Los países, al igual que las personas, poseen una imagen que trasciende lo físico y lo inmediato. Se trata de un prestigio asociado que se deriva de sus actuaciones.
Esta suerte de “capital simbólico”, por llamarlo así, es algo que debe cuidarse y, en lo posible, acrecentarse. Así como en las personas la imagen no es una cuestión de mero maquillaje o vestimenta, en los países no se trata solo de alambicadas formas protocolares sino de la calidad y la transparencia de sus instituciones, del nivel de dignidad de su pueblo. Esta imagen se construye y se cuida a lo largo de los años.
En el caso de Chile, como es bien sabido, hemos sufrido reveses bochornosos inscritos ya entre los pasajes más vergonzantes de nuestra historia. Así, por ejemplo, la detención de Pinochet en Londres que puso a toda la institucionalidad pos dictatorial que nos rige hasta hoy en su justo lugar. Entre las muchas miserias actuales debemos consignar el hecho de que el Director de la Comisión Nacional de Acreditación encargado de fiscalizar la educación superior del país esté preso por corrupción, junto a un par de Rectores de universidades.
Nuestro país parece haber perdido la capacidad de avergonzarse, en primer lugar de sí mismo. Vivimos un estado de desvergüenza e impunidad en que se ha perdido el más mínimo sentido de la justicia y el decoro. Esto significa que cuestiones muy graves que en cualquier país moverían a escándalo se asumen en Chile como parte del paisaje en que habitamos. Todavía siguen pendientes muchos casos de violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. La falta de vergüenza corre paralela con la corrupción que permea a toda una sociedad. El caso “La Polar” es más que elocuente. No se puede reclamar un sentido del decoro cuando son, precisamente, los sinvergüenzas y los corruptos los protagonistas de los negociados, la política y los medios de comunicación.
En un país donde los pillos y sinvergüenzas se han entronizado, toda grandeza se convierte en bajeza, los derechos en negocio, lo inteligente es aquí mera astucia para enriquecerse a costa del prójimo. Esto arrastra a nuestra sociedad a un estado de indignidad y mediocridad como nunca antes, aunque insistan obstinados en mostrarnos cifras azules. Así, mientras los mercaderes y sus representantes hablan de estabilidad macro económica, muchos chilenos marchan en las calles del país, hastiados ya de un estado de cosas podrido hasta la médula, reclamando un Chile más justo.
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS