extremaunción a una idea descabellada que incluso fue prevista para buscar cierta sintonía con las marchas de los estudiantes que ya se han avisado.
Impúdicos y desenfadados, ese team de diputados falsarios, mentirosos, no dicen la verdad: que bajo el imperio del actual orden económico, que finalmente es lo que manda, jamás se va abolir el lucro. Jamás.
Las medidas que toma el actual gobierno en orden a bajar los alcances que trae como consecuencia el escándalo de la Universidad del Mar, no es otra cosa que una acción profiláctica que busca amputar un órgano podrido, y de paso advertir a los otros, con el propósito final de salvar al resto del sistema.
Al actual ministro y a ningún otro que haya pasado o que pasará por la cartera de Educación, les cae bien que haya quienes perjudiquen el negocio. Si Beyer se ha dado un festín fiscalizando a los colegios del sistema escolar, no es porque quiera frenar el lucro inherente a éste. Sólo quiere deshacerse de los minoristas comerciantes de la educación que afean el sistema. Él quiere sólo grandes cadenas. No advenedizos irresponsables que no le hacen bien a un negocio de los mejores.
Esa misma filosofía impera en el tratamiento hacia el sistema universitario. La clave de la Universidad del Mar está en que las medidas tomadas por la autoridad deben servir de escarmiento para los otros actores. El aviso es: no arriesguen el negocio.
Los diputados que han cumplido con ofrecer una acusación de opereta, son un hato de mentirosos, corresponsables de todo lo que existe. Las cosas funcionan sólo porque hay un complejo entramado de leyes de distintas características que lo permiten. El actual sistema educacional no emergió como milagro, de la concha de un loco. Fue hecho con parsimonia y dedicación por ese sistema parlamentario que recibe una fortuna al mes para mentir, incluso cuando dice la verdad.
La Concertación se ha diferenciado de la derecha sólo en cuestiones de orden formal. Cada uno de sus ministros de Hacienda fueron las peores cuñas que trabajadores y estudiantes tuvieron. Y cada uno de esas autoridades, fueron intocables incluso para sus jefes, los ex presidentes.
Pocas veces en la historia, los trabajadores fueron tan mal tratados, tan despreciados y vilipendiados, como cuando rigieron las finanzas públicas Foxley, Aninat, Eyzaguirre y Velasco.
Esos compañeros ministros de los presidentes de la Concertación, dieron con el mocho del hacha a la gente y hoy, reciclados y vueltos a reciclar, con camisetas y almas reversibles, gozan de un sistema del que alguna vez dijeron ser opositores.
La Concertación le ha hecho daño al pueblo de Chile. Esa coalición se transformó en la otra cara del dios bifronte de la codicia que necesita mirar en ambas direcciones para no tropezar. Y para el efecto, traicionó todo lo que dijo sostener en términos de ideas y principios.
El ejercicio de ver desde la vereda de enfrente lo que ellos mismos hicieron en veinte años de reinado, no hizo mella entre sus más señalados cuadros. Han intentado administrar la derrota electoral de la mejor manera con la esperanza puesta en retomar la conducción de la mano de la presidenta Bachelet.
En el ínterin, disfrutan engrupiendo al gilerío con tinglados de zarzuela que si no escondieran tanto drama, moverían a risa.
Esa acusación constitucional nonata y su trasfondo falso y manipulador, es la expresión de esa cultura concertacionista. Es la producción de una cáfila de rábulas, acomodados, abotagados y satisfechos, cuyos vahos hipnóticos han afectado a más de algún revolucionario ávido de creer en algo más concreto que las consignas y los vítores.