Hay que ser muy reduccionista para entender que el fallo de un tribunal internacional no tenga en cuenta elementos de contexto que juegan, tanto o más que los puros argumentos jurídicos.
La reunión de Sebastián Piñera con los ex Presidentes de la República que precedieron – anteriormente, lo había hecho con los jefes de los partidos políticos – más que la frase obvia de la política de Estado, anuncia el temor de la clase política ante aquello que Eduardo Frei Ruiz-Tagle anuncia contra un “fallo salomónico”, lo que afirmando sin eufemismos, querría decir una derrota para Chile en cualquiera de los puntos en disputa.
Si consideramos los elementos de contexto, podemos colegir que el rechazo a Chile – que viene desde la guerra del nitrato, o la del impuesto de “los diez centavos” – no se ha extinguido en cerca de 130 años de su término. Tanto en Lima, como en La Paz, el sentimiento antichileno sigue vivo.
Hay que reconocer que nuestra política exterior ha colaborado bastante para que esta animadversión continúe hasta nuestros días. En primer lugar, la Cancillería chilena, en diversos gobiernos duopólicos- y aún antes – ha centrado las relaciones diplomáticas con los vecinos en los negocios, muy propios de una casta de almaceneros, (recuérdese que los primeros integrantes de la familia Matte comenzaron vendiendo “tocuyo”, en el centro de Santiago – Hoy interesa mucho más el éxito de Falabella, Cencosud, La Polar y otros, que las relaciones de amistad entre pueblos y cultura -. En segundo lugar, la “fineza” de la diplomacia del Hotel Carrera no puede ser comparada con la de Torre Tagle, de Perú, y la de los doctores de Chuquisaca. En tercer lugar, Chile es percibido por los países de América Latina como una nación agresiva, prepotente y militarista.
En este “supermercado” no faltó quién propusiera que abandonáramos América Latina y nos fuéramos a los países desarrollados, es decir, pasáramos de la población callampa a Vitacura, o que fuéramos los mejores alumnos del curso y los peores amigos, o que dejáramos la escuela municipal para entrar a un colegio de la “cota mil”.
La frase “dividir para reinar”, además de vulgar, constituye una gran estupidez: Chile aplicó esta política desde el Tratado de Ancón – que persiste hasta nuestros días – decidiendo ora a favor de las relaciones con Bolivia, ora con Perú. Si nos remontamos en la historia, Domingo Santamaría prometió a Bolivia Arica o, en su defecto, la Caleta Víctor que, durante los años 80 del siglo XIX era administrada por Chile y litigada por Perú. En la guerra civil de 1891, Balmaceda fue acusado por los congresistas de querer entregar el país a los bolivianos.
El contexto histórico del Tratado de 1929, entre los dictadores Augusto Leguía, de Perú, y Carlos Ibáñez del Campo, de Chile, está inspirado en la teoría del dictador Pierola, en sentido de querer convertir a Bolivia en la Polonia del Cono Sur de América Latina, es decir, repartírsela entre Perú, Chile y Argentina.
Son innumerables las veces en las cuales el gobierno boliviano ha reclamado ante organismos multilaterales respecto a la injusticia de su mediterraneidad, pero Chile ha respondido siempre con el argumento de la intangibilidad del Tratado de paz y amistad, de 1904, y la bilateralidad de las relaciones entre ambos países.
Durante el siglo XX no han faltado los intentos de solucionar este problema: Horacio Walker, Canciller durante el gobierno de Gabriel González Videla, los dictadores Augusto Pinochet y Hugo Bánzer, de Chile y Bolivia, respectivamente, (Acuerdos de Charaña, este último), y los trece puntos acordados entre la Presidenta Michelle Bachelet y su par Evo Morales.
El hecho de no haber dado respuesta satisfactoria al tema de la mediterraneidad de Bolivia, de seguro, nos pasará la cuenta si el fallo del Tribunal de la Haya – sentencia a conocerse en julio del próximo año – falla no del todo favorable a Chile. Bastaría un solo punto a favor de la demanda del Perú para que, de por sí, ya fuera una derrota.
El patriotismo no puede ser equivalente al chauvinismo, de cual hacen gala algunos parlamentarios y medios de comunicación. Sostener que las relaciones exteriores constituyen una política de Estado y, por consiguiente, no deben ser analizadas, criticadas y comentadas, es una real torpeza. Considérese que, durante la guerra del Pacífico, los diarios chilenos comentaban, con toda libertad, los conflictos entre Rafael Sotomayor y los militares chilenos y, posteriormente, lo mismo ocurrió con las diferencias entre el general Manuel Baquedano y Francisco Vergara.
Por el solo hecho de que el fallo se conozca en plena campaña presidencial, no se podrá impedir que en nombre de estulticia nacionalista los candidatos a la presidencia de la república no podamos criticar el rosario de errores y horrores de nuestra errática política exterior mercantilista, militarista y mezquina, en especial en el caso de Bolivia.
Rafael Luis Gumucio Rivas
2 12 2012