Diciembre 26, 2024

Shalom-Salaam

gaza_bombs_2111

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En muchos medios –periodísticos, políticos, diplomáticos e incluso estatales- existe un cierto grado de hipocresía. Se habla de un “uso desproporcionado de la violencia”.

 

Sobre ese particular, ¿existe acaso un “violenciómetro” que puede determinar hasta donde es permisible y hasta donde no?


La violencia es violencia, y en el caso de Medio Oriente, causa destrucción, muerte, horror, odios; se genera una espiral ascendente que, paradójicamente, desciende hasta el mismo infierno, y de la cual, las principales víctimas son los mas débiles.


O acaso, ¿no vale lo mismo una vida de un niño palestino a la de un niño israelí?, ¿la de una ama de casa israelí y la de un ama de casa palestina?, ¿la de un obrero de la construcción, de un frigorífico esté del lado de la frontera donde esté?, ¿o la de cualquier jubilado? Una lágrima palestina, ¿tiene mas o menos cloruro de sodio que una israelí?; una gota de sangre israelí, ¿tienen mas o menos glóbulos rojos que una palestina? La sangre de una anciana palestina, ¿es color verde?; y la de un joven israelí, ¿es celeste? ¿O ambas son rojas oscuras cuando dejan de fluir, se secan y comienzan a fluir las lágrimas?


¿Quizá hay alguna bomba buena en este conflicto?


Niños, mujeres, ancianos, pobres son los que sufren las consecuencias de la guerra. No la padecen los poderosos, no la sufren los ricos, no la sobrellevan los privilegiados. Ellos pueden seguir estando en sus búnkers, en sus fortalezas amuralladas, en sus oficinas protegidas o incluso huir a lugares alejados de conflicto, hasta al extranjero (Egipto, Chipre). Los trabajadores, los humildes no; no tienen donde ir. Deben quedarse donde están y soportar temor, metralla, angustia.


Por eso es que reiteramos, una y otra vez, nuestro clamor de BASTA DE BOMBAS – NO A LA GUERRA – SI A LA PAZ


Así como el genocidio nazi (el Holocausto, la Shoá) durante la IIa. Guerra Mundial significó una tragedia sin par para el judaísmo, imposible de cuantificar y de dimensionar, también lo fue la Nakba para el incipiente pueblo palestino. Alentados por el colonialismo británico y la complicidad del imperialismo norteamericano, los pueblos de la región no supieron-no quisieron-no pudieron ver cuales eran sus verdaderos enemigos y se enzarzaron en un conflicto artificialmente creado que hoy tiene aristas de difícil resolución.


Esta no es la lucha contra el fascismo. Ni siquiera es la lucha por la liberación nacional. Es la lucha de dos concepciones militaristas y apocalípticas que ven la solución solamente en la destrucción de quien consideran su enemigo. Son mellizos, son iguales siendo –aparentemente- diferentes. Es la lucha entre dos concepciones a la manera de Jano, el dios romana de 2 caras: miran hacia lados distintos, pero son lo mismo.


El establishment israelí, ¿promueve una sociedad igualitaria?; la dirigencia palestina de Gaza, ¿impulsa los cambios sociales profundos? ¿Alguno es anticapitalista?. Y el gran árbitro mundial (EEUU) y sus socios menores (UE, Alemania, Gran Bretaña, Francia), ¿qué hacen?: miran cómo se desangran los pueblos. Ninguno cuestiona el orden capitalista, sino que se someten a sus mecanismos, a su dinámica y actúan según su lógica.


En este terrible enfrentamiento se cruzan otras dimensiones, que secundarias o no, juegan su papel. No son casuales las fotos e imágenes que se trasmiten a través de todos los medios, sean los que fueren. Se puede percibir el intento de demostrar la “brutalidad” del ejército israelí y cierta simpatía hacia el movimiento palestino. Simultáneamente, se habla del “terrorismo islámico”, englobando en una única categoría –rechazada por sus connotaciones- a todo el pueblo palestino.


Sabemos que nada es así. Sabemos de las trampas que se tienden para captar inocentes e incautos y generar movimientos de opinión favorables. Es difícil ver el pasado cuando el presente es tan agobiante, tan doloroso. Sin embargo –aunque la Historia no es maestra de nada- muchas de las claves del conflicto hay que buscarlas en el ayer. Seguramente aun resuenan en muchos oídos los ecos de “hay que echar a los judíos al mar” proferido por aquellos decrépitos jeques y reyes árabes en 1947, augurando una pronta victoria, que se convirtió en trágica derrota. Seguramente en muchas casas están las llaves de los hogares de los que se fueron –entre expulsados y alentados- muchas familias árabes soñando con el pronto retorno. Una de las claves está en la Historia. Los actores de hoy parecen ser los mismos de 1947-48, tiempos de la partición de Palestina según el mandato de la ONU, pero no lo son.


El capitalismo ha generado muchas lacras ideológicas; una de ellas es el chovinismo, ese mal entendido y peor comprendido nacionalismo exacerbado que ubica la centralidad de un grupo étnico, despreciando y menoscabando a los demás. El nacionalismo, sea cual fuere su procedencia, sea laico o religioso, es profundamente asqueante y negativo, ya que no comprende de que la esencia del género humano reside en que somos todos iguales.


Los tiempos de la “guerra fría” hicieron que el mundo se dividiera en dos, y se conformaran alianzas –muchas de ellas temporales, fugazmente temporales- y se constituyeran dos bloques: uno con simpatías por el capitalismo y otro con simpatías por el socialismo. Israel quedó de un lado y muchos de los países y movimientos árabes del otro. Sin embargo, las lealtades no fueron tan firmes, y dentro de los países y movimientos árabes primó el nacionalismo, a lo que se sumó –con el triunfo de la revolución de lo ayatollas en Irán-, una religiosidad lindante con lo fanático y fundamentalismo.


Es verdad que Gaza puede ser comprendida como una enorme cárcel a cielo abierto en donde mal viven casi dos millones de palestinos; es verdad que no puede ser que mas de un millón de israelíes del sur vivan bajo la amenaza constante de las bombas y los misiles. Por eso, el único camino es la paz.


A pesar de que nos consideren ingenuos, no importa.


Seguiremos exclamando a gritos nuestra verdad. Solamente la Paz es revolucionaria en Medio Oriente. Solamente con paz se podrán construir nuevas sociedades, justas y democrática. Las guerras no solo destruyen bienes y matan personas: contaminan conciencias, hieren corazones de manera fatal.


El reconocimiento genuino entre israelíes y palestinos como dos pueblos con sus respectivos Estados que merecen vivir bien es imprescindible y es el primer escalón de esta larga y compleja escalera para alcanzar una paz estable, duradera, democrática, justa y digna.


Es una tarea ardua, pero no podemos seguir echando leña al fuego. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance –y mucho mas- para detener el cruce de bombas, las expediciones punitivas, los atentados, la abjuración o negación del otro.


Ese otro es igual a mi. Ese otro soy yo.


SHALOM – SALAAM

 

DANIEL SILBER

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