Los dramas abundan. El mal está desatado. El modelo económico y su macabra estrategia de desarrollo, basada en la depredación de todos y cada uno de los recursos naturales, nos mantienen en un verdadero infierno en donde incluso al mercado se le han mutilado sus manos negras.
Holocausto en Mejillones, Ventanas, Coronel, Huasco, Tocopilla por la gran cantidad de termoeléctricas y otras industrias contaminantes ligadas a la minería y los hidrocarburos, además de la faenadora de cerdos de Agrosuper en Freirina. Matan la biodiversidad y a sus comunidades. ¿Y para qué? Para que sólo unos pocos malechores se beneficien. ¡Mis polainas el orgullo de Chile cobre y mineral! ¿De qué “sueldo de Chile” me hablan? ¿De qué crecimiento? ¿De qué desarrollo? Es más, ¿de qué país me hablan? Uno con su soberanía secuestrada por el Código de Aguas, la ley de servicios eléctricos que concentra el mercado en Endesa, Colbún y Aes Gener, el código minero del “todo vale”, la ley de pesca que privatiza el mar y todo el lenguaje de poder que, como códice de la trampa, se articula perfecto para el descalabro vital en la Constitución del 80. Es una vergüenza. Una indignidad que nos roe con el tridente de mil demonios el alma siquiera humana.
¿Quién está detrás de semejante situación, quiénes son los cómplices, los que urden este plan macabro? Partamos por identificar a los que tenemos cerca:
Jorge Bunster, ministro de Energía. Potencia el uso de carbón y su comercialización para abrir termoeléctricas, por la sencilla razón de que sus intereses se ligan a su anterior trabajo: dos décadas como gerente general de Copec.
Sergio del Campo, subsecretario de Energía, promotor de las termoeléctricas y tajante en definir una política sin subsidios para las energías renovables no convencionales, en evidente muestra de sus lazos con su anterior trabajo como gerente general de la Termoeléctrica Guacolda, en el Valle del Huasco.
María Ignacia Benítez, ministra de Medio Ambiente. Defensora del “desarrollo energético” a todo evento. Incurrió en una grave intromisión al decir que fue un “error” el rechazo de la termoeléctrica Castilla por parte de la Corte Suprema. Los jueces manifestaron que su opinión fue un ataque al Estado de derecho y la separación de poderes. Se inhabilitó para votar en la aprobación de la termoeléctrica Punta Alcalde, para ahorrarse las explicaciones; mal que mal, fue la redactora del proyecto y encargada de planificar su viabilidad técnica cuando trabajó en el mundo privado hace sólo un par de años.
Patricio de Solminihac, ministro de Minería, responsable de la fallida licitación del litio a la empresa perteneciente al ex yerno de Augusto Pinochet, Julio Ponce Lerou, y donde su hermano es vicepresidente ejecutivo: la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM) que se adjudicó el Contrato Especial de Operación de Litio (Ceol) para la explotación de 100 mil toneladas de litio metálico por 20 años en forma irregular, por su litigio con el Estado por explotar y secar la Pampa del Tamarugal de forma ilegal. Esto sólo fue advertido por el consorcio coreano-japonés Posco Consortium también interesado en la explotación del elemento.
Pablo Longueira, ministro de Economía. Redactor de la Ley de Pesca en la cual, apelando a criterios técnicos de “sustentabilidad”, abogó por la concentración del recurso pesquero en siete “actores” a perpetuidad: Angelini, Sarkis, Stengel, Cifuentes, Jiménez, Izquierdo y Cruz, fusionados en tres grandes conglomerados controlando el 76% de la capacidad pesquera industrial del país, para “resguardar la biodiversidad y la sobreexplotación del mar chileno”.
No, no es una broma. Es el fin del mundo para Chile, pero que, lamentablemente y como siempre, no se acaba. Parafraseando a Lacan, “¿qué haríamos sin la muerte?”. Esto: mirar y corroernos de lástima y rabia de no poder hacer demasiado al respecto. Mordernos la lengua como cuando Humberto Maturana habla de “diálogo”, como si fuera posible tenerlo con un discurso de poder que se ha vuelto irreductible, incluso por lo conveniente, lógico y, lea bien, coherente con publicitado neoliberalismo.
En fin… Esto continúa y deberemos seguir peleando, seguir indignándonos, seguir debatiendo para entender la manipulación que ejercen empresas como Agrosuper en Freirina con un puñado de empleos de hambre con costo ambiental y social escandaloso, o Colbún, en la Patagonia por HidroAysén y la construcción a coste del Estado de la carretera eléctrica. No les creamos, no sigamos el juego del miedo frente al político-empresario saqueador, porque inversores no son, perdónenme, pues no invierten ni un peso en mínimos planes de mitigación, trabajos dignos y “progreso” para la República que tanto dicen defender, pero del bueno, no ese que huele a culo del diablo y nos hace perpetuarnos en un averno infinito.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 773, 21 de diciembre, 2012