La CNA, no acredita; el Ministerio de Educación, no educa; la policía, no protege; la justicia, no es justa; la política, no es democrática; la salud, enferma; y la izquierda, se derechiza.
Y cunde comprensible pesimismo entre quienes sueñan con que pase algo distinto a lo que viene pasando.
Justo en un momento de debilidad de los componentes del sistema, de ambas derechas, ambas caras del dios Jano del neoliberalismo, el cara y sello de un bifronte capitalista extremo, un grupo de ex dirigentes estudiantiles se alzan como precandidatos al parlamento.
Y, la verdad sea dicha, no se ha sabido de algún jolgorio estudiantil celebrando la noticia. Es cierto que figuras de esa edad, con esa experiencia son necesarias para renovar el podrido sistema político, pero el intento mecánico de extrapolar el rol que jugaron en tanto dirigentes estudiantiles, al plano de la política formal que dijeron aborrecer, no parece coherente.
Lo que sí sería novedoso, y por demás necesario, es que el mismo movimiento estudiantil dirima entre los suyos quienes los representen para conquistar espacios políticos, secuestrados hasta ahora por la oligarquía en el poder. Esta mecánica, con su necesaria carga de incertidumbres y desórdenes, resulta algo más peligroso para el statu quo, que la aséptica decisión, legítima por cierto, de cualquier Comisión Política.
Sobre todo cuando ya ha habido una experiencia negativa en el caso de Camilo Ballesteros en Estación Central (16,75%). Sin tomar en cuenta que los liderazgos no son endosables, en esa oportunidad se expuso el ex dirigente estudiantil a la derrota. Y ahora va por la segunda.
Y antes que Ballesteros, fue Camila Vallejo con su doble derrota en la elección de la FECH: una vez como candidata y otra como generalísima de su lista.
¿Qué lógica confirma que un dirigente estudiantil que ha sido respaldado por centenares de miles de sus compañeros y por millones de habitantes, puede mantener ese respaldo, si ha renunciado al mismo? La que usa la derecha. Basta que una persona aparezca reiteradas veces en la televisión, para considerarla como un líder de opinión merecedor de un sillón en alguna parte.
Desde el punto de vista del pueblo, en particular desde la izquierda, quien se unja como representante legítimo del malestar de la gente debe seguir siendo y no sólo haber sido.
Prometían esos dirigentes jóvenes, con ese tono rebelde. Brillaban sus discursos enfrentados al gris de un sistema político decadente y pútrido. Por eso resulta extraño que hoy hagan el esfuerzo por parecerse a todo aquello que dijeron aborrecer.
Se parecieron, fugazmente a los hombres y mujeres que deberían abrir las anchas Alamedas, pero se contentaron con un sendero estrecho, fácil, pavimentado.
La evidencia disponible informa que, como pocas veces, hoy se abre un campo en disputa que espera ser ocupado por quienes de verdad se propongan disputar el poder a los que lo han venido usando en su beneficio por demasiado tiempo.
Para el efecto, es imprescindible que quienes han venido creando esas condiciones, en especial los estudiantes, sean quienes alcen a los genuinos representantes de esa bronca, incluidos los de esta novísima Patrulla Juvenil, si así resulta de esa voluntad. Los dirigentes se deben a sus dirigidos, no a sus pasados recientes, por muy brillantes que hayan sido.
Eso sí. Al trasladarse mecánicamente desde un universo a otro, pueden transformarse en la levadura que le viene faltando a los retazos alicaídos de la Concertación, y, liderando un discurso despeinado, podrían darle un toque jovial al desbande que preceda a la respuesta de Michelle Bachelet.
Y, bueno, llegar a ser su Comando Juvenil. Después de todo, en política se puede recular sin que eso signifique renunciar a los principios, como lo ha demostrado el senador designado Carlos Larraín.
Estos jóvenes pueden llegar a ser el merkén que necesita el estofado en que ha devenido la política, la que de tanta cocción, se deshizo y ahora no se sabe quien es un zapallo y quien una papa, porque todos saben igual.