Entre las memorias de mi reciente visita a Chile queda la imagen de esa chica que cuando el semáforo detenía el tránsito en la esquina de Viana y Von Schroeder en Viña del Mar, entretenía a los automovilistas con sus malabarismos a cambio de algunas monedas.
Por cierto no debe ser el caso más dramático de gente joven haciendo alguna cosa extraña para ganarse algunos pesos, tampoco es único, en Santiago y me imagino que en otras ciudades también, hay muchos jóvenes que recurren a estas artes circenses para recolectar dinero.
Pero la buena moza malabarista de Viña me hace reflexionar sobre algo más, el malabarismo como metáfora del país: Chile es un país de malabaristas, si por esto se entiende el no tan fácil arte de equilibrar objetos o en este caso específico, sincronizar el movimiento de objetos de tal modo que siempre haya al menos uno dando vueltas en el aire mientras los otros son pronta y diestramente agarrados antes que se caigan. Malabarismos en sentido figurado es al que tienen que recurrir millones de chilenos endeudados que tienen que trasladar fondos del pago de la electricidad al del teléfono, mientras quedan dando vuelta en el aire los pagos de la escuela de los niños, eso mientras esperan que antes que caiga el palo de la cuenta de la tarjeta de crédito alcancen a agarrar el palo que trae el pago de algún trabajito extra.
Pero el malabarismo no se limita a estas situaciones más obvias de equilibrio presupuestario que deben hacer los ciudadanos, también se lo halla en la política: la necesidad de balancear las expectativas de la gente (que lo más probable es que no se van a satisfacer) con las limitaciones impuestas o auto-impuestas, para así continuar el juego sin que vaya a ocurrir que los potenciales espectadores abandonen el espectáculo por aburrido, o peor aun decidan deshacerse del circo barriendo con carpa y todo. Es el malabarismo en que incurren en estos tiempos pre-electorales los líderes de la oposición. Se da por descontado que vuelve Michelle, ese es un palo seguro dicen los más, pero el palo de las demandas ciudadanas puede escaparse de las manos y el palo del programa, bueno ese ni siquiera se sabe si va a ser lanzado al aire, mientras lanzar al aire la antorcha de la asamblea constituyente parece demasiado peligroso y hay pocos que quieran aventurarse a hacerlo. Eso a pesar que es lo que el público estaría esperando de este acto, que de no tener ese número parecerá repetitivo y eventualmente puede hacer que la concurrencia termine por quedarse en sus casas.
Los actos de equilibrio en el circo de la derecha en todo caso tampoco parecen mejor: uno de los malabaristas trata de balancear su laicismo y voto contrario a la continuidad de la dictadura con el apoyo que recibe de un partido formado por integristas y defensores del legado de Pinochet; el otro lanza al aire con seguridad el bastón de su larga trayectoria en el servicio público, pero su público no muestra mayor entusiasmo por su número y algunos que antes lo aplaudían ahora prefieren ir a ver al otro malabarista que parece más novedoso. Aunque también hay quienes señalan que aquél, más que malabarista sería un ilusionista.
Los malabarismos continúan en los medios de comunicación, en especial en la televisión, donde definitivamente los balances se han roto completamente: el palo que alguna vez representó a la aspiración a una programación de calidad, hace rato que los malabaristas que manejan los canales televisivos lo tienen retenido debajo del brazo, en cambio lo que se lanza al aire (real y figurativamente) no son más que las pelotas que representan la tontería de las teleseries, la estulticia de los reality shows y la mediocridad de los noticieros, convenientemente alivianados con mucho deporte, farándula y crónica roja.
Si en general en muchas partes se dice que el rol de la televisión es idiotizar a la gente, los malabaristas que combinan todos esos elementos antes mencionados, han alcanzado la perfección en Chile. Andaba de compras en una localidad de la playa cuando entré a un negocio en el instante preciso en que una voz en el aparato de televisión del local anunciaba una noticia con carácter urgente: “¡Camila Recabarren está embarazada!” Mi inmediata reacción: “¿Y a quién carajo le importa? ¿Y quién es esa tal Camila Recabarren?” No todas las reacciones fueron amistosas hacia mi persona, lo admito. Pero la dueña del local estuvo de acuerdo conmigo en que efectivamente ese tipo de televisión no hace más que atontar a la gente. La tele, en especial todos esos shows dedicados a la farándula, como el moderno “opio del pueblo”.
Con todo, trato de reivindicar a la televisión pública (Televisión Nacional) ya que con excepción del canal que aun mantiene la Universidad Católica de Valparaíso (con limitada audiencia), la televisión universitaria está muerta en Chile. La Universidad de Chile hace ya tiempo que traspasó su canal a Chilevisión en tanto que Canal 13 que era de la Universidad Católica ha pasado a control del grupo Luksic. Pero si bien Televisión Nacional mantiene aun algunos programas de calidad (Estado Nacional y algunos que se emiten por su señal internacional), el grueso de su programación es estrictamente comercial. Me imagino entonces que incluso la gente que honestamente en ese canal quiera hacer televisión de calidad tiene que operar como malabarista también, balanceando lo poco de calidad con el entretenimiento light de la mayor parte de sus telenovelas, la mediocridad de sus noticieros (aunque mantiene programas informativos de calidad como Informe Especial y Esto no tiene nombre), y lo derechamente malo como esas competencias en que jóvenes que supongo no tienen mucho en sus cerebros (las chicas eso sí lucen bastante sexy) compiten por encaramarse arriba de tubos puestos en el agua y algunos programas cuya idiotez se refleja hasta en su título, me refiero aquí a la telenovela Dama y obrero por ejemplo. ¿A quién se le ocurrió un nombre tan siútico? Además plagiado de la famosa película de Walt Disney, La dama y el vagabundo, un film de animación de 1955. Eso sin contar la premisa reaccionaria de la trama: la lucha de clases es previsiblemente superada en la cama…
Los malabares finales van de cuenta de una gran parte de chilenos que aun quiere balancear su identidad de chilenos, un país del Tercer Mundo, un país de terribles contrastes y desigualdades, con una supuesta identidad de país desarrollado, que no soporta mayor análisis: basta salir un poco hacia las áreas pobres de la ciudad para encontrar la realidad del Tercer Mundo a cada rato. A pocos metros del recientemente inaugurado e impresionante mall del Costanera Center, donde los negocios no le deseaban a uno Feliz Navidad sino Merry Christmas y en los últimos días de mi estada no se anunciaba una liquidación sino una “sale”, los pobres venden toda clase de baratijas en las veredas de las calles aledañas, algo similar se ve en el centro de la ciudad y en otros barrios elegantes.
El lenguaje también hace parte de esos malabares, los pobres ya no son tales sino “sectores vulnerables” y los “sin casa” se denominan “gente en situación de calle”. Curiosa terminología con la que básicamente se quiere emborrachar la perdiz, como se diría sin mayor eufemismo. Todo esto sin duda parte de esos malabares que también se hacen con las palabras. Eso de “vulnerable” me retrotrae a los primeros tiempos en que me enteré de ese vocablo, en mi infancia y gracias a la lectura de historietas, cuando aprendí su antónimo: “invulnerable”, que era la cualidad que tenía Superman y otros súper héroes (por supuesto él era vulnerable a la kriptonita), este súbito traslado de la palabreja para significar una condición social que en buen romance es la pobreza, me parece otra de las manifestaciones de los muchas por las que Chile se hace conocido como país de malabaristas.