Lo que más afecta el prestigio de la política es la ausencia de estadistas y proyectos históricos que se propongan impregnar la conciencia colectiva y promover el cambio.
En las últimas décadas, lo que tenemos son más bien administradores de modelo institucional heredado de la Dictadura, cuanto simples mandatarios de la estrategia económica definida por los teóricos neoliberales y los intereses de los grandes empresas nacionales o extranjeras asentadas en toda nuestra geografía. Cuando los políticos de hoy aseguran defender nuestra soberanía, lo cierto es que lo que se proponen verdaderamente es proteger a los propietarios reales de los ricos yacimientos, recursos hídricos, forestales, pesqueros y agroindustriales. Donde, se sabe, se enseñorean los capitales foráneos y uno que otro empresario nacional.
La línea divisoria que finalmente demarque los límites marítimos entre Chile y Perú no será más que una raya imaginaria o cartográfica que en nada podrá afectar la verdadera soberanía que las poderosas industrias pesqueras ejercen en nuestro común Océano Pacífico. Para que no haya dudas, el actual Gobierno y la mayoría de nuestros representantes en el Parlamento, cierran en estos días la discusión de una nueva Ley de Pesca en la que nuevamente un puñado de familias se asegura privilegios de explotación por otros 20 años renovables de nuestro mar. Sometido, como lo advierte la comunidad científica, a una actividad voraz que depreda nuestros recursos y amenaza con la extinción de muchas especies de nuestra fauna marítima. Además de atentar contra la subsistencia de miles de familias que viven de la pesca artesanal en todo nuestra larga costa.
Tanto en ésta y otras materias, los políticos del montón se mantienen en la inercia de lo ya establecido, porque hace rato que no surgen estadistas que piensen, tengan una visión de futuro y se jueguen por cambios estratégicos. Así es como resultó tan vergonzosa esa reunión en La Moneda entre el actual Presidente y sus predecesores para manifestar su falta de lucidez y un patrioterismo tan burdo como para desafiar, incluso, la próxima sentencia de la Corte Internacional de Justicia, en caso de que ésta no resuelva enteramente a favor de Chile su controversia limístrofe con un país vecino. ¡Cómo nos habría gustado que squiera uno de ellos se hubiera pronunciado a favor de una solución estable y duradera! Que postulara, por ejemplo, consolidar la paz en el norte sobre la base de la integración a favor de nuestros comunes intereses, reconocimiento a las justas demandas bolivianas e, incluso, la oportunidad de un espacio común de soberanía que nos haga explotar en conjunto los maravillosos recursos naturales de la zona. Pero no, ni siquiera en su hora postrera éstos se asumieron como estadistas y se manifestaron, a contracorriente, del patrioterismo y la demagogia. Que siempre paga en dinero, votos y fama temporal.
No es casual que buena parte de los estadistas destacados por nuestra historia no hayan pretendido o llegado a alcanzar el sillón presidencial. Bilbao, Lastarria y tantos otros forjadores de nuestra república ciertamente fueron políticos de alto nivel que marcaron diferencia de aquellos que se afanan únicamente por ganar el voto, el aplauso de las multitudes y el acomodo ideológico a la hora de apoltronarse en las pomposas instituciones del Estado. Para, finalmente, rendirse a los poderes fácticos que financian y le dan perfil a sus contiendas electorales.
No es extraño, asimismo, que personajes como O`Higgins, Balmaceda y Allende hayan sido forzados a abdicar o dar la vida por ser leales a sus idearios y negarse a entrar en connivencia con los intereses más abyectos y contrarios al interés nacional, como viven hoy tantos políticos del montón que ayer hasta se proclamaban revolucionarios. En un tiempo en que ser radical, y hasta termocéfalo, les daba rédito electoral y rápido acceso a las prebendas del poder.
La ausencia de líderes y estadistas es lo que actualmente tiene a la política chilena en el marasmo y explica en buena parte que una mayoría ciudadana se abstenga de sufragar y se exprese renuente a ese “más de lo mismo” tan consolidado en nuestras instituciones y rutinas eleccionarias. De allí que equivoquen tanto el camino aquellas expresiones políticas y dirigentes juveniles que piensan que dentro de la democracia acotada, los vicios del partidismo y de las organizaciones sindicales y gremiales espurias es posible desafiar la inercia de la sociedad desigual, de las discriminaciones sociales y apropiación inicua de los recursos naturales de un territorio del que todavía muchos incautos aseguran que tenemos soberanía. Cuando hasta las altas cumbres de la Cordillera de los Andes se ofrenda al extranjero por intermediación de los políticos del montón.
Época gris y obtusa la que vivimos y que persistirá un tiempo más por las consabidas recaídas de la historia. Porque sabemos que no es fácil torcerle el rumbo a las naciones cuando éstas, además, permanecen en el rezago educacional, bajo la influencia de los más poderosos medios de comunicación, como de la acción del cohecho que se ejerce para controlar a los gobernantes, jueces y legisladores, al mismo tiempo que cooptar a los líderes juveniles que debieran desplazarlos. Cuestión que al menos ya está quedando en evidencia con los escándalos que se suceden en las instituciones públicas, el mundo empresarial, en las iglesias y hasta en los clubes deportivos. Cuando los pastores, los pretendidos emprendedores, los comunicadores y hasta los dirigentes del fútbol se corrompen al unísono con los políticos del montón.