Y parece la teleserie del olvido.Veníamos del fantasma del Pollo Caballo , del desaparecido restaurante de la Plaza Egaña, a otro lugar muerto del barrio de Providencia.
No solía ser un asiduo al lugar porque no era barato pero a la entrada en la barra uno se podía tomar un cerveza normal y conversar distendidamente con el filósofo Miguel Vicuña o encontrarse con el instalador Juan Castillo.
En los últimos cinco años pude almorzar adentro por invitación de mi excuñado que generoso invitaba quizás por cariño a mi hermana, a este escritor de columnas o periodista venido de algunos poemas. Secharon el Parrón y la risotada de Lihn y la Stella. Secharon la buena uva y la risa tenue de Tellier y Aristizabal preparando su libro “Trenes que no has de beber”.
Uno de los que sabía de su inminente desaparición era el cineasta Raoul Ruiz que le gustaba el lugar y le gustaba conversar con su amigo Maldonado y otros comensales que sabían del viejo arte de la conversación matizados con un buen tinto un buen cauceo y ratos de risotadas y silencios y donde todavía no se cazaban fumadores.
Un lugar que como otros lugares de comidas, bebidas, bailes, celebraciones varias de las familias, venía palpitando desde 1936 y cerrado apenas por un lustro en toda esa travesía.
Pero Ruiz no solamente estaba para hablar escuetamente de sus poéticas sino para realizar una de sus películas llamada “El Litoral”.
En dicha película que todavía busco para ver, El Parrón se había transformado por la magia del cine en una “Quinta de recreo” justamente llamada “El Litoral” y por lo que entendimos y vimos en silencio los que actuamos de “extras” en ella había una chica triste en medio de la pista y ningún varón de principios del 60 podía sacarla de dicho estado.
Una de las instrucciones era de que hiciéramos como que conversábamos en las mesas. Que los bailarines simularan bailar una música muda. Que los músicos aparentaran hacer sonar sus instrumentos y parecía que lo único que hablaba sin necesidad, era un extraño cuadro donde se veía el naufragio de un barco y algunos parroquianos parecían poder alcanzar una isla con un faro.
El cuadro se alcanza a ver un poco en la foto que le saque al maestro en un momento insólito de la filmación.
Cuando se estaba filmando un taladro de unos obreros de la construcción en un presagio del tiempo detuvo la filmación y fue el propio Ruiz a pedirles por favor que le dejaran terminar un par de escenas.
El Parrón era Ruiz caminando lentamente a la muerte. Como tenía el don de la conversación los obreros no pusieron problema y al volver RR se sacó del pantalón un pequeño pollito mecánico que puso en una de las mesas y este se puso a picotear amarillo e inquietante.
Pero las Orcas inmobiliarias no están para pollitos ni para tradiciones urbanas. Seguramente pusieron un billete verde y certero en la parrilla, que hicieron que otro poco de historia mapochina desapareciera, sin protestas ciudadanas y sin agentes de seguridad que entraran al local amenazando a los alegres ciudadanos, con retirarse o morir.