Científicos, astrónomos e investigadores han rechazado la idea del fin del mundo, supuestamente vaticinada por los mayas entre el 21 y el 23 de diciembre próximos. En diferentes partes del mundo han centrado su atención y preocupación por las predicciones de una cultura mesoamericana importante, de la que recién se repara en su existencia y legado.
El pánico ha crecido moderadamente en algunas regiones del planeta. Por ejemplo, en Rusia, tuvo que salir el primer ministro, Dimitri Medvedev, a desmentir la información de cataclismos y calmar a la inquieta población. En China también se han sucedido compras de pánico y las autoridades han perseguido a una secta de origen cristiano llamada Iglesia de Dios todopoderoso, que persuade a sus miembros a entregarle todos sus bienes para prepararse para el apocalipsis que, según ellos, se acompañará de la segunda llegada del Mesías, en forma de mujer china. Compras de víveres, construcción de refugios que soporten hecatombes y maremotos, así como las reservaciones en la Riviera Maya están al tope esos días, ya que al parecer florece el turismo apocalíptico de aquellos ciudadanos que quieren ver el fin del mundo en primera fila.
Más que las hipotéticas predicciones mayas, lo que me parece notable es la predisposición de la cultura occidental a las calamidades y a la idea del próximo fin de los tiempos vía la fatalidad y la tragedia. Desde el año 2000, con el advenimiento de un nuevo milenio, la cultura occidental parece fascinada por la idea del apocalipsis y el acaecimiento de una catástrofe inminente. Si bien es un tema presente en casi todas las religiones y civilizaciones, Occidente ahora juega con la idea sicológicamente suicida del fin del mundo, es decir, un estado de espera del fin de los tiempos, una especie de vigilia por el apocalipsis. Los desastres naturales, como el reciente devastador huracán Sandy en Nueva York, las crisis financieras como las que ahora azotan Europa, las coberturas dramáticas de las masacres, fuerzas caóticas, inquietantes y amenazadoras acechan y condensan una sentencia: hay temores y alarma, pero al mismo tiempo anhelos de cambios profundos, de fuertes sacudimientos de época. Antes era la amenaza nuclear, ahora es la ecológica. En ambos la humanidad es responsable del desenlace. Sin duda grupos religiosos inciden, especialmente los milenaristas, sin embargo, el suceso colectivo va más lejos y tiene una fenomenología más compleja. La noción apocalíptica de la historia viene del cristianismo y una noción lineal de la historia. Efectivamente el cristianismo emerge del fin del mundo helénico y de la noción de la historia como concepto rectilíneo que oscila entre la redención y la salvación. El libro del apocalipsis como revelación y profecía de la llegada del Mesías, por tanto, de la discontinuidad dramática de la historia. La escatología es el juicio final como apunta Malcom Bull en su libro compilado: La teoría del Apocalipsis y los fines del mundo, Fondo de Cultura Económica, 1998.
En contraparte la cultura maya tiene una noción circular del tiempo, lo que significa que la historia en algún momento se repetirá o se recrea. Por ello, es improbable una profecía sobre el fin de los tiempos en el calendario maya. Como señala Patrick Johansson, profesor del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tenemos en primer lugar un problema epistemológico de un mundo como el nuestro que quiere entender un mundo radicalmente distinto como el mesoamericano prehispánico. Y sobre todo, la noción sagrada del tiempo circular de los mayas y la incorrecta yuxtaposición judeocristiana del devenir. La supuesta profecía maya del fin del mundo se originó a partir de una lectura errónea de una inscripción hallada en un bloque jeroglífico incrustado en un muro, conocido como el Monumento de Tortuguero, en el estado de Tabasco, sureste del país. Esta interpretación viene desde los años ochenta. Por tanto, las predicciones mayas son el resultado de aseveraciones que no están basadas ni en la cultura maya propiamente ni en la ciencia, en particular de la astronomía.
Rigoberta Menchú, en reciente conferencia en la sala Mayamax del Gran Museo del Mundo Maya, en Mérida, se quejó de la manipulación de una cultura que sigue viva y demanda respeto. Concretamente habla de sincretismos mercantiles y de lecturas supuestamente científicas de antropólogos particularmente mexicanos. Los mayas representan una cultura sofisticada en los cálculos y observación astronómica, su manejo depurado de la matemática, inventaron el número cero que le permitía conservar una noción mística del tiempo ligado a la producción agrícola. Por ejemplo, en los equinoccios, los alineamientos solares durante marzo y septiembre, los mayas expresaban que la serpiente de luz y sombra que baja por la pirámide durante estas fechas anuncia el tiempo de preparar la tierra para plantar el maíz. La serpiente es la conexión entre el cielo y la tierra, y trae la energía del sol a la tierra para la siembra en la perspectiva religiosa marcada por el animismo que vinculaban sus dioses con la naturaleza.
Más allá del exótico masoquismo occidental, las profecías mayas de diciembre han favorecido en el mundo entero el conocimiento de la extraordinaria cultura maya y sus legados importantes. Coincido con la protesta de Juan Villoro, importa más el actual y cotidiano apocalipsis maya, envuelto en la miseria, la exclusión y la injusticia de cientos de comunidades indígenas que los vaticinios catastrofistas. El fin del mundo se presenta como realidad cotidiana al postergado indígena maya de nuestros días. Continúa el relegamiento, a pesar del levantamiento armado de 1994, ahí sólo reivindicaban los derechos de los pueblos indios y la dignidad de su cultura. Sin embargo, parecemos empecinados en desaparecerlos y ser los verdaderos ejecutores del fin de su mundo.