La ley de primarias es un típico producto del “Chile a medias”: permite a los partidos políticos realizarlas o no, según sea la voluntad de sus directivos, además, pueden llevarlas a cabo en unas regiones omitiendo las demás.
Ya los partidos de la Concertación han anunciado que no harán primarias en aquellos distritos y circunscripciones donde se presenten incumbentes que reúnan la categoría de “pavo real” político. En el caso de la derecha, Allamand y Gorborne se están dando como titanes de ring en las primarias presidenciales y aún se ignora cómo se entenderán en las parlamentarias. Así, con tanta trampa, este pobre país seguirá en manos de la sinvergüenzura del duopolio donde, hasta ahora, la derecha le gana a la Concertación en el arte de succionar la teta del Estado, sólo que lo hace de manera más cínica y desfachatada.
Al parecer, el Papa Benedicto XVI está inaugurando una etapa de renuncia de personajes autoritarios que se sienten incapaces de conducir una institución. Parece que fuera imitado por Camilo Escalona y por otros cuantos que llevan varios períodos en la Cámara de Diputados -.
La limitación a un mandato con posibilidad con reelección por una sola vez de los “honorables servidores públicos” ha sido imposible de aprobar hasta ahora. No logro explicarme cómo los parlamentarios se demoran tanto en aprobar leyes que “los perjudica” y, en un solo día, dan curso a aquellas que los favorece – que les aumenten los sueldos y los gastos de función, o solucionar el problema de inscripción de la Democracia Cristiana cuando su directiva descuidó seguir los trámites legales -.
Con el sistema binominal, que no va a cambiar antes de las próximas elecciones del mes de noviembre de 2013, los diputados y senadores tienen asegurada su reelección. Veamos algunos antecedentes históricos: en el año 2001, 92 diputados buscaron la reelección, y 75 lo lograron, es decir, un porcentaje del 81,5%; en 2005, 92 diputados se presentaron a la reelección, siendo reelegidos 77, con el 83,6%; en 2009, se presentaron 91 candidatos a la reelección y fueron reelegidos 74, el 81%. (Morales, 2010:193).
Respecto a la duración de los diputados en el cargo, 46 de ellos estuvieron cuatro años; 29, ocho años; 20, 12 años; 10, 16 años; 7, 20 años; 8, 24 años. Estos últimos completarán un cuarto de siglo en la Cámara de Diputados, prácticamente gran parte de su vida laboral dedicada “al servicio público”, haciendo imposible la participación de los jóvenes y distorsionando la representación que, en este caso, se transforma en un “apitutamiento permanente”. Hay algunos estudios sobre estos temas que se han dado la molestia de sumar las dietas de estos “representantes del pueblo”, que alcanzarían, a través de los años, cifras bastante abultadas – no tanto para compararlas con las de los 15 más ricos de Chile, que aparecen en la revista Forbes, entre ellos el Presidente de la República.
Las primarias truchas no hacen más que confirmar que la casta político-parlamentaria sólo está interesada en mantener su condición de plutócrata y nuevos ricos, cuyo único norte es prometer cambios gatopardistas. Afortunadamente, el Partido Progresista se ha negado a hacerse parte de un negociado que está reñido con la ética política.
Mientras no se convoque a una Asamblea Constituyente que redacte una Carta Magna democrática para reemplazar la Constitución de 1980 y el reencauchado laguista (2005), la democracia chilena seguirá siendo una plutocracia al servicio del negociado de una casta política, rechazada por la mayoría de los ciudadanos.
Rafael Luis Gumucio Rivas
05/03/2013