Benedicto XVI recogía, el 19 de abril de 2005, un regalo envenenado de los cardenales que le habían elegido en cónclave, y de su antecesor, el Papa polaco Karol Wojtyla, con el que había compartido secretos vaticanos inconfesables durante una veintena de años.
El Papa número 265 de la historia, Joseph Ratzinger, iniciaba este día su andadura como Pontífice de la Iglesia de Roma, consciente de que los tremendos escándalos que la invadían iban a explotarle algún día justo encima de su tiara. Pero se fio más del Espíritu Santo que de los cardenales, obispos, clero y fieles a los que iba a gobernar, hasta el 28 de febrero de 2013, día que ha señalado para entregar la tiara, tras anunciar el lunes 11 su dimisión.
Joseph Ratzinger es el cuarto Papa que ha sido capaz, a lo largo de poco más de 2000 años, de renunciar al Pontificado, cosa que hicieron también sus predecesores Gregorio XII en 1415, dos años antes de su muerte; Benedicto IX, elegido a sus 14 años en 1032 y que renunció en 1048, tras tres etapas de su pontificado; y Celestino V, que dimitió en 1294, al considerarse “un hombre sin experiencia para manejar los asuntos de la Iglesia”, tras cinco meses como pontífice, renunciando voluntariamente a su trono para retornar a su vida de ermitaño.
Escándalos
En 2010, Ratzinger ya había advertido que “un Papa puede dimitir en un momento de serenidad, no en el momento del peligro”. En el mismo documento ya señalaba que notaba cómo sus fuerzas iban disminuyendo y temía que el trabajo que conllevaba su misión fuera “excesivo para un hombre de 83 años”. El ha dimitido “serena, libre y conscientemente”, pero lo ha hecho en el momento del mayor peligro para la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Un momento en el que los escándalos que han salido a la luz a lo largo de la última década, y que afecta a importantísimos jerarcas de la Iglesia (cardenales, obispos, curas y fundadores de órdenes religiosas, como los Legionarios de Cristo del pederasta compulsivo Marcial Maciel) desde al menos los años 50 del siglo pasado, están minando la credibilidad, la fe y la práctica religiosa de millones de católicos.
Y no sólo la pederastia, que él conocía a fondo desde que Juan Pablo II le nombró Prefecto para la Congregación de la Fe (antigua Inquisición), sino la corrupción en el sistema de finanzas vaticanas, que ya precipitó la agonía de Pablo VI y “probablemente” (según al menos una docena de libros que la “documentan”) la muerte de Juan Pablo I, que duró 33 días en el Pontificado y apareció sin vida en extrañas circunstancias cuando investigaba los entresijos económicos de la Banca Vaticana.
Sería durante los primeros años del pontificado del “papa polaco”, Karol Wojtyla, cuando explotaría el escándalo de la quiebra del Banco Ambrosiano y la misteriosa muerte de su factótum, Roberto Calvi, en Londres. Aunque el papa Wojtyla ordenara una investigación, los resultados no aclararon apenas nada: a Paul Marcinkus -conocido como “el banquero de Dios”- le escondieron en una lejana parroquia norteamericana y las finanzas de la Iglesia seguían significando un misterio para todo el mundo.
Estos escándalos, unidos al último, conocido como “Vatileaks”, (que ha destapado numerosos asuntos nada agradables para el siempre misterioso mundo vaticano) han ido minando la moral del germánico teólogo que en los años del Concilio Vaticano II (primera mitad de los 60) fue llamado como experto y se le consideraba un “progresista”. Pero no: los que le conocieron de verdad le llamaban “el cancerbero de Dios”, y durante los últimos 35 años ha resultado ser un auténtico “azote para los teólogos de la liberación”, siendo más duro con estos que con los obispos y curas pederastas, cuyos escándalos llegaban a su prefectura vaticana sin que jamás, hasta ya muerto Juan Pablo II, diera ni un solo paso para aceptar las denunciar y ejercer los castigos.
Denuncias que en el caso de Marcial Maciel, llegaron al Vaticano desde los tiempos del Papa Pio XII, y que las víctimas del “brazo derecho” de Juan Pablo II (según este, “ejemplo para la juventud”), denunciaron de forma colectiva en 1997, casi diez años antes de que Ratzinger llegara al Pontificado, pero que conocía muy bien desde sus despachos vaticanos. No sería hasta su llegada al papado cuando se decidió por acorralar a Maciel, sin condenarle, sin suspenderle a divinis, y sin hacer públicos sus crímenes: solo le pidió “retirarse de la vida pública”, aunque hubo de enfrentarse a la oposición al respecto del cardenal Sodano, número dos de la Santa Sede, y del poderoso secretario personal del Papa Wojtyla, Stanislaw Dziwisz. Desde 2002, por otra parte, las denuncias sobre cardenales, obispos y curas pederastas no cesaron de llegar a Roma.
Un Papa “autoritario”
El que un día fuera considerado uno de los mejores teólogos de la Iglesia, no satisfizo, sin embargo, las esperanzas de muchos católicos, incluidas la de sus propios colegas, que le llamaban el “Panzerkardinal”: sus decisiones en el campo de la teología, la moral, la catequesis y la doctrina social de la Iglesia han seguido la pauta de su predecesor, que a juicio de quien suscribe ha sido uno de los Pontífices más nefastos de la Historia. No pocos de los más importantes teólogos progresistas, como Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez o especialmente Hasn Kung han tenido, o que abandonar la Iglesia (como los dos primeros citados), o difundir su Teología por libre, como es el caso de Kung. En España, los teólogos en activo “masacrados” por Benedicto XVI se acercan a la docena.
El talante autoritario de Benedicto XVI ha sido permanente a lo largo de su Pontificado, aunque no tan cruento como el de Juan Pablo II. Los temas más polémicos planteados por la nueva teología han sido cortados de un tajo: el celibato de los curas, el papel de los laicos y la mujer en la Iglesia, el “exilio” del divorcio y el matrimonio homosexual, el preservativo contra el sida, la fecundación artificial… han sido asuntos frente a los que Benedicto XVI ha sido implacable.
Los avances del Concilio Vaticano II, que fueron desactivados ya durante el papado de Karol Wojtyla, han acabado siendo desmantelados por el Papa alemán. La publicación del nuevo “Catecismo de la Iglesia Católica” y la “Dominus Iesus”, en la que Ratzinger presenta a la Iglesia como poseedora de la verdad y de la salvación absolutas (no pocos cardenales pusieron el “grito en el cielo” contra esta Encíclica) han sido algunas de las últimas “cuchilladas teológicas”, de las “represiones vaticanas” de uno de los Papas más “teólogos” de la Historia. Al igual que su predecesor, estaba obsesionado por la “descristianización de Occidente”. Había llegado, al igual que Wojtyla, a centrar en la moral sexual y matrimonial (naturalmente, aborto sin excepciones incluido) la base de la conducta “cristiana”, y, como aquel, resumía los peligros para la vida del creyente en “la dictadura del relativismo moral”.
Su pontificado de cerca de 8 años acaba hoy con una sorprendente e inesperada dimisión, casi inexistente en la larguísima Historia del Papado. Una dimisión que hace pensar, no solo en la veterana edad de su protagonista (85 años), ni en su deteriorada salud, sino en la convicción de que la Iglesia que gobierna ha entrado en unos derroteros irreversibles, especialmente en los terrenos morales y económicos, y particularmente entre las jerarquías, a las que él mismo fatalmente pertenece. Un día aceptó ser Papa porque era lo que el Espíritu Santo le exigió en forma de “fumata blanca”. Atormentado por tanta corrupción y tanta miseria, y una vez terminada la canonización de 800 mártires, ha decidido tirar la toalla y decir, como escribió José Agustín Goytisolo y cantó Paco Ibáñez: “No puedo más, y aquí me quedo”.