Noviembre 29, 2024

La universidad en el Chile decadente / IV

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 marcha28_5En este último artículo sobre la universidad, nos referiremos al aspecto que, tal vez, ha causado más polémica y que ha nutrido la mayoría de las discusiones, ya sea en el seno de la comunidad académica como fuera de ella: su función política.

 

 

De partida debemos reconocer que esta función, en términos generales, al igual que la académica, no se satisface plenamente. En el mejor de los casos, se da de una manera parcial; decimos en el mejor, pues en el peor, se ignora totalmente, o se lleva a cabo una labor francamente despolitizadora, contraria a los intereses de la verdadera política educativa. Así como en el caso de la función académica hemos visto que muchas escuelas de nivel superior ofrecen primordialmente instrucción, mas no educación, en lo que atañe a la función política, el hecho de capacitar al estudiante simplemente para convertirlo en un profesional pragmático cuyo desempeño sea útil a la sociedad, hace descuidar lo concerniente a la toma de conciencia que deben asumir los futuros profesionales en su indefectible calidad de ciudadanos, preocupados honesta y profundamente por los problemas de la comunidad, la cual reclama un principio de solidaridad colectiva y un deseo de progresar con justicia social.

 

Es por esta razón que el profesional egresado de las universidades debe trascender el papel de servidor pragmático, análogamente a como el ser humano debe considerarse algo más, mucho más que un mero instrumento de producción y consumo, como acontece en forma cada día más acentuada, influyendo fuertemente en la sociedad y en el trasfondo denigrante de la calidad humana.

 

Podríamos decir inclusive que algunas escuelas de enseñanza superior, principalmente las de orientación tecnocrática, realizan una labor contraria a lo que indica la verdadera función política, pues a fuerza de reducir al mínimo la formación humanística y ahondar en la especialidad profesional, se exaltan en demasía los valores técnicos con menoscabo de los genuinamente humanísticos; llega así a implantarse finalmente la idea del ser humano como unidad de producción y consumo.

 

Al exaltar semejante estado de cosas, se produce un fenómeno despolitizador por cuyo efecto el ciudadano sufre los problemas que lo rodean, pero no concibe las soluciones ni puede avizorar el camino adecuado para arribar a ellas, llegando a sumirse en un estado de indiferencia cívica donde pierde interés en los problemas de su comunidad, y se abstrae totalmente de las labores socio-políticas que los cambios de la sociedad demandan.

 

El proceso despolitizador va íntimamente unido al deshumanizador, actúan ambos como causa y efecto recíprocos, de manera que a mayor despolitización, mayor deshumanización, y viceversa. Pero además, este proceso asume repercusiones particularmente graves en nuestro país, donde la falta de conciencia política va ligada a insuficientes satisfactores de todo orden, empezando por la educación y la salud.

 

En la bibliografía consultada para este efecto, encontramos consenso en que el cumplimiento de la función académica en las universidades conlleva un factor político de capital importancia, el cual podría expresarse diciendo que “aprender y enseñar con eficiencia es hacer política”, como es también el desempeño de la carrera profesional, que cumple (o debiera cumplir) un servicio de primera importancia en el desarrollo de la colectividad. Ésta es la que se ha dado en llamar la función política implícita, derivada de la función académica entendida como obra educativa al servicio de la polis.

 

En el artículo anterior, al referirnos a la función social de la universidad, planteábamos que esta tarea “la obliga a emprender la formación en sus graduados de una mentalidad favorable al cambio y la decisión de contribuir al proceso de desarrollo político, económico, social y cultural”.

 

Es en este sentido que pensamos que la universidad debiera estar avocada a erigirse en el centro de transformación política y social más importante (no el único), que pueda decidir los profundos cambios requeridos cuando las instituciones y los sistemas públicos atraviesan por una grave crisis y es inminente el “derrumbe del sistema”. El deber primordial de los universitarios no es, entonces, explicar o interpretar el mundo, sino el más urgente, de transformarlo (Marx), y así lo han comprendido con meridiana claridad los estudiantes universitarios y, como no, también los secundarios.

 

Estamos convencidos que la universidad es el núcleo incubador de la conciencia crítica si se dispone al servicio de las transformaciones requeridas por la sociedad. Creemos en una permanente labor de concientización donde se aborden los problemas comunes con un evidente sentido de compromiso para concebir y forjar una sociedad más justa. El camino conducente a una transformación de la sociedad no es lo que popularmente se ha entendido como “activismo” en la universidad, sino la realización de la verdadera política, empezando en la universidad misma por la discusión de los problemas nacionales e internacionales, sobrellevada con la más amplia libertad mediante el concurso plural de opiniones y doctrinas. Un aspecto importante en la función política universitaria consiste en el eficaz desempeño de las tareas académicas para llegar al conocimiento de los problemas públicos como parte de sus tareas y también como base para efectuar una auténtica politización.

 

Este conocimiento proporciona el mejor índice para resolver tales problemas y en él estriba el hito medular de la politización que pueden y deben llevar a cabo las instituciones de educación superior.

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